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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Visto y no visto

Bireli Lagrene QuartetBireli Lagrene (guitarra), Koono (teclados), Lars Danielsson (bajo) y Fabien Haimovici (batería). Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista. Precio: 1.000 pesetas. Madrid, 28 de mayo.

Tal es la precocidad con que los niños gitanos se acercan a la guitarra, que muchos de ellos son apenas un flequillo sobresaliendo por encima de la caja cuando cogen el instrumento por primera vez y, en cuanto asoman la barbilla, se consideran suficientemente maduros para interpretar la música del gran gitano belga Django Reinhardt, resumen y ejemplo de toda una manera europea de entender el jazz, y que tras obtener renombre internacional a finales de los años treinta, falleció en 1953. La historia se repite continuamente y debe haber cientos de anónimos aprendices de Django esperando su oportunidad.

Bireli Lagrene fue uno de los elegidos. Tiene 24 años, pero a los 13 grababa su primer disco, Routes to Django, para satisfacer su deuda con el maestro. Después, ha evolucionado y se ha abierto a otras influencias como las de John McLaughlin, diversos guitarristas bop, como Pat Metheny y, en fin, a todas aquellas que le permitieran sacudirse el peso de la tradición. Así, Lagrene, como quedaba explícito en el raiders inscrito en la gorra de jugador de béisbol que lució en su concierto, se ha entrenado duramente para enfrentarse cuerpo a cuerpo y de igual a igual con los guitarristas del momento.

Virtuosismo

Apabulla con su técnica y tiene ese virtuosismo a la moda, cifrado en mover los dedos tan rápidamente como los del ilusionista en un visto y no visto que, como todo truco, juega a engañar los sentidos. Tocó exclusivamente la guitarra eléctrica, y de nada valió que una mano bienintencionada depositara sutilmente en un extremo del escenario una bonita guitarra acústica. No parecía tener la noche delicada y eludió buena parte de los mejores temas de su último disco, Acoustic moments, para centrarse en una especie de suite monótona e interminable, coartada, además, por las dramáticas limitaciones de su grupo acompañante.El batería Fabien Haimovici puso a juego su cara de susto con movimientos de principiante, desajustados y torpes, que ni una amplificación exagerada logró disimular. Lars Danielsson confirmó con su excepción la regla de merecido prestigio de que gozan los bajistas nórdicos, y el teclista Koono, aun siendo el mejor, no pasó de ir desgranando rutinariamente desde sus teclados todos los clichés, inofensivos e ingenuos, típicos del jazz eléctrico. La próxima vez sería deseable ver a Lagrene en solitario o junto a músicos de verdad.

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