_
_
_
_
_
Tribuna:LA REVOLUCIÓN DE LAS TELECOMUNICACIONES
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El futuro en movimiento

La tecnología, según el autor del artículo, conduce inevitablemente del monopolio al mercado. Las nuevas posibilidades de la técnica ofrecen para este fin de siglo, junto con las nuevas políticas reguladoras, todo un surtido catálogo de oportunidades para usuarios, empresas de servicios, industrias, etcétera.

Las telecomunicaciones, antes tejido nervioso y hoy, cada vez más, aparato circulatorio del mundo moderno -caso del dinero electrónico-, están destinadas a ser protagonistas principales de este fin de siglo y factor de importancia central para la próxima centuria.Este protagonismo, resultado de una relación entre las necesidades del mundo contemporáneo y las posibilidades de la ciencia y la tecnología con la mediación de la empresa moderna, se encuentra hoy sometido a profundos cambios nunca acontecidos en este sector y cuyo desarrollo determinará finalmente el porvenir. Esencialmente son dos los agentes del cambio que explican y fundamentan la crisis del sector.

De una parte, las tecnologías -integración de componentes, potencia de los ordenadores, avance del software, optoelectrónica y optimización de la transmisión radioeléctrica- que determinan nuevas posibilidades y que, combinadas, enriquecen cada vez más la oferta de los servicios.

De otro lado, las políticas reguladoras. Conservadoras y de escasa movilidad hasta ahora, están siendo sustituidas por otras que segregan las funciones antaño integradas verticalmente (regulación, explotación, industria proveedora). Este proceso abre el mercado a la competencia industrial y de servicios, generando fenómenos de panregulación hasta ahora desconocidos. Es el caso de la ya famosa desregulación norteamericana, la apertura del mercado japonés y el mercado único europeo liberalizado.

En las nuevas condiciones ambientales, la oferta estará basada en la innovación, calidad y eficiencia, parámetros que no exigía la situación anterior. La demanda se caracterizará por factores tales como la utilidad, la posibilidad de elección y la movilidad, elementos de decisión que en el pasado desempeñaban un papel marginal o prácticamente inexistente.

Digitalización

La estandarización y la digitalización tendrán, por su parte, una gran influencia en la conformación del mercado. La estandarización -de alcance muy limitado hasta el momento- permitirá economías de escala imposibles hoy, salvo en mercados aislados, como el de Estados Unidos y quizá Japón, así como una libertad de elección que el usuario de telecomunicaciones apenas si había conocido.

La digitalización de procesos y señales implicará una reducción de costes y una mejora de los servicios asociada a las posibilidades que ofrece la generalización del uso de técnicas digitales.

En este contexto, el fenómeno de la comunicación, entendida como la conmutación, transmisión y control de la información, presenta tres frentes de desarrollo:

- La red digital de servicios integrados, que el usuario sentirá asociada a la difusión de facilidades técnicas de comunicación.

- La red de banda ancha, relacionada con los medios de comunicación en general y la televisión en particular.

- La telefonía personal; es decir, la comunicación en movimiento.

Este último frente es el único realmente revolucionario y poco menos que imprescindible para el hombre futuro.

La posibilidad de comunicarse sin hilos existe hace mucho tiempo. La extensión de su uso, con garantías técnicas adecuadas y a un precio razonable, representa, sin embargo, una novedad.

En el horizonte del año 2000, la CE prevé más de 16 millones de usuarios de telefonía móvil celular, 13 millones de servicios de mensajería y más de 100 millones de teléfonos sin hilos de uso doméstico y oficinas.

Para afrontar este importante desafío, la CE ha puesto en marcha diversos programas tecnológicos con objeto de armonizar, dentro de un mercado único, el desarrollo de estos nuevos proyectos:

- GSM, para la telefonía digital móvil celular.

- ERMES, para radiomensajería.

- DECT, para comunicaciones sin hilos.

La posibilidad de comunicarse en movimiento conecta de manera tan evidente con las necesidades potenciales del hombre contemporáneo que, como hacía muchos años no sucedía -salvo el reciente caso del fax-, la aparición de una nueva tecnología ha tenido un éxito de aplicación inmediato.

El usuario tardará muchos años todavía en asimilar la utilidad práctica de la red digital de servicios integrados. Para entonces, la comunicación en movimiento estará completamente extendida. El fenómeno de la espera tecnológica, o retraso en la asimilación por el hombre de las nuevas oportunidades que ofrece el desarrollo tecnológico, no tiene lugar en las comunicaciones móviles.

La extensión de los nuevos servicios de telefonía celular móvil en el mundo, dada su obvia aceptación social, tiende a desarrollarse de manera extraordinaria, con la única limitación de las políticas nacionales de regulación de la explotación del servicio.

En aquellos países en los que se ha favorecido y liberalizado el mercado, la respuesta no se ha hecho esperar. Como consecuencia de ello, la demanda ha crecido de manera espectacular en los países escandinavos y en el Reino Unido. Otros países de la Europa continental, menos aperturistas, apenas si han extendido este mercado.

Con las tecnologías radiomóviles se han puesto de manifiesto, por primera vez en la historia de las telecomunicaciones, los inconvenientes de poner puertas al campo.

Hasta ahora, el concepto de red física y universal de telecomunicaciones, por sus propios imperativos tecnológicos, justificaba, desde todos los puntos de vista, la explotación en régimen de monopolio. Sólo desde este modelo podía extenderse el desarrollo de las redes con carácter casi universal e intensificar los servicios prestados a determinados grupos de usuarios.

