Un solo país
LA CUMBRE semestral de la Comunidad Europea (CE) celebrada este fin de semana en Luxemburgo debía revisar los avances realizados en lo que va de año en el proceso de unidad europea. No se esperaban grandes avances, pero la necesidad de intervenir con urgencia ante la explosiva situación de Yugoslavia servía a última hora para dar una cierta impresión de eficacia que hiciera olvidar momentáneamente las dificultades que hacen que el proceso de unidad económica y política marche con tanta lentitud.La rapidez y decisión con que ha actuado la CE en la cuestión yugoslava confirma que para diseñar una política exterior común y eficaz no hay nada como ponerse a la tarea: el Consejo decidió correctamente acudir al mecanismo recién aprobado en Berlín por la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa. Merced a él, 12 o más miembros de la CSCE pueden interponer sus buenos oficios "en una seria situación de emergencia" y presionar para que se resuelva pacíficamente. Los ministros de Exteriores de la troika comunitaria (Italia, Luxemburgo y Holanda) fueron despachados a Belgrado y consiguieron un alto el fuego que, aunque no del todo respetado, sienta las bases para una negociación entre el Gobierno yugoslavo y sus secesionistas.
Mientras tanto, las dificultades en el proceso de unidad son tales que sólo ha sido posible acordar que el borrador de tratado de unión elaborado por la presidencia luxemburguesa será revisado en la siguiente cumbre comunitaria, a finales de año. Las dos conferencias intergubernamentales (para la unión económica y monetaria y para la total unión política) deben proseguir unos trabajos que distan mucho de estar maduros. ¿Un paso atrás? Tal vez. Y, sin embargo, burla burlando, se hace camino. ¿Quién iba a pensar hace un lustro que las discusiones de los socios comunitarios en 1991 llegarían a girar en torno a una posible forma federal de gobierno de Europa y que se habrían superado las minucias entonces consideradas insuperables?
La construcción del "país Europa" -que es el verdadero ideal al que aspiran desde el final de la II Guerra Mundial los habitantes del continente, ése al que en 1945 Winston Churchill bautizaba como Estados Unidos de Europa- está produciendo incontables dramas, rechazos y enfrentamientos. El último es la dirección federal que intentan imprimir al proyecto la presidencia semestral luxemburguesa y la Comisión de Bruselas.
Que los europeos quieren la unidad no ofrece la menor duda. Los muestreos de opinión indican que (con excepción de británicos y daneses -y, en menor medida, portugueses-, entre los que los resultados son menos favorables) la inmensa mayoría querría te ner a un presidente de Europa directamente elegido, una política de seguridad común y una moneda única. El problema está en la estructura que ha de tener este país y en si, para llegar a una entidad política sólida, la construcción desde el tejado sustituye con ventaja al libre juego de intereses. La discusión enfrenta a quienes desconfían de los afanes centralizadores y au toritarios de la Comisión de Bruselas y a quienes creen que, sin una estructura Firme y acordada, la CE tardaría poco en desintegrarse, víctima de egoísmos y nacionalismos desestabilizadores. Puede que el justo término esté a medio camino entre ambas posturas. Sólo así la Europa cuyo núcleo original es la CE, la Europa que está dando pruebas de extraordinario egoísmo con respecto a los que llaman a su puerta, estará en disposición de poner en práctica lo que mo ralmente pretendía la CSCE al aprobar la Carta de París en noviembre pasado: el establecimiento de una Comunidad Europea de 24 o más países antes del fi nal de siglo. Con las sorpresas que nos depara la his toria, tal vez no resulte descabellado esperarlo.
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