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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El sur de Líbano

EL TRATADo de fraternidad firmado el pasado 22 de mayo entre Beirut y Damasco servía para pacificar a Líbano después de 16 años de confusa y sangrienta guerra civil, aun a costa de consagrar en la práctica un protectorado de Siria. Las únicas excepciones a la paz así lograda eran las dos franjas en el sur de Líbano ocupadas, una desde 1976 por Israel, y otra por las milicias palestinas de Al Fatah.El sábado pasado, el Ejército libanés lanzó una ofensiva para desarmar y desalojar a los más de 6.000 guerrilleros de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El Gobierno de Beirut persigue con ello dos objetivos: acabar con el último de los ejércitos privados que han operado a su antojo en Líbano durante los pasados tres lustros cerrando el círculo de desestabilización que ha sido típico del país levantino- y quitar a Tel Aviv argumentos que justifiquen las represalias armadas contra Líbano y la presencia judía en la franja de seguridad libanesa que su Ejército estableció a partir de 1976, al impedir a los palestinos la utilización del territorio para lanzar acciones militares contra Israel.

Concluido satisfactoriamente el tratado con Siria, el Gobierno de Beirut exigió a OLP el desalojo del área que se encuentra al sur de Sidón. Los palestinos se apresuraron a demandar garantías de respeto para los derechos civiles y políticos de sus 300.000 refugiados que desde hace años malviven en los campos al este y al sur de la capital meridional de Sidón. La falta de acuerdo ha conducido a la acción bélica.

No ha tenido suerte la OLP en Líbano. Expulsada de Jordania tras el sangriento septiembre negro de 1970, una parte importante de sus efectivos se refugió en Líbano y, a partir de 1975, intervino de forma creciente en la guerra civil que estalló entonces. Aprovechó su presencia para incrementar los hostigamientos contra Israel, lo que sirvió de pretexto a éste para invadir Líbano en 1982 y acabar casi con el país. No sólo eso, sino que, además, al menos tres facciones del movimiento palestino (la mayoritaria pro-Arafat de Al Fatah y las minoritarias de los líderes Abu Musa y Abu Saleh, apoyados por Siria) aprovecharon la circunstancia para dirimir sus rencillas. Lo que quedaba en 1983 de Al Fatah, con Yasir Arafat a la cabeza, fue expulsado de Líbano.

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A partir de entonces, los guerrilleros palestinos retornaron poco a poco al sur del país para proseguir su campaña de ataques contra Israel y contra sus mayores enemigos fuera del campo sirio, las guerrillas libanesas shiíes de Amal. Pacificado Líbano, son un elemento desestabílizador de primer orden. No debe olvidarse que Siria no tiene interés alguno en que los palestinos le alteren la insegura tregua establecida tácitamente con Israel. Tampoco se explica bien el que la OLP no haya sido capaz de acordar la retirada de sus unidades guerrilleras con un Gobierno libanés ahora estable y de predominio musulmán. El empeño de Arafat por recuperar un liderazgo disminuido tras la guerra del Golfo aparece nuevamente como un obstáculo al desenvolvimiento razonable de la causa palestina.

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