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Crítica:44º FESTIVAL DE CANNES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Theo Angelopoulos y los hermanos Coen, por debajo de sí mismos

El griego Theo Angelopoulos, tras el triunfo en el Festival de Venecia de 1988, y después en todo el mundo (salvo en España, donde inexplicablemente sigue sin estrenarse), de Paisaje en la niebla, vuelve a insistir en la misma metáfora sobre la condición trágica de la vida actual en El paso suspendido de la cigüeña. Los independientes norteamericanos Joel y Ethan Coen, tras su triunfo en el Festival de San Sebastián en 1990, y después en todo el mundo, con Muerte entre las flores, han compuesto en Barton Fink una visión negrísima, infernal, de Hollywood, que sigue ignorando su existencia. Las dos películas son buenas, pero no están a la altura de lo mejor de sus creadores.

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Angelopoulos es ya un maestro en la construcción ritualizada de las escenas, con la cadencia y el ritmo directamente heredado de la tragedia clásica de su país, que es un patrimonio universal. De ahí que el cineasta, ambicioso y siempre afrontando riesgos, penetre en un universo trágico contemporáneo: el de la frontera, ese lugar que no es un lugar, sino el fin de todo lugar, en el que el tiempo parece haberse detenido y convertido en antesala de la muerte. Se oye en su filme esta pregunta de un niño: "¿Cuántas fronteras hay que cruzar para llegar a casa?".El horror de la frontera (en este caso la greco-albanesa) es visualizado por Angelopoulos sin paños calientes, con extrema sinceridad y crudeza: un infierno de este mundo. Considerado su director como un antipatriota por grupos integristas ortodoxos de la región donde la película ocurre, en la que manda y ordena como un reyezuelo el obispo Florina, boicotearon el rodaje, y una vez finalizado éste organizaron manifestaciones para que el filme fuera quemado.

Barton Fink es la cuarta película de los precoces Coen -35 años, Joel; y 32 Ethan- y como las anteriores posee una desconcertante originalidad. Es una historia incatalogable, imprevisible, enloquecida y al mismo tiempo medida al milímetro.

Cuenta la historia de un joven escritor neoyorquino que en 1941 es contratado por un estudio de Hollywood para escribir películas destinadas al entonces popular actor Wallace Beery. El joven escritor -admirablemente interpretado por John Turturro- quiere aprender su nuevo oficio de un viejo escritor y guionista borracho y loco. El joven está inspirado con toda evidencia en la figura de Clifford Odets y el viejo es una composición desgarrada, al mismo tiempo cruel y tierna, de la figura de WiIliam Faulkner. Cuando todo indica que la película va a orientarse hacia el diálogo entre los dos grandes escritores, la acción da un inesperado y violento vuelco, un brillantísimo giro, y el espectador se sumerge en el revés del asunto: el Hollywood dorado Visto como otro infierno de este mundo, y no metafórico, como el de Angelopoulos, sino casi en sentido literal. Y aunque Barton Fink está lejos de ser lo mejor de los Coen, es inequívocamente suyo. A ambas películas, no obstante, se les nota la construcción y ahí está su punto débil: son composiciones en las que la elaboración se ve y, pese a estar llenas de estilo y, de inteligencia, en ellas el arte deriva un poco hacia el artificio.

La que no deriva a nada es la película rusa Anna Karamazova: es en sí misma la nada. Nadie se explica cómo, en una selección tan buena corno la de Cannes 91, se ha colado esta cosa inexplicable de puro mala.

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