_
_
_
_

El cólera de los pobres

De los siete millones de habitantes de Lima, la mitad carece de agua potable y letrinas

Durante el viaje a los infiernos de la miseria peruana que es la ruta del cólera, un único pensamiento se adueña del estómago y la cabeza: salir de este país en el que la pobreza, la insalubridad, el hambre y la desesperación abofetean los ojos, el olfato y el cerebro. El cólera hoy en Perú es sólo una nueva lacra que sumar a una situación caótica, "una raya más al tigre", como dicen los peruanos, que la asumen con la naturalidad que da ver cómo cada día mueren 12 de cada 100 niños que nacen; que la mitad del país carece de agua potable y letrinas; que el terrorismo se ha cobrado 20.000 víctimas en los 10 últimos años, y que el narcotráfico intenta convertirlo en el sustituto de Colombia.

Más información
Viajero sin fronteras

En Mi Perú, uno de los poblados jóvenes de chabolas del cinturón de Lima, anclado en las arenas negras del desierto, donde cualquier vida parece un milagro, Presinda Marín, una mestiza india de 40 años, confiesa junto a su hijo Justo Óscar, un mudo de 16 años, y su hija Mari Carmen, de 14, que "han estado muy malitos con el cólera, aunque ya lo pasaron". En el interior de la chabola de estera y trapos la mugre es tal que resulta un prodigio. Afuera, los excrementos se mezclan con los perros sarnosos, y el agua que ahora reparte una camioneta municipal es un lujo que hay que comprar. Mi Perú es afortunado, tiene luz y un flamante puesto médico con consulta hasta las dos de la tarde.Justo Óscar come en la calle y fue el primero de la familia, y casi del poblado, en atrapar el cólera. Un caso más de los 200.000 desde que la epidemia comenzó a finales de enero, con un saldo de más de 1.500 muertos.

Presinda, madre soltera, cuenta con naturalidad cómo a los tres años mi mamá me regaló a una familia de plata de Lima porque éramos pobres y pensó que así podría comer". Es una de las pioneras de este poblado de 5.000 familias que trepa esteras arenas arriba, gentes llegadas de Chiclayo, Cajamarca o Chimbote. Presinda tiene un infiernillo de queroseno y hace las necesidades en un balde que luego arroja a la puerta. Es una más entre los millones de personas -casi el 50% de la población de siete millones de Lima- que vive en estas condiciones: sin alcantarillado, letrinas, agua corriente ni recogida de basura.

Encarnación Sarmiento, una mujer con nueve hijos, orgullosa de ser la "asistenta de promoción social a nivel del poblado", se lamenta: "Hacen las necesidades en la bacinilla y lo tiran en la calle o en los rincones. Tuvieron que ver a los muertos esperando dos días, sin cajas para enterrar, para ponerse en alerta". En Mi Perú ha habido más de 70 casos de cólera, aunque sólo tres muertos declarados.

Un grifo y 400 familias

Lima es esto: San Isidro, Miraflores, Barranco o Monterrico, los barrios de la burguesía a los que el cólera no ha tocado, aparte. Poblados miserables en la arena del desierto. "En el centro de Lima hay lugares peores de nivel de vida y hacinamiento, donde 400 familias viven con un solo grifo", dice la epidemióloga española Charo Torres, médica de Paz y Cooperación, que trabaja en otro pueblo joven ya mítico, Villa Salvador, premio Príncipe de Asturias 1987.La otra Lima, la que fuera ciudad jardin hasta los años cuarenta, rodeada de chacras (cultivos), se perdió con la demografía explosiva al tiempo que sus aguas subterráneas se secaban y el desierto se apoderaba de ella.

De 1940 a 1981 Lima se multiplicó por siete. "Ahora, con 400 kilómetros cuadrados de superficie y una tercera parte de la población peruana, ha cubierto el oasis con cemento y basurales, y avanza sobre los arenales", dice el arquitecto y ex militante de izquierda radical Eduardo Figani Gold.

Lima es hoy una ciudad colapsada donde nada funciona. Su sistema de alcantarillado y desagüe está hecho para una población 10 veces menor, y su mercado laboral es inferior a cuando tenía un tercio de la población actual. Lima río es la excepción. Perú entero, con sus 22 millones de habitantes, es una ruina sentida hasta la desesperación por sus habitantes, una sociedad en transición de un periodo semifeudal hacia no se sabe qué, una población que se ha convertido en urbana cuando hace 30 años era rural.

Informalidad para todos

El militar Velasco Alvarado dio voz desde su presidencia a los campesinos y pobres cholos con la reforma agraria de 1969. "Campesino, el patrón no se alimentará con tu miseria" era la consigna. La emigración rural fue incesante. A mediados de 1990, el PIB era igual al de 1973 y el ingreso per capita igual al de 1957. Se había retrocedido económicamente 30 años.Lima está hoy invadida por los pobladores de los barrios periféricos, que han hecho de la calle su negocio. La informalidad, nombre acuñado por la economía sumergida, se ha instalado a través de miles de vendedores ambulantes, de cambistas de dólares negros, el dólar Ocoña, que se cotiza en prensa y televisión. Las comidas callejeras, los famosos menús de precio fijo y asequible, dan de comer a millones de personas. En todos ellos, el cebiche, pescado crudo macerado en limón, plato nacional por excelencia y denostado como posible transmisor, es plato obligado.

Y en esto llegó el cólera. Llegó de repente a Chimbote, la más horrible ciudad de Perú. Un poblachón altamente contaminado en la costa pacífica, atravesado por la carretera Panamericana y donde el olor nauseabundo de harina de pescado todo lo inunda, incluso después de haber dejado atrás su mugriente puerto, no hace muchos años el de más tráfico comercial del mundo.

