La prensa sumisa
El control y la censura ejercidos sobre la información durante la guerra del Golfo no son excusas suficientes, en opinión del autor, para lo que considera una actitud sumisa por parte de la prensa de EE UU, a la que acusa de haber actuado como una clac que aplaudía a sus generales y a sus políticos.
La prensa americana se enorgullece de ejercer un poderoso escrutinio sobre quienes ostentan el poder. Pero hoy la prensa debería estar armándose de coraje para examinarse a sí misma.Nuestra actividad necesita urgentemente de un autoexamen tras el comportamiento mostrado en la guerra del Golfo. La mayor parte de la prensa no ha sido un observador destacado de la guerra, y mucho menos un observador crítico. Ha sido una clac que aplaudía a los generales y políticos norteamericanos. Cuando hablo de la prensa incuyo a la televisión, que en la actualidad es su componente más poderoso y que durante la guerra ha sido el más egregio perro faldero oficial. Durante la mayor parte del tiempo que ha durado ésta, las cadenas se limitaban a transmitir imágenes oficiales de una guerra limpia e incruenta, o, lo que es peor, barnizaban de corroboración independiente esas imágenes falsas.
Y desde luego que eran falsas. Los oficiales nos han dicho mucho después que sólo un reducido porcentaje de la lluvia de explosivos caída sobre Irak era realmente como las imágenes que habíamos contemplado: bombas que se deslizaban limpiamente por las chimeneas de los objetivos militares. Nadie podría haberlo adivinado a través de una prensa que mostraba tan poco escepticismo.
Ni tampoco podrían los norteamericanos haber comprendido, por lo que leían en la prensa, que las bombas aliadas estaban destruyendo la infraestructura civil de una sociedad moderna. En un primer momento, los informes procedentes de Bagdad decían que la ciudad, de cuatro millones de habitantes, se encontraba sin electricidad, agua corriente ni alcantarillado, pero la prensa norteamericana apenas se dio por enterada. Tampoco se mencionaban apenas las muertes iraquíes. El único periodista norteamericano al que le he visto escribir de forma continua sobre estas calamidades ha sido Colin Campbell, del Atlanta Journal-Constitution. Para la mayor parte de la prensa era como si los iraquíes no importasen, como si no fueran del todo humanos.
¿Era necesaria?
Es posible que el defecto más peligroso de la prensa haya sido su incapacidad para seguir preguntándose si la guerra era necesaria o aconsejable. En cuanto comenzaron los bombardeos, esta cuestión política fundamental se dejó de lado casi unánimemente.En el número del Harper's Magazine de mayo aparece un ataque salvaje al comportamiento de la prensa durante la guerra. Está firmado por el director de la revista, Lewis H. Lapham, y se titula 'Trained seals and sitting ducks'.
"El bombardeo de Bagdad comenzó el 17 de enero", afirma Lapham, "y en cuestión de horas los corresponsales de los periódicos y de la televisión abandonaron cualquier pretensión o aspiración a la independencia de pensamiento. ( ... ) Las imágenes televisadas definieron la guerra como un juego, y el mando militar en Riad se dedicó escrupulosamente a autorizar sólo aquellos fragmentos de película que mantuviesen la ilusión de un terreno de juego (seguro, sin sangre y abstracto) ... ).
Lapham adopta una opinión casi conspiratoria acerca de la actuación del presidente George Bush desde el momento de producirse la invasión de Kuwait por Irak, en agosto del año pasado. Sugiere que el presidente se decidió casi inmediatamente por la guerra, para poder controlar los precios del petróleo, revitalizar el presupuesto militar norteamericano y distraer la atención de la recesión económica que se estaba produciendo en su país.
"Pero no se podía haber consentido ninguno de estos felices acontecimientos", escribe, "a menos que una prensa crédula y patriotera pudiera convencernos de que [Sadam Husein] era un villano tan monstruoso como Hitler, que su ejército no era invencible en absoluto y que estaba en juego el destino de las naciones (por no mencionar el destino de la humanidad)".
Complicidad
"Y a esto es a lo que se dedicó la prensa", acusa Lapham. "La Administración comprendió perfectamente que los medios de comunicación no se podían permitir ofender las simpatías, profundamente conservadoras, de su audiencia matinal, por lo que estuvo segura de poder contar con la complicidad de los medios en casi cualquier engano revestido de ropajes patrióticos".El artículo de Lapham es hiperbólico, pero incluye muchos aspectos que deberían hacer reflexionar sobre lo que hicieron durante la guerra a directores, reporteros y columnistas, y a considerar si ciertamente se mostraron crédulos y patrioteros.
Por supuesto, la prensa tuvo una tremenda desventaja durante su cobertura in situ de la guerra. Los militares, rompiendo con una larga tradición nortearriericana, prohibieron la presencia en el frente de corresponsales, salvo grupúsculos pequeños y controlados. Por otra parte, la opinión pública no tenía rtinguna gana de oír quejas por parte de la prensa.
Pero el control y la censura, a pesar de lo ultrajantes que han sido, no pueden suponer una excusa para la sumisa y flexible actitud de una buena parte de la prensa norteamericana. Los medios de comunicación han iglorificado la guerra y han acep lado sus premisas políticas, renunciando a la independencia y al escepticismo que justifican la libertad de prensa.
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