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CARLOS CAÑEQUE El genuino fundamentalismo americano

Algunos eventos históricos del mundo moderno han conseguido introducir, transformar y popularizar -a través de la prensa y de unos medios de comunicación cada vez más internacionales- términos lingüísticos que, al menos en su origen, se circunseribían a contextos y problemáticas histórico-culturales difícilmente exportables. La habilidad de los intelectuales en justificar concomitancias esenciales o la superficialidad de los periodistas al referirse a distintos fenómenos con el mismo término, hacen que -en una situación de repercusión mundial como es el caso de la pasada guerra del Golfo- se produzca un fenómeno de verdadera singularidad socio-lingüística: en tan sólo unas pocas semanas, las palabras "fundamentalismo" e "integrismo" han sido constante e indistintamente utilizadas por periodisas, políticos y ciudadanos de todo el mundo para referirse a los movimientos religiosos y nacionalistas que abrazan El Corán -frente a la modernidad y el mundo occidentalcomo única fuente de legimitación político-cultural. Por ejemplo, Felipe González decía recientemente en televisión: "No podemos considerar que todos los árabes sean integristas o fundamentalistas".Irónicamente, sin embargo, tanto el término "integrismo" como el de "fundamentalismo" proceden de tradiciones cristianas. Integrismo refiere a la intransigencia doctrinal del catolicismo que considera que, incluso en el ámbito temporal, la Iglesia debe regular al ser humano en todos los campos, incluyendo el político y el cultural. En la estructura epicéntrica del catolicismo -en su doble vertiente morfológica y exegética- la idea de integridad, por su sentido histórico y acumulador de una tradición dogmática, es más importante que la de fundamentalidad, que obedece más a la organización centrífuga, individual y desjerarquizada del protestantismo: frente a la modernidad, mientras que el católico ortodoxo quiere toda su tradición acumulada (íntegra), el protestante conservador se esforzará en ser fiel a lo esencial (fundamental).

Frente a las ideologías, los nacionalismos y las religiones no proyectan una sociedad dividida en clases: ni en la nación ni en la religión -incluso el hinduismo desierarquiza a la larga sus estructuras temporales- existen distingos entre aristócratas, burgueses o proletarios. El fundamentalismo, ya sea tomado en el sentido genérico o en el restringido a la tradición protestante, parece implicar consustancial y necesariamente la idea de la nación. En términos de identificación cultural, el fundamental Ismo, además, presupone la contraposición entre un ellos y un nosotros (extranjeros y pueblo elegido respectivamente). Por ejemplo, en el ámbito islámico -como ha demostrado el reciente conflicto bélico- el innegable y masivo proceso de identificación con Sadam Husein ha ido ligado a otro que fomentaba la diabolización de Occidente. Pero si el Islam se manipula por los jefes de Estado para enardecer el entusiasmo nacionalista, acusar al oponente o justificar la guerra, es porque contiene los símbolos que conectan con la cultura y el lenguaje común de una civilización.

El fundamentalismo nace en los Estados Unidos para denominar aquellas tendencias del protentantismo conservador americano que, viendo en las corrientes del modernismo una amenaza teológica y cultural, subrayarán la literalidad del Texto Sagrado para contraponerse a los evolucionistas que señalaban al simio como único y el legítimo progenitor... Para ello y con el título The Fundamentals publicaron 12 volúmenes que recogían cu estiones esencialmente teológicas sin abordar en un principio las de índole política o cultural. Pero ese debate circunscrito inicialmente al limitado espacio de los Colleges de teología y los Bible Institutes, pasará a transformarse, sobre todo a partir de la I Guerra Mundial, en una verdadera reflexión nacional acerca de la función moral y política de los Estados Unidos en el mundo. Las conclusiones a las que se llegaba tras esta psicoterapia auto legitimatoria implicitaban que el pueblo americano había sido elegido para realizar la gloriosa misión de salvar -frente a la corrupta Europa de Darwin, Marx y los totalitarismos- los valores primigenios de la Cristiandad. Dibujados con nitidez los enemigos nacionales del evolucionismo y del comunismo, la inerrancia de la Biblia se convertía en el único asidero válido de la Cruzada antisecular. Evidentemente, en todo ello había ya el mismo componente nacionalista de los brotes populistas y nativistas que han ido apareciendo a lo largo de la historia americana. Brotes que siempre han conllevado, desde la óptica axiológica blanco-protestante, una prejuciada versión de las comunidades católicas y judías en la que se verá a los católicos irlandeses como alcohólicos holgazanes y a los judíos como perversos especuladores de Wall Street. Estos y aquellos, en su resentímiento, se verán agrupados en las grandes ciudades consolidando una cultura marginal y conspiratoria inocente y rural indentidad cristiana de la nación.

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En la sociedad americana hallamos, paradójicamente, grandes cuotas de idealismo y de materialismo, las mayores tasas de delincuencia y de asistericia a iglesias, un alto grado de individualisino y de corporativismo, un amplio espectro social que reivindica causas concernientes a las minorías y otro no menos amplio que se preocupa del consenso y la mayoría, un federalismo tan sólido como centralista, etcétera.

Frente a este marasmo de contraposiciones, la Constitucion emerge en un irreductible semíllero de ambivalencias, mientras los partidos políticos representan un conglomerado de posturas desideologizadas. Las tesis radicales, sin embargo, siempre han sido repelidas por ese misterioso consenso democrático-pluralista del que ya nos hablaba Tocqueville. Todos los intentos de crear terceros partidos radicales han fracasado estrepitosamente en un arco parlamentario donde no existe ni un partido socialista ni comunista representade. Las causas políticas de los movimientos radicales de derecha han hecho referencia frecuentemente al nativismo monista y / o, más escatológicamente, a la cristiandad. Ni el movimiento prohibicionista ni el abolicionista lograron crear un nuevo partido, mientras el Ku Klux Klan, que había llegado a contar con seis millones de miembros a principios de los veinte, vio cómo disminuía el número de sus prosélitos y cómo cambiaban el rael smo explícito y concreto por un nativismo más genérico y abstracto.

De esta forma, los movímientos nativistas y conservadores americanos pueden ser enmarcados dentro de la tónica general de una sociedad de movilidad paradigmática en la que surgen gran número de grupos y causas que no llegan a consolidarse en partidos. Pluralidad de etnias y religiones que no pueden admitir más que acuerdos ambiguos en los que quepa todo; el sistema americano constituye, en este sentido, una forma de consenso.

Los grupos inmigrantes han tenido cabida en la sociedad americana (a pesar del nativismo blanco-protestante) con relativa facilidad. No todos estos grupos, pero sí algunos, han ascendido socialmente con mucha rnayor facilidad que lo hubieran hecho en otros países europeos. En tales ocasiones, sin embargo, el protestantismo blanco ha sentido amenazado el patrimonio cultural que habían sacralizado los Pligrim Fathers en su mítica fundación naclonal.

A finales de la década de los setenta, la proyección televisiva del fundamentalismo ha conseguido irradiar, sobre todo entre las zonas del llamado Bible Belt, un critico y paranoico mensaje político-religioso que muy bien podría explicar gran parte de las victorias electorales de Ronald Reagan y George Bush. La "jornada nacional de oración" que el presidente norteamericano proponía el pasado domingo 3 de febrero -recordando la religiosidad del presidente Lincoln- parece un ejemplo más de este fenómeno conservador.

es profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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