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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa y Yugoslavia

LA 'TROIKA' de la Comunidad Europea ha vuelto a Yugoslavia para afianzar los resultados de su primera misión de pacificación. Después de los reproches que la CE recibió -y con razón- por su incapacidad para actuar conjuntamente en la guerra del Golfo, el papel que está desempeñando para evitar que estalle una guerra civil en Yugoslavia merece ser destacado como modelo de lo que debe ser una política exterior europea común. Ya había escrito André Fontaine que la unidad de nuestro continente necesitaría para cuajar "une grande querelle" (una gran pelea) en la que los Doce de la Comunidad tuviesen idénticos intereses. No lo fue el Golfo; pero parece que el riesgo de guerra civil en Yugoslavia puede cumplir ese papel.Por otra parte, si bien el resurgir de los nacionalismos puede llevar a una cierta similitud de la actual fase europea con la precedente a la I Guerra Mundial, el clima mundial es muy distinto. Hoy la interdependencia de los Estados determina posibilidades inimaginables ayer. La novedad más notable es la aceptación en el conflicto yugoslavo de una especie de derecho de injerencia de un órgano supranacional como es la CE para intentar evitar una conflagración que sería desestabilizadora para Europa. Lo mismo cabe decir del organismo de la CSCE creado para prevenir conflictos, en cuyo nombre el ministro de Exteriores de Alemania, Genscher, realiza gestiones en Belgrado, si bien los intentos alemanes de ocupar un lugar esencial en el tema yugoslavo puedan responder a objetivos propios no siempre coincidentes con los comunitarios.

En todo caso, la acción de la CE ha obtenido resultados positivos en tres aspectos esenciales: la elección del croata Mesic al frente de la presidencia colectiva, el alto el fuego y la suspensión durante tres meses de las independencias de Eslovenia y Croacia. La exigencia de los nacionalistas croatas de que su delegado ocupe la presidencia constitucional de Yugoslavia indica una voluntad de reconstruir un marco legal, reconocido por todas las repúblicas yugoslavas, en cuyo seno puedan discutir el futuro de sus relaciones. Un marco necesario para que el contacto con el exterior pueda mantenerse y, por tanto, para poder recibir una ayuda internacional que, por insuficiente que sea, resulta preciosa en momentos de crisis.

En cuanto al cese de hostilidades, por compleja que sea su realización, es la primera condición para que se aleje el espectro de la guerra civil. En esta cuestión, se pondrá a prueba hasta qué punto el Ejército obedece a un poder civil que ahora, con la presidencia en funcionamiento, tiene todos los requisitos legales. Parece obvio que el Ejército sale debilitado de la prueba, pero ello puede ser un factor positivo para que se imponga un camino de negociación -y no de violencia- con vistas al futuro de Yugoslavia. En todo caso, el peligro de nuevos combates en diversas zonas del país subsiste y, con toda probabilidad, no desaparecerá durante esta etapa compleja de transición cuya duración es imprevisible.

Con el plazo de tres meses -en que se suspende la aplicación de las decisiones de independencia croata y eslovena- se crea una situación sin precedente durante la cual los negociadores de las diversas repúblicas deben diseñar su futuro. Los combates, por cortos que hayan sido, han agudizado las actitudes nacionalistas. No es posible disimular el estado de extrema tensión en que se encuentran las regiones yugoslavas, al borde de nuevas explosiones. Por ello urge que se empiece a hablar. Si el papel de Europa ha sido esencial para lograr la tregua, ahora les toca a los representantes yugoslavos utilizar ese plazo, aunque sea corto, para buscar una salida consensuada. No se podrá ignorar la voluntad de independencia expresada por los eslovenos y croatas que refleja, sobre todo, el fracaso de un sistema centralista y antidemocrático. Pero queda por aclarar hasta qué punto unas nuevas fórmulas de asociación son compatibles con la soberanía deseada por varias repúblicas. En todo caso, a Europa no le corresponde defender la continuidad de un régimen a todas luces obsoleto. En cambio, sí debe prestar sus buenos oficios para ayudar al éxito de una negociación llena de incógnitas y dificultades.

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