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Sublime puerta

La crisis del Golfo atrajo la atención sobre Turquía, olvidada un tiempo por los acontecimientos de la Unión Soviética, así como de Europa central y oriental.Con una progresión del 2,4% desde 1985, la población de este país supera hoy los 57 millones de habitantes y podría llegar a los 70 millones hacia el año 2000, casi tantos como Alemania. En el curso de la década precedente, la economía se desarrolló en notables condiciones con un sector industrial que ha aumentado en más de un 7% anual y, a pesar de la actual sombría coyuntura (debida en parte a la guerra del Golfo), las perspectivas de crecimiento a medio plazo siguen siendo excelentes. El presidente de la República, Turgut Ozal, ha hecho notar que, incluyendo en las estadísticas el producto de la economia sumergida,, el PNB turco debería de ser revaluado en un 60%. En lo económico, los turcos ya no sienten ningún complejo con respecto a Grecia, Portugal o España, es decir, los tres últimos países adheridos a la CE.

En el plano político, Turgut Ozal ejerce actualmente la plenitud de su poder. Pero, como en cierta manera ocurre con Gorbach.ov, el jefe del Estado turco es más popular en el exterior que en su propio país. Recordemos que, debido a la ley electoral, su partido (la Madre Patria) obtuvo en noviembre de 1987 el 64% de los escaños del Parlamento con solamente el 36,2% de los votos. Dado que el presidente es elegido por el Parlamento, la elección de Ozal a la presidencia, en octubre de 1989, fue contestada aunque perfectamente legal. El déficit de legitimidad fue tanto mayor cuanto que en las elecciones regionales de marzo de 1989, el paírtido de Ozal no obtuvo nada más que el 22% de los sufragios contra el 28% de los socialdemócratas y el 26% del partido de la Justa Vía.

¿Perderá el jefe del Estado las próximas elecciones, previstas lo más tarde para noviembre de 1992? No necesariamente, ya que puede modificar.la ley electoral y utilizar las divisiones de sus oponentes para cocinar, llegado el caso, un Gobierno de coalición. Como en cierta medida ocurre en Fr:ancia, su oposición está dominada por figuras inmutables: Inóriü, Ecevit y Dernirel; este último es el único que tiene verdadero carisma.

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A Ozal se le acusa de hacer una interpretacion muy personal de la Constitución y de cierto nepotismo, pero los reproches le resbalan como el agua sobre los patos salvajes, sin alterar esa confianza en sí mismo que tanto impresiona a los que le visitan.

Por encima de las vicisitudes del momento, se puede ver con toda claridad la forma en que Turquía enfoca su lugar en el mapa que se está rediseñando.

Este país está situado en la confluencia de dos mundos: el mundo turco propiamente dicho, que proviene de la zona uralo-altaica, y el mundo indoeuropeo. Es en el islam donde se da la síntesis de esas dos aportaciones.

Con demasiada frecuencia olvidamos que el Imperio Otomano estuvo esencialmente impregnado de tolerancia. Por eso Turquía celebrará en 1992 el quinto centenario de la llegada, en barcos enviados por el sultán, de los judíos que huían de la península Ibérica perseguidos a muerte por la Inquisición. Jamás hubo en Turquía progromos contra los judíos. La dureza de los otomanos fue sólo la propia de la época y, de hecho, las minorías fueron, en conjunto, bien tratadas, hasta el punto de que el estudio de los métodos administrativos del imperio suscita actualmente un renovado interés. Desde ese punto de vista, el genocidio armenio a principios de siglo constituye la excepción más que la regla. Hoy en día, la represión contra los nacionalistas kurdos en Turquía no puede compararse a la que sufren sus vecinos de Irak.

Con Mustafá Kemal Atatürk, Turquía eligió Europa y el laicismo y se propuso demostrar que islam y modernidad no son necesariamente incompatibles. Ésta sigue siendo la gran ambición de este país que ya ha ganado sobradamente su apuesta.

A pesar de todas las sacudidas del fundamentalismo, especialmente bajo la forma shií con la revolución iraquí, nada hace pensar que el laicismo pueda ser puesto en tela de juicio en Turquía. El movimiento islámico significa menos que Le Pen en Francia, y su forma de expresión es, posiblemente, menos virulenta.

