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Reportaje:GENTE

Elizabeth Taylor

"EE UU se comporta con los enfermos de sida como los nazis"

Milagros Pérez Oliva

Un pequeño discurso y una lágrima fueron suficientes para que Liz Taylor, la actriz norteamericana de ojos violeta, que preside la Fundación de Investigación sobre el Sida, se haya convertido en la protagonista del congreso que reúne en Florencia a más de 8.000 científicos y especialistas de todo el mundo. Un protagonismo deliberadamente discreto, pero estelar en su puesta en escena, como corresponde a una gran diva.Su primera aparición, el lunes por la noche, fue en el exquisito marco del hotel Excelsior, siempre escoltada por su fiel amigo el modista Valentino, de quien lucía un elegante traje verde. "Estados Unidos se comporta con los enfermos de sida como auténticos nazis". La calidez de su voz no hacía sino resaltar la crudeza de tan duras acusaciones contra la política social de su país. "He visto morir a Rock Hudson, he visto a tantos amigos sufrir sin esperanza para acabar implorando la muerte..., y he sentido también tan terrible impotencia por no poderlos ayudar, que el único consuelo que me queda es combatir como pueda contra este mal que ha causado tanto dolor", dijo.

Tal vez por su baja estatura, por su timidez o quizá por el recuerdo de su azarosa vida, Liz Taylor inspira ternura, pero tras esta primera apariencia emerge pronto, por debajo de su impecable compostura, una mujer apasionada y combativa.

Siempre acompañada de Valentino y rodeada de fotógrafos y escoltas, Liz Taylor avanzó el martes por el pasillo central del plenario del congreso. Cientos de cabezas se volvieron para verla llegar. Impecable traje blanco, exquisitamente maquillada, también en el congreso hizo gala de discreción: "Estoy aquí para animarles a seguir con su trabajo y decirles que estoy orgullosa de poner mi humilde persona al servicio de una causa tan noble".

Su presencia en la Forteza di Basso, donde se celebra el congreso, estaba plenamente justificada. Estaba allí para entregar el primer premio de la asociación Life, una beca de investigación dotada con 20.000 dólares, que fue entregada por la actriz a Paul Volberding, director del programa de sida del Hospital General de San Francisco. Pero su preocupación, como la de todos los congresistas, se dirige ahora a África, a la que anunció que se destinarían los 300.000 dólares de la última colecta de la asociación que ella preside. Por la noche fue agasajada con un recibimiento en el Palazzo Borghese por parte de un nutrido grupo de la elegante y cosmopolita burguesía florentina, pero el miércoles volvió a su misión filantrópica, al hospital de enfermedades. infecciosas de San Damiano, para visitar a la veintena de enfermos de sida ingresados allí.

Los fotógrafos la esperaban en la puerta, pero ella no quiso que la acompañasen. Poco antes había entrado en una pastelería de la plaza de la Signoria y había llenado su bolso de dulces y golosinas que fue repartiendo entre los enfermos. "He visto todas sus películas, pero, ¡Dios mío!, ¿cuánto tiempo hace?", le preguntó uno de los enfermos de más edad. "No me hagas responder", le contestó ella con afabilidad. Pero su emotividad ya estaba tocada, y la actriz no pudo contener una lágrima que pugnaba por escaparse cuando vio al siguiente enfermo, un joven de apenas 20 años, terriblemente delgado y afectado por un temblor incontenible. No le dijo nada. Le dio su obsequio, le sonrió y se dirigió a la puerta, donde dejó escrito en el libro de registro su personal autógrafo para las enfermeras: "Sois maravillosas. Os amo a todas. Gracias con todo mi corazón".

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