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Divagaciones sobre la fiesta

En un reciente artículo titulado Suertes cambiadas, después de ciertas reflexiones literarias, su autor, Felipe Benítez Reyes, llega a la conclusión de que el toreo "puede pasar perfectamente sin literatura". No podemos estar de acuerdo, porque ello equivaldría para nosotros a que el toreo puede existir sin visión literaria, por tanto, sin realidad, tomando precisamente por realidad la única verdadera, es decir, la poética.No es lo mismo, o no debiera serlo, poner el dedo en la llaga que la llaga en el dedo, que es lo que viene a hacer el joven poeta amigo Felipe Benítez. Porque no es igual cambiar las suertes del toreo que cambiar la, suerte del toreo. El creador -ya sea torero o espectador- cambia la suerte del toreo, lo inventa, lo poetiza, haciéndolo verdadero, existente, real.

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Que el toreo sea lírico, épico o dramático dependerá en buena parte de lo que sean torero, toro y público, pero el resultado final de ese común denominador será siempre singular, singularísimamente lírico, épico o dramático. Para ser vivo. Nos dice Novalis: "El hombre es lírico, la mujer épica y, el matrimonio dramático", a lo que tal vez se correspondería en la plaza un toro lírico, un torero épico y un público dramático, sin duda una mala corrida de toros, que es lo mismo o viene a ser igual que un gran espectáculo.

Ni el gesto ni la gesta son aspectos trascendentes del toreo. Lo es, sin embargo, el desplante en la plaza y frente al toro. Pero el desplante de quedarse con el toro ensimismado, toro y torero ensimismados, plenos de sí mismos, que es lo contrario de la horrenda displicencia del gesto triunfal que deja al toro solo y al torero en ridículo olor de multitud.

El pasado jueves, 16 de mayo, el torero Ortega Cano supo añadir a la armonía del estilo de su ensimismada y magistral forma de torear la pausa amorosa del desplante. Como una nota superior que interrumpe el laberinto de la faena, sin buscar la salida, sin pretender encontrarla, entregando el alma para adentrarse aún más en su misterio, ese quedarse solo toro y torero en la comprensión recíproca y trascendente de una misma soledad, en el entendimiento de lo que Landsberg en su 'Intermedio taurino' de su magnífico ensayo La experiencia de la muerte reconoce como "un esplendor que no puede consistir en su resultado, sino sólo en la dignidad misma del acto". Lo definitivo es lo inefable, nos dice el filósofo alemán.

Dureza duradera

Toreo de verdad, tan de verdad que a su autor César Rincón le ha parecido un sueño. "Dureza duradera de lo fuerte". Como se dijo del gran César Vallejo, este singular torero no puede evitar -no quiere hacerlo- dejar presente la huella fresca de significación acentuadamente americana", aportando en este caso a su expresión torera un sentir original y propio "nacido del ámbito telúrico, geográfico y social de donde surge".

El toreo de verdad, en toda su aparente sencillez, profundidad y estilo. Con un singular acento de humildísima serenidad, con luz propia de una casi imperceptible inteligencia que se transforma en agudísima intuición torera. Hay en su toreo como una inevitable certeza de lo ineludible. César Rincón no ha querido, precisamente, poner las cosas en su sitio, el toreo en su sitio..., sino acompañarlo humildemente en su estricta verdad. No ha sido, lo suyo, una lección; el verdadero creador nunca da lecciones, sino, simplemente, una elección. Una trascendente, hermosísima y valerosa elección.

Fernando Bergamín Arniches es escritor.

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