Desvergüenza total
Navarro / Domínguez, Ojeda, Niño de la Taurina
Toros de Concha Navarro, grandes excepto 3º, sin trapío,- sospechosos de pitones, inválidos totales y adormecidos; 5º rodaba continuamente por la arena. Dos devueltos al corral por su inutilidad. Sombreros de Alcurrucén, de gran trapío: 3o bravo y noble, 6º manso y bronco. (La corrida anunciada de Aldeanueva fue rechazada en el reconocimiento por falta de trapío).Roberto Domínguez: estocada caída y descabello (algunas palmas); pinchazo hondo perpendicular atravesado y dos descabellos (división). Paco Ojeda: media infamante en el costillar (silencio), dos pinchazos bajos y bajonazo infamante (protestas). Niño de la Taurina: bajonazo (pitos); pinchazo, bajonazo y descabello (silencio).
Plaza de Las Ventas, 27 (le rnayo. 18ª corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".
Sacaron seis perros grandones con cara de drogadictos a la mayor gloria de dos figuras de pega, y si la afición no estaba conforme, ya le podían ir dando. Le dieron. Por mucho que protestara la afición, por mucho que los perros-grandones-drogadictos rodaran por la arena o la caminaran cansinos, borrachuzos y gilís, las figuras les dieron lidia, o lo que fuera aquello. El presidente sólo cambió dos de los seis y correspondían al espada que iba dé relleno en el cartel. También es casualidad. Pero como la afición ya está demasiado mayorcita para creer en las casualidades, aquello del palco le pareció una arbitrariedad, un descaro y un abuso, que se enmarcaba en la total desvergüenza que fue toda la corrida, ya desde su mismísimo planteamiento.
Desvergüenza fue la corrida de Aldeanueva anunciada, que los veterinarios rechazaron íntegra por el impresentable.
Desvergüenza el estado en que salieron los toros de Concha Navarro, ágiles, veloces y enfurecidos nada más aparecer en el redondel, es cierto, pero dos minutos después les cambiaba la personalidad y se convertían en otros animales distintos, cojitrancos, somnolientos, foriburros, sin resuello para embestir y con evidentes ganas de dormirla. Desvergüenza el montaje de las propias Figuras, poniendo farrucas posturas delante de aquellos inocentes. Desvergüenza el acuchillamiento vil con que los ejecutó un tal Ojeda, y también la desmesurada ceremonia para manejar el instrumento de matarife llamado descabello, con que un tal Domínguez intentaba tapar su mediocridad en la suerte suprema del toreo.
La afición protestaba aquella ruina de ganado, y los toreros, el presidente con ellos, se llamaban andana. Y con estas se llegó al cuarto. Y entonces Roberto Domínguez se dispuso a empezar la faena con claras muestras de indignación. Si en vez de un toro perruno le hubiera estado esperando un toro de casta, posiblemente no habría tenido necesidad de indignarse tanto.
Con crispada sofoquina (vale decir sofocada crispación; casi es lo mismo), Domínguez porfiaba cites con el pico, para no perder la costumbre. Naturalmente, el toro perruno no embestía, pues lo que quería era un hueso, y el público protestaba mientras tanto, con más ruidosa insistencia los aficionados del tendido siete. Tuvo entonces una ocurrencia Roberto Domínguez: llevó el toro perruno a sus cercanías, para demostrarles que se estaba jugando la vida. No me diga. Por sus gestos, parecía proponerles que bajaran ellos a torear. No me vuelva a decir. Ahora resulta que, encima de cobrar un dineral, quieren los toreros que les hagan el trabajo los (que pagan.
Por la propia naturaleza de las cosas, tras el cuarto llegó el quinto, y ese toro, además de cojitranco, somnoliento y fofiburro, se caía cada vez que Ojeda intentaba un pase. No siempre igual, pues ofreció un amplio repertorio de caídas: patas arriba, panza abajo, a babor para rodar como una pelota, de hocico dejándose en la candente la dentadura...
Ningún toro devolvió el presidente al corral, excepto los del Niño de la Taurina, ya es casualidad. De los sobreros, uno era toro de bandera Y Niño de la Taurina no le ligó los pases. Embestía el toro pronto, encastado y Fijo, le daba un pase, y se precipitaba a distinto terreno para iniciar el siguiente. Al otro sobrero, manso y violento, lo despachó con brevedad. Decir ahora que Niño de la Taurina fracasó en la ida de dos toros enteros y verdaderos, mientras para las figuras del cartel hubo perros con cara de drogadictos, naturalmente sería un sarcasmo. Pero en el taurinismo eso está a la orden del día. Precisamente es la injusticia el primer fundamento de la desvergüenza generalizada que ha invadido la Fiesta.
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