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Rinconistas a tope

Murteira / Ruiz Miguel, Espartaco, Rincón

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Rincón dedica el triunfo a las víctimas de la violencia en su país

Toros de Murteira Grave (1º devuelto a causa de un súbito y extraño descontrol de movimientos), en general bien presentados, 2º justo de trapío y sospechoso de pitones, mansos con el caballo en general, boyantes; sobrero de Alcurrucén, con gran trapío, flojo, manso y pastueño.Ruiz Miguel: estocada corta (gran ovación y salida al tercio); estocada caída (Silencio). Espartaco: cuatro pinchazos, otro hondo caído y cuatro descabellos (pitos), pinchazo a toro arrancado y estocada corta baja (bronca). César Rincón: pinchazo -aviso con un minuto de retraso-, otro pinchazo y estocada corta (ovación y salida a los medios); estocada ladeada (dos orejas y dos clamorosas vueltas al ruedo a hombros); salió a hombros por la puerta grande entre aclamaciones de "¡torero!".

Plaza de Las Ventas, 22 de mayo. 13ª corrida de feria.

Lleno de "no hay billetes".

El público que abarrotó ayer la plaza de Las Ventas tuvo el honor de asistir a la consagración del rinconismo, que había nacido el día anterior, no más. No sólo tuvo el honor de asistir, sino de afiliarse también, y ahora mismo es rinconista a tope. El rinconismo ha surgido y se ha propagado con tanta rapidez, que en Madrid ya tiene mayoría absoluta y los militantes, por defender al titular de la causa, serían capaces de pegarse con su padre. A lo mejor, alguno se ha pegado ya.

Por segundo día consecutivo en la feria, César Rincón hizo la gran faena al sexto toro y salió a hombros por la puerta grande. Pero en esta segunda ocasión el triunfo alcanzó una magnitud que, para encontrar parigual, deberíamos remontarnos a los ya lejanos tiempos de los grandes maestros de la tauromaquia. Porque en esta segunda ocasión -igual que acaecía entonces en los fastos de maestría y triunfo- aunaron sus pareceres aficionados de toda la vida y espectadores transeuntes, se abrazaban toristas y toreristas a pesar de que son enemigos irreconciliables, y todos a una prorrumpían en gritos de "¡torero!, torero!" que, convertidos en clamor, constituyen la expresión máxima de la apoteosis taurina y olé.

Y todo sucedió porque César Rincón había toreado un toro. Se dice pronto. En una época en la que a cualquier cosa se le llama torear, cuando aparece un torero y se lleva el toro al platillo, y le da distancia al objeto de que desarrolle la combatividad propia de su casta brava, y le adelanta la muleta, y el toro de casta brava, al verla allí, descarada y retadora, se tira a matarla, y el torero para la fogosa embestida templándola, y obliga al toro a que se reboce en la pañosa conduciéndolo en derredor de su cintura, y remata dejando adelante otra vez la muletilla para que el toro desahogue su codicia y continúe embistiendo sin solución de continuidad, al público que contempla sernejantes lances le hace el efecto de que son magia pura, y se asombra, se enardece salta de sus asientos, corea oles, pierde lit noción del tiempo y del espacio, conmocionado por extrañas sensaciones. Es lo que sucede siempre que un torero torea un toro y exactamente todo eso es lo que sucedió en la faena de César Rincón al sexto de la tarde.

No siempre. Porque los naturales, de impecable factura y marchosa pinturería uno a unio, César Rincón no los ligó. Al rematar cada pase, rectificaba terrenos. Algo similar, solo que corregido y aumentado, hizo en su primera faena, tan larga que descompuso al noble toro y acabó siendo un animal escarbador, reservón y violento. Pero el rinconismo ya había tomado cuerpo, la grandeza de la causa hacía irrelevantes estos pequeños detalles y, además, su titular había entrado en trance. Su titular, César Rincón, no tocado sino abrazado por las musas, concertaba con el maravilloso sexto toro la recreación de las más hermosas s'uertes de la tauromaquia, y eran allí los cambios de mano en distintas versiones, los ayudados por alto o por bajo, las trincherillas juguetonas o los trincherazos profundos, desplegando toda la grandeza del toreo verdadero, para pasmo del público transeunte y conmoción de los aficionados de toda la vida, alguno de los cuales se desmayó.

Lo otro que se vio en la tarde fue cualquier cosa. Ruiz Miguel muleteó valentón y desangelado al primer toro, y fuera de cacho, incluso aliviándose con el pico, al cuarlo. Los mismos recursos empleó Espartaco en el segundo, a pesar de que se trataba de un borreguito inocente, y al quinto no lo supo ni parar, ni templar, ni mandar, y al oir que la gente le pitaba, fue y se enfadó. "Espartaco ha cogido un globo", decía un aficionado; y otro: "Espartaco s'ha cabreau ". Tenía motivos, Espartaco. Pues mientras Fracasaba sin paliativos, un rinconismo a tope expulsaba del templo al espartaquismo y sus espartaquistas, encumbrando lider a quien 48 horas antes era más o menos un desconocido. Ya lo decía en la grada don Mariano: sic transit loria mundi. Que, como todo el mundo sabe, significa eso pasa por meter el pico o no meterlo, ya ves.

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