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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Construir la casa

PROBABLEMENTE LO más significativo de la reunión en estos días de los ministros de Asuntos Exteriores de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que desde ayer, con la inclusión de Albania, integra a 35 países, es el lugar en que se ha celebrado: un Berlín en el que hace menos de dos años caía el muro hasta entonces imagen del obstáculo principal al Acta de Helsinki. Un acuerdo que en 1975 había ligado solemnemente a las naciones europeas (más Estados Unidos y Canadá) en un pacto pocas veces respetado. La reunión de Berlín indica que la construcción europea prosigue su avance con pasos milimétricos. Como siempre en los asuntos continentales, la carga de los ' símbolos tiene tanta importancia como la de los avances en la consolidación de un espacio continental (bautizado con precisión por Gorbachov como nuestra casa común).Durante años, la CSCE fue uno de los pocos canales de comunicación entre los dos grandes bloques enfrentados por la guerra fría. Acabada ésta, puede decirse que el Acta de Helsinki y la CSCE que nació de ella desaparecieron para ser sustituidas por una nueva conferencia que, en noviembre pasado, firmó en la capital francesa la Carta de París y a cuyo amparo se ha celebrado ahora la reunión de Berlín. No se trata ya de crear "un clima de confianza mutua" o de propiciar el respeto de los derechos humanos, como era el caso en los tiempos de guerra fría, sino de institucionalizar la cooperación europea en lo económico, político, social y cultural. Así podrá establecerse el caldo de cultivo en el que prosperen el entendimiento de toda Europa y sus esfuerzos de integración.

La Carta de París era un documento difícil de llevar a la práctica, pero su sola formulación ya había supuesto una relación sustancialmente relajada. Aunque no hayan sido los esfuerzos de la CSCE los que han acabado con los enfrentamientos, sino el desmoronamiento del socialismo real, sería injusto afirmar que reuniones y documentos han sido pura palabrería. No debe regatearse a los líderes europeos el mérito de sus esfuerzos por llegar á un entendimiento en la vía de la construcción continental.

La invocación hecha en Berlín por James Baker, secretario de Estado norteamericano, a la necesidad de "extender la comunidad euro-atlántica a los países de Europa central y oriental y a la URSS" resume bastante bien el doble objetivo de la reunión: recordar que no queda más que una sola organización para la seguridad -la OTAN-, pero también dar luz verde a los esfuerzos por integrar el antiguo mundo socialista en un conjunto próspero y pacífico para que nunca más puedan estallar en él "conflictos y divisiones". La mera enunciación de los tres foros en que se ha dividido la conferencia de Berlín es reveladora: arquitectura de la seguridad europea, transición a la economía de mercado de las antiguas economías socialistas e intermediación para la prevención de los conflictos.

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Todo ello mira fundamentalmente el Este, lo que no ha dejado de levantar alguna suspicacia en los países de aquella parte de Europa que tienen problemas internos graves, especialmente la URSS y Yugoslavia, que padecen tensiones nacionalistas disgregadoras, o Turquía, en sus relaciones borrascosas con Grecia. Es cierto que, una vez disiminuida la misión estratégica del Centro para la Prevención de Conflictos que la CSCE había establecido en Viena, parece natural que se encargue de mediar en estos problemas. No obstante, debe irse con cuidado para evitar que el mecanismo de reuniones de emergencia previsto en la Carta de París para este tipo de conflictos llegue a ser utilizado para exacerbar las dificultades de cualquier miembro en beneficio de los intereses de otro. Ello desvirtuaría el objetivo de esta nueva Europa.

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