En el hospital de La Caleta del puerto de Chimbote, cuna de la epidemia, apenas hay 10 pacientes de cólera, de los 200 diarios que tenían unas semanas atrás. "De momento se ha controlado, pero tenemos el mar infectado, toda la ribera de la playa, donde van los desagües sin ningún tratamiento", afirma el doctor Ricardo Aguirre. Han podido cerrar salas de coléricos, pero "se bañan ahí al lado, limpian el pescado en el agua contaminada. Es un problema de aguas en los poblados jóvenes. Pero ya han perdido el miedo", se lamenta Aguirre.

Afuera en el mercadillo siguen vendiendo cebiche. En la caleta donde la arena queda oculta por la basura, Octavio Jerónimo Vera, calafatea su bote y dice " el pescado lo traen de alta mar y no está contaminado. En mi casa yo sigo comiendo cebiche y no pasa nada, depende de cómo se prepare".

" Creo que hemos hecho una guerra innecesaria al cebiche", afirma el doctor Diego González, director del Hospital Cayetano Heredia de Lima, "porque mar adentro no se encuentra vibrión en el pescado. El problema es la tabla de madera donde se trabaja que es un caldo de cultivo excelente. Si fuera una tabla de plástico y no se usase lechuga, parece que la acidez del limón es suficiente para matar el vibrión si se le deja macerar". "Me temo", añade Gonzalez," que los médicos tenemos que rectificar con el cebiche y que Fujimori tenía razón. Tuvo malasuerte".

Los médicos, las autoridades y el mismísimo ministro de Salud, Victor Yamamoto, todavía no saben cómo entró en el país el vibrión del cólera. Unos, como el ministro de salud dimisionario Carlos Vidal Layseca, mantienen que fueron los barcos asiáticos que fondean en Chimbote, que contagiaron al abrir sus sentinas las aguas del puerto y con ellas sus pescados. Pero fueran los barcos o algún viajero asiático descuidado el caso es que la enfermedad llegó a un país que nunca la había padecido y le cogió en pañales. En pocos meses el crecimiento fue galopante, y la epidemia traspasó las fronteras de Brasil, Chile, Ecuador, Colombia y viajó hasta Estados Unidos, amenazando con convertirse en una pandemia.

El vibrión cholerae, el microorganismo que transmite la enfermedad ataca al estómago y produce vómitos, calambres y una diarrea intensa, y como consecuencia de ella una fuerte deshidratación que en unas horas puede conducir a la muerte. Se transmite a gran velocidad por vía digestiva mediante la ingestión de aguas residuales o alimentos infectados por una manipulación poco higienica.

De momento la mortalidad ha sido inferior a la prevista y, la epidemia está en un aparente retroceso en la costa peruana y zonas urbanas. "En Lima, parece que estamos en una recesión. De aquí a octubre habra un número reducido de casos y en diciembre veremos si hay rebrote y si lo podemos controlar", afirma el doctor Diego Gonzalez, que ha atendido en el hospital Cayetano Heredia el mayor número de casos en todo el país: 8000.

Pero el rebrote de casos en Cajamarca, donde ha habido la mortalidad más alta del país, y la amenaza de contaminar a toda la Amazonía, convierten nuevamente la situación en explosiva.

En Lima, el 40% de la población no tiene agua potable y más del 60% carece de alcantarillado, pero el sueño de Alan García fue un futurista tren eléctrico en el que invirtió 100 millones de dólares y con el que pretendía incorporar Perú al siglo XXI. Hoy los 7 kilometros de raíles del abandonado proyecto, atraviesan Villa Salvador, uno de los poblados jóvenes miserables del cinturón de Lima y suscitan los comentarios irónicos de sus concienciados habitantes.

"El agua llega a Lima terriblemente contaminada" afirma el responsable de la politíca de aguas de Perú, Manuel Barrón Ramos presidente de Senapa". El río Rimac, que abastece a la ciudad, recibe todos los residuos minerales, el desagë de toda su ruta y los detergentes con los que las mujeres lavan la ropa. Ese agua va a una planta de tratamiento que está calculada para una población que se ha quintuplicado. La única solución para el agua de Lima es el abastecimiento por el río Mantaro, pero es necesario hacer un trasvase y eso cuesta miles de millones". Barrón arroja datos con la frialdad de alguien que lleva mucho tiempo clamando en el desierto, "hay que bombear las aguas negras de Lima. Cada día se arrojan 15 metros cúbicos de residuos fecales por los desagües y todo va al mar sin tratar".

Los cerdos del basurero

En la playa del Callao, no lejos del centro, la playa era hasta hace quince días el comedero de miles de cerdos que abastecían a la capital. Los cerdos comedores de basura, entre ella el papel higiénico de todas las letrinas de Lima, fueron sacados hace diez días por las autoridades municipales, ante el escándalo provocado por las fotos difundidas por las agencias internacionales de prensa.

En el basurero del Callao, quedan todavía unos pocos chanchos, pero niños descalzos y familias enteras trabajan en medio de un infierno donde millones de moscas pululan y el hedor es insoportable. Los niños se revuelcan por las montañas de detritus como si por la mejor de las montañas rusas y una mujer que trae la comida a su familia, se sienta y saca una cacerola como si estuviera en el Hilton.

El doctor González, tiene en su despacho un enorme gráfico del cólera, "estamos en condiciones de catástrofe por la magnitud de la epidemia y por la huelga del personal sanitario". Una huelga que se prolonga después de tres meses por los bajisimos sueldos del personal sanitario: una enfermera cobra al cambio unas 3.000 pesetas mensuales. González añade con amargura: "Tenemos clara conciencia de nuestra pobreza. Si esto hubiera pasado en los años 50 hubiera sido distinto".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_