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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¡Que no, señor Cebrián, que no!

No se empeñe usted, hombre; no porfíe en aquello tan ibérico de sostenella y no enmendalla: no mezcle las vacas, los mugidos, el Gobierno y EL PAÍS para llevar el agua a su molino; no incurra usted en la torpeza -sorprendente en usted- de mezclar las churras con las merinas. Cada cosa merece su tratamiento y tiene una respuesta distinta; así que no nos haga un popurrí para venirnos a decir que siguen ustedes tan virginales como el día que los parió su mamá. La cosa no sería para tomárselo a chirigota si hubieran sido ustedes violados con intimidación y violencia, tras resistirse como leones. El caso es que son ustedes los violadores. Son ustedes quienes con plena consciencia, alegremente, han transgredido un principio ético o moral indubitable. Digo ustedes, EL PAÍS, con su editorial y transcripción literal de las conversaciones, no la SER, aunque vengan a ser lo mismo.Que hubiera divulgado las conversaciones doña Encarna a bombo y platillo me habría parecido lógico y coherente, pero... ¡El PAÍS, y por mediación de su hijita adorada..., la SER! "Brutus, tu quoque...". Como en tantas otras ocasiones (actitud que ha contribuido a acrecentar el respeto de sus lectores), ustedes se habrían hecho eco del asunto al día siguiente de los demás, pero con mayor altura y serenidad, y nos habrían brindado un espléndido editorial o artículo de Juan Luis Cebrián del que podría deducirse sin equívocos que los fines no pueden enlodarse a costa de los medios, por mucha política que ande por medio o muy hombre público que se sea. Pero ¡adónde vamos a ir a parar por ese camino! Ahora, sí; ahora, no, esto tiene interés; esto, no. Banales digresiones ante principios irrenunciables. Jamás, bajo ningún concepto, tienen ustedes derecho a transgredir lo que debe ser un código de conducta inequívoca. Esa independencia y ese rigor ético son lo que hacían de ustedes un periódico emblemático para todos los que empezamos a leerles con ilusión desde el primer número, y siempre creímos que las reglas del juego democrático son sagradas en tanto no se cambien democráticamente.

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¡Que no, señor Cebrián, que no!

Por sus actos les conoceréis. Que hablen ellos, otros, de gubernanentalismo o pesebrismo. Hacen pero que muy bien en no entrar en polémicas con colegas, etcétera, pero a nosotros, a sus lectores, no nos echen balones fuera. Son determinados políticos quienes ensucian el noble arte de la política (del servicio público), y son determinados periodistas los que degradan esa admirable vocación de informar y formar.

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Sólo de cada uno depende que nos llamen por nuestro nombre o nos llamen hijos de puta. Hay quien se vende por un plato de lentejas y quien se cotiza un poco más. Hay quien pone el listón un poquito más alto, como ustedes, y por eso les respetamos y leemos. Así que, puestos al caso, suban ustedes el listón en vez de bajarlo. Podrían ustedes haber escuchado las cintas, archivarlas, y el mismo Juan Luis Cebrián nos hubiera podido ofrecer uno de sus habituales y magníficos artículos sobre las tensiones Moncloa-Ferraz, el lamentable proceder de determinados políticos, con nombres y apellidos si le place, que aquí no se trata de defender al señor Benegas, del cua¡ se nos da una higa, pongo por caso, sino de un principio para todos. que las declaraciones de derechos no distinguen entre hombres públicos o privados. ¡Hasta ahí podíamos llegar! En tal caso, señor Cebrián, su artículo se hubiera defendido por sí mismo; por su firma y por el medio que lo difunde. Y nada más. Así, nos habría ahorrado las obviedades y el rollo de "la vaca, los mugidos, el Gobierno y EL PAÍS", que no creo que pase a las antologías del periodismo español. En mi opinión, claro está.

A la paz de Dios, o del one, de un simple enano.-

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