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El despertar de la provincia

Quizá una de las buenas consecuencias que van teniendo las autonomías españolas sea su creciente actividad universitaria e intelectual. El profesor, el científico, el investigador que trabaja dentro de su territorio no se siente ya en situación provisional, interina, pendiente de lograr el ascenso o el traslado, antes tan soñado, a Madrid o Barcelona. Es un cambio radical de actitud que venía produciéndose desde hacía años -y no sólo en España-, al que las nuevas autonomías han sabido encauzar creando los oportunos organismos, instituciones y centros de investigación, y ayudando al surgimiento de editoriales y otras formas de comunicación cultural a la altura de los tiempos y de las necesidades concretas de esa inteligencia local.No debe extrañarnos esta evolución. En Madrid y en Barcelona falta espacio, y falta tiempo -sobre todo tiempo- para dedicarse a pensar, a investigar, para escribir, para producir algo original. Los días contados que tiene la vida se disipan en diligencias vanas, en idas y venidas sin ninguna utilidad. No se vive con el sosiego y la distancia que requiere el quehacer intelectual, y, por eso, cada vez más, el pensamiento y la creatividad se van afincando en la provincia, donde encuentran lugar más propicio. Un ejemplo bien claro: Miguel Delibes, nuestro máximo novelista actual, sigue practicando la sabiduría de vivir en Valladolid, defendiéndose de tantas tentaciones como habrá tenido, sin duda, en estos sus años más gloriosos. Otro ejemplo: la mejor y más vivaz revista literaria que se publica estos años en España es la ovetense Cuadernos del Norte, creada y dirigida por Juan Cueto. Las capitales provinciales van dejando de ser provincianas, unas deprisa, otras más lentamente, pero ninguna sigue dormida. Gozan de las mismas diversiones, de las mismas ofertas, de la misma información que las dos grandes capitales señaladas, salvo quizá en menor cuantía del espectáculo teatral, que exige aforos importantes para su rentabilidad.

Con la ventaja de que sus habitantes pueden llegar al campo, es decir, a la naturaleza y la soledad, en cinco minutos.

Mis aficiones de escritor, disfrazado esta vez de historiador en busca de las huellas que dejó mi familia materna en el siglo XIX, me llevaron a la región murciana. Y tuve la fortuna de conocer allí al profesor Juan Bautista Vilar, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia, que ha resultado ser para mí una brújula luminosa que me ha permitido navegar por el mar misterioso de archivos y documentos. Vilar es justamente una confirmación -habrá otras muchas, sin duda- de ese renacimiento de la labor cultural de la provincia.

Vilar es alicantino: nació en Villena, cerca de las riberas del Vinalopó, en 1951, y es profesor titular desde 1975 y catedrático desde 1987 en la Universidad murciana. No ha parado un momento en su actividad investigadora, centrada sobre las relaciones internacionales de la España contemporánea, las emigraciones de los españoles durante el siglo XIX, la primera revolución industrial de nuestro país, las minorías religiosas del siglo pasado, la historia regional de Murcia y del sur valenciano, y, últimamente, la cartografía histórica española y las relaciones de la región murciana con América. Naturalmente, para esa labor de primera mano no se ha quedado sentado en su sillón magistral, sino que se ha movido por el ancho mundo, ha dirigido tesis doctorales en España y en Argelia, de cuya Universidad de Orán fue profesor invitado. Es fundador y director de los Anales de Historia Contemporánea, además de formar parte de los consejos de redacción de varias revistas de historia. Es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, numerarlo de la Association pour l'Avancement des Études Islamiques de París, y correspondiente de la World Union of Jewish Studies de Jerusalén y del Centro de Estudios Sefardíes de Caracas. Ha publicado más de 30 libros (dos de ellos fueron reseñados recientemente en este periódico), amén de numerosos artículos, traducidos frecuentemente a otras lenguas. Ante esta lista, me pregunto: ¿hay muchos que den más a los 40 años de edad?

Yo descubrí a Vilar leyendo -más bien absorbiendo- dos libritos que dedicó al Cantón murciano. Me interesaba mucho la historia del Cantón de 1873 porque mi abuelo, Juan Spottorno, entonces soltero, corrió gran peligro en aquellas jornadas memorables y por ello yo, como el protagonista de la película Un yanqui en la corte del rey Arturo, corrí el inmenso peligro de no haber nacido. Los datos que me ha dado sobre la famosa aventura de los federales intransigentes me han aclarado el camino de mi azarosa búsqueda familiar. Pero Vilar no es un puro erudito; como buen historiador, sabe que la historia, es decir, eso que le ha *do pasando al hombre en su andar por el tiempo, es una verdad muy peculiar que requiere hipótesis e interpretaciones. Sin ambas, la historia sería un caos de datos y no se sabría cuáles de ellos buscar. Además, Vilar tiene pluma ágil y da a sus páginas, cuando se mete en temas amplios, ese claroscuro que hace de la historia seria, al tiempo, historia apasionada.

Un ejemplo entre otros este del profesor de Murcia que demuestra el despertar de las regiones. El gran peligro para ellas sería que llegaran a un exceso de regionalismo y se encerrasen tras los muros de su ensimismamiento particular; aún deben resonar esos trabajos de que hablamos en el mundo cultural de nuestras dos grandes capitales para que alcancen la repercusión nacional que tantos de ellos merecen. Pero no cabe duda de que, como pedía el autor de La redención de las provincias en 1930, la provincia ha comenzado a ponerse en pie.

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