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Reportaje:EL GOCE URBANO

El hombre feliz

Puede que estemos ante la panacea para conseguir una banda musical estable, a salvo del trasiego y del sentido pelín peyorativo de la palabra mercenario. Aquí van nombres y credenciales de un no-grupo, no-llamado La Troupe. Chus Herrera, de Glutamato Ye-yé y Pecadores; Nany Moure, Toreros Muertos; Howard Toshman, Water Boys; Pablo Bicho, divertidas voces, guitarra y percusión. Dick Zapala, pura pasión; Rafa Kas, toda una descarga a la guitarra.; Blanca Xoxonees, rap latino y baile, mucho baile; Coco Watios; Montana; Raimundo; Poch; Ángel, y Las Guais.Los promotores recomiendan "no escoger más de tres; hemos comprobado que cubren ampliamente una noche de fiesta. Tratamos de combatir las formas aburridas de hacer grupos y ofrecemos la posibilidad de contratarnos casi por lo que cuesta conocernos". Esta idea de música, mitad a la medida, mitad lista para llevar, tiene su sede en la calle de Valverde, 10. Teléfono 521 69 05.

Pocas veces se han escuchado verdades tan ciertas como la siguiente: un país sin gastronomía no puede ser un país culto y, sobre todo, nunca será un país feliz. ¿Qué ocurre en América? Allí donde las carencias se arremolinan como pulgas en perro flaco, viven y mueren los primeros exportadores de colesteroles y venenos similares. Madrid no es así, por fortuna.

Carmen Maymó, catalana adoptada por el foro, nos devuelve el favor con el resultado de dos años de trabajo en torno a una mesa. Madrid sabroso es el título de su libro. Pero no busquen recetas ni crítica gastronómica. La autora no ha desaprovechado la ocasión de conocer los secretos de la mejor cocina. Tampoco ha olvidado las escenas que cada día cientos de personas protagonizan a la hora de comer. "Es un libro de sociología. Detalles vividos y comidos dentro de un restaurante. Madrid tiene un sabor agridulce, y eso es bueno".

'Huevos de centurión'

En la obra de Maymó no falta el repertorio de anécdotas. Desde la finísima señora que presume de comer a menudo huevos de centurión, "hasta un equipo de baloncesto americano, ansioso por probar un arroz especial. Lo servimos con tinta de calamar, a la catalana, negro... como ellos. Superada la sorpresa del primer momento, resultó una comida muy agradable".Para Carmen Maymó existe la ceremonia, el ritual de "sentarse para comer unas simples lentejas". Dedica su libro "al último comensal. El que alarga la sobremesa hasta media tarde, fumándose un puro y saboreando un licor. El que retrasa su vuelta a la oficina. El que no renuncia a disfrutar un pedazo de atmósfera del local, que para eso lo compra".

En la portada de estas memorias de restaurante, Carmen aparece retratada por Schommer junto a 16 grandes de la cocina. En las últimas páginas se incluye una relación de restaurantes y, entre medias, imágenes de los protagonistas. En carne y hueso o en forma de histórico mostrador, que en Madrid los hay de sobra.

Aislados y felices

Comer no significa obligatoriamente engordar. Una buena mesa es una flecha directa al bienestar. Menos atávicos son los últimos inventos de la ciencia, capaces de hacernos descansar más en menos tiempo. Deje que las máquinas vivan por usted. Lo primero que nos sugiere la cámara de aislamiento sensorial es aquel orgasmotrón que utilizara Woody Allen en su premonitoria y cinematográfica visión del futuro. Lo segundo, la risa de ver nos convertidos en calimeros dentro de esa bañera en forma de huevo gigante. Lo tercero, cierta claustrofobia.Marta Pérez y Victoria Martínez, homeópatas y responsables de la clínica de medicina integral y terapias alternativas a la que consultamos, aseguran que algunas personas no se atreven a probar, "pero nadie lo ha pasado mal una vez dentro. Apagas la luz, quitas la música, y pasas a un estado de falta de gravedad tan relajante que sus efectos se mantienen después de la sesión. Combate el insomnio, los dolores musculares, la ansiedad y algunos problemas relacionados con el embarazo, además de la hipertensión y ciertas toxicomanías...".

La primera vez que Marta Pérez oyó hablar de una burbuja de aislamiento, supo que John Lennon era el feliz poseedor. "Flotas en una mezcla de 300 litros de agua con 300 kilos de sal magnésica. Lo cierto es que sales de allí como un bacalao. Algunas personas completan la sesión con las famosas gafas estimuladoras Mega o Beta Brain".

Con la burbuja de aislamiento ignoras que estás en un sitio cerrado, cómo, cuánto y cuándo. Con las gafas, los ojos y el cerebro reciben una descarga de luces y sonidos, agradables para unos, irritantes para otros. La cuestión es borrar el mundo de nuestras cabezas para seguirlo soportando. Algo funciona bien. Sólo nos faltó preguntar si la feliz estancia puede ser compartida. Cliniter está en la calle de Mejía Lequerica, número 12. Una hora de aislamiento cuesta 4.000 pesetas.

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