La caída de la URSS ha abierto, o más bien reabierto, varias vías a Turquía. En primer lugar, el camino turco propiamente dicho, es decir, esa especie de cinta que engloba las repúblicas mulsumanas de la URSS (a excepción del Tayikistán, en el que la mayoría étnica está vinculada a Persia) y que va hasta Sinkiang (el Turquestán chino) y a Mongolia -e incluso hasta Pekín-, pasando por Altaï, el verdadero crisol del fenómeno turco.

Ankara ha sacado inmediatamente partido de esta realidad estableciendo lazos con esos pueblos olvidados, aunque evitando en todo momento desafiar a Moscú (los turcos piensan que los occidentales tienen una gran tendencia a alentar en las repúblicas cristianas -países bálticos, Armenla, Georgia- una independencia que les costaría mucho asumir).

En lo que se refiere a la Ruta de la Seda, Ozal espera que el modelo turco, síntesis de los cultos islámico y europeo, se impondrá sobre el modelo irano-paquistaní. ¿Cómo no suscribir este punto de vista?

Con la Armenia soviética, Turquia espera restablecer lazos de buena vecindad; Armenia no tiene elección si quiere librarse de la tutela rusa.

Del lado de los Balcanes, los turcos no reanudan sus lazos solamente con sus hermanos involuntariamente separados de Bulgaria y otros lugares, sino que, fundamentalmente, vuelven a tomar contacto con la historia: Bulgaria, Moldavia, la Tracia oriental, Yugoslavia... Ankara cree que puede y debe jugar un papel estabilizador en el gran reordenamiento que se está llevando a cabo. El presidente Ozal ha expuesto un ambicioso proyecto de cooperación entre países ribereños del mar Negro, en el que Moscú está interesado, pero cuya realización puede verse frenada por una insuficiencia de capital.

Desde el punto de vista étnico, Ankara desea retomar contacto con un conjunto de 150 a 200 millones de turcos, no para exacerbar los nacionalismos, sino para lograr, en la aurora del siglo XXI, la adaptación pacífica que el siglo XIX no supo realizar.

Nos volvemos a encontrar, aunque en otra configuración, con los tres grandes actores tradicionales en lo que a la Europa central y oriental se refiere: Alemania, Austria-Hungría (eso ya se sabe), pero también Turquía.

Hacia el sur, Turquía piensa jugar también un papel moderador entre Irán, su gran rival de siempre (con este espíritu, Ozal recibió a Rafsanyani y trató de demostrarle las virtudes del laicismo) e Irak. Aquí, los puntos de vista de Ankara son menos convincentes, pues la dimensión kurda empaña cualquier otra consideración. Por el lado de Siria, el contencioso es fuerte: un asunto territorial (Damasco sigue reivindicando el Sandjak de Alexandrette), el problema de las aguas del Éufrates, la cuestión del movimiento kurdo PKK resguardado en el Líbano. Pero Ankara piensa que el margen de maniobra de Siria es estrecho, y como el maquiavélico Hafez el Assad no es eterno, se contenta con esperar.

Queda Europa. Los turcos están muy dolidos por la escasa consideración que se les tiene y por la ligereza con la que el acuerdo de asociación de Ankara de 1963 ha sido, o más bien no ha sido aplicado, según ellos. Consideran la entrada de Grecia en la CE como una injusticia y se revelan contra la falta de objetividad con la cual los medios occidentales han dado cuenta de sus esfuerzos en favor de los refugiados kurdos de Irak. Su exasperación parece especialmente viva con respecto a Francia, hacia la que muchos se sienten atraídos. Todo esto explica en gran parte que el presidente Ozal se haya alineado totalmente con EE UU durante la crisis del Golfo.

Sea como sea, ya es tiempo de que los países motores de la Comunidad lancen una nueva mirada hacía la Sublime Puerta, que establezcamos un nuevo y sustancial diálogo. Ninguna organización de Europa será viable sin tener en cuenta a Turquía. Los soviéticos lo han comprendido rápidamente; no seamos nosotros los últimos.

es director del Instituto Francés de Relaciones Internacíonales.Traducción: M. T. Vallejo.

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