En última instancia, incluso en los países con políticas más liberales en la materia, como el Reino Unido y Estados Unidos, a lo máximo que se ha llegado ha sido a cambiar un monopolio por un duopolio o, a lo sumo, oligopolio, lo que, con vistas al usuario, está muy lejos de ser un mercado de competencia perfecta.

Con la explotación de las redes inalámbricas aparece con todas sus posibilidades la competencia y, en consecuencia, el auténtico mercado. Ahora, para llegar al abonado, todos los proveedores del servicio se encuentran igual de cerca o de lejos, con independencia de la antigüedad de prestación.

Ante la situación creada, los países europeos han respondido con políticas diferentes que cabe agrupar en dos corrientes básicas: por una parte, el Reino Unido apuesta por privilegiar el mercado y favorecer la expansión de los nuevos servicios radiomóviles; por otra, Alemania y Francia han optado por defender sus intereses tecnológicos e industriales asociando la evolución del mercado a las posibilidades tecnológicas de sus industrias. Los resultados de ambas políticas son muy elocuentes. Mientras que la tasa de penetración (abonados móviles / abonados normales) del Reino Unido es hoy del 20%, en Alemania y Francia apenas alcanza o supera el 4%.

El mercado británico, abierto sin limitaciones a nuevas tecnologías, se ha convertido hoy en el centro de las comunicaciones móviles del futuro, hasta el punto de que al Ministerio de Industria y Comercio de dicho país, haciendo de la necesidad virtud, se le puede considerar pionero de la que habría que llamar nueva frontera de las comunicaciones móviles: la comunicación personal.

La incorporación de nuestro país a este proceso de cambio y de nuevas perspectivas de las telecomunicaciones, aunque tímida, ofrece razones para el optimismo.

El caso español

España, carente de tradición y de competencia tecnológica en el campo de las radiocomunicaciones móviles y sin razonables posibilidades de tomar posiciones con soluciones propias de la nueva aventura, tiene, sin embargo, muy buenas bazas que desempeñar al respecto.

El dominio de las tecnologías radiomóviles en el presente y en el futuro próximo es y será una cuestión de pocos. Hoy, apenas media docena de industrias se reparten el mercado mundial y las tecnologías punta asociadas al mismo. Mañana puede que incluso menos empresas mantengan un control completo de estas tecnologías (comunicaciones locales sin hilos, telefonía móvil automática y/o comunicación personal y comunicación personal vía satélite). Por otra parte, este dominio tecnológico, fruto de la especialización más que de la dimensión empresarial, no se corresponde necesariamente con el mercado clásico de las telecomunicaciones.

El claro dominio tecnológico y del mercado móvil por empresas no comunitarias, cuando en la CE residen acreditados líderes mundiales del sector, como Alcatel y Siemens, además de las limitaciones de los primeros sistemas analógicos -más teóricas que reales- y, en última instancia, el mercado único, sugirieron la puesta en marcha del programa comunitario GSM (sistema paneuropeo radiocelular digital). Así, la industria comunitaria planteaba una respuesta al mercado que cada día que pasa se presenta más problemática.

En defensa de su industria, Alemania y Francia, líderes naturales del GSM, han cerrado sus mercados a los progresos actuales en telefonía celular móvil analógica, sin que los usuarios de sus respectivos países sepan a ciencia cierta cuándo, cómo, a qué precio y con qué prestaciones tendrán un servicio GSM que pueda mejorar (si no, ¿para qué?) el que hoy disfrutan los británicos y, en menor escala, italianos y españoles.

Del pragmatismo británico en este campo es de donde más enseñanzas pueden sacarse con vistas al futuro. La política seguida por el Reino Unido en materia de telecomunicaciones (justamente la contraria de Alemania y Francia) ha desnacionalizado la industria (como en España) y ha potenciado los servicios.

El éxito de mercado en la implantación de la moderna telefonía móvil en el Reino Unido (más del doble de usuarios que Alemania y Francia juntas) ha agotado las posibilidades tecnológicas vigentes y ha abierto la puerta a un nuevo concepto de telefonía radiomóvil personal basado en terminales de bajo coste y dimensiones y prestaciones adecuadas a uso urbano.

Hoy, la comunidad científica y empresarial del mundo de las telecomunicaciones acepta cada vez más que el GSM, salvo que pase a llamarse GSM-PCN (es decir, telefonía personal digital), difícilmente se abrirá un hueco en el mercado compitiendo con las soluciones analógicas ya implantadas e incorporando el PCN tal y como está siendo concebido en las islas Británicas.

España, con 40 millones de visitantes de origen mayoritariamente europeo, además de sus otros 40 millones de habitantes, con un nivel de vida cada vez más próximo a los de la CE, puede optar a ser uno de los más importantes mercados europeos. En este caso, afortunadamente, no hay tecnología ni solución técnica nacional que defender. La Administración, con su última decisión de no esperar a soluciones GSM e introducir el sistema TAC 900 de terminales miniaturizados, ya ha puesto la primera piedra. El paso siguiente sería aumentar la liberalización y la competencia al estilo inglés, por el que múltiples proveedores de servicios de telefonía móvil compiten en un mercado en el que la red puede seguir centralizada en Telefónica.

Si nuestro país fue en el pasado, en cierta manera, protagonista en lo que a tráfico internacional y transmisión de datos se refiere, ¿por qué no exigirnos una colocación equivalente en este nuevo y emergente mercado? Estas iniciativas, por cierto, pueden plantearse desde aquí con empresas propias, sin esperar a que también en este sector, donde todo es nuevo o casi nuevo, nos vuelvan a colonizar. En el plano industrial y tecnológico, un mercado atractivo puede desempeñar a su vez un relevante papel de intermediación en la transformación que deje aquí el máximo valor añadido.

Jesús Banegas Núñez es director general de Amper.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_