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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El tercer viaje

NO ESPERÓ demasiado el primer ministro israelí, Isaac Shamir, para manifestar sus discrepancias ante lo acordado por su propio ministro de Asuntos Exteriores, David Levy, con James Baker, secretario de Estado de EE UU. En cuanto Baker tomó el avión de regreso a Washington , tras realizar su tercer viaje a Oriente Próximo en los dos últimos meses, Shamir desmintió a Levy y dejó claro que el Gobierno de Israel sólo acepta negociaciones bilaterales y que concibe la conferencia regional, propuesta por EE UU, como una ceremonia de apertura, sin continuidad y sin capacidad para examinar problemas sustanciales. Ha sido una ducha fría que disipó las esperanzas de éxito que Baker pudo alimentar, sobre todo una vez que había logrado que la URSS se sumase a su plan, aceptando presidir con Washington la cot?ferencia regional sobre Oriente Próximo. Pero los hechos son tozudos: a dos meses del fin de la guerra están en entredicho los esfuerzos hechos en el tema palestino.A diferencia de lo que hicieron algunos de sus predecesores, como Rogers o Shultz, la estrategia de Baker ha concedido una prioridad absoluta a los aspectos formales, a intentar crear las condiciones mínimas para que pueda convocarse una conferencia entre Israel, los países árabes y los palestinos, dejando de lado lo decisivo: cómo convencer a Tel Aviv de que cumpla las decisiones de la ONU para retirarse de unos territorios que ocupa desde hace décadas y donde la población palestina vive en condiciones de opresión intolerables. Pero, incluso en esos aspectos de procedimiento en los que ha concentrado sus gestiones, Baker ha logrado poca cosa en sus tres visitas. Para soslayar la negativa de Israel a la conferencia internacional, Baker propuso una conferencia regional en la que participarían los países interesados bajo la presidencia de EE UU y la URSS. Con ello, la ONU quedaría marginada, lo que tendría consecuencias gravísimas, ya que la base esencial para avanzar hacia un nuevo orden internacional debe ser, precisamente, reforzar el papel de las Naciones Unidas.

Otra marginación implícita en el proyecto de conferencia regional es la de Europa, a la que Israel considera demasiado inclinada a favor de los palestinos. Los Doce han reiterado en Luxemburgo su voluntad de participar en la solución de los problemas de Oriente Próximo, y no por motivos de prestigio, sino alegando razones políticas fundamentales si se quiere avanzar hacia la solución del problema planteado.

Ante las últimas declaraciones de Shamir no cabe más remedio que dudar del concepto de Baker al dar prioridad a los temas de procedimiento. Ese planteamiento no ha permitido ablandar la postura de Israel -reiterada no sólo en palabras, sino en los hechosa considerar siquiera su retirada de los territorios ocupados. El Gobierno de Shamir prosigue en estos momentos los asentamientos judíos en los territorios ocupados desoyendo una vez más las decisiones de la ONU. La táctica de Shamir en los problemas de procedimiento -carácter de la conferencia, participantes, etcétera- está determinada por su idea de que sólo mediante negociaciones bilaterales podrá alcanzar su objetivo: poner f-in a la situación de guerra con los Estados árabes sin hacer ninguna concesión seria en cuanto a los palestinos. Tal es la lógica de la política de Shamir y del Likud. Sin duda, existen fuerzas en la sociedad israelí con una visión más realista, pero hoy por hoy están excluidas de la toma de decisiones.

Por eso el Gobierno de EE UU, con el protagonismo que Baker ha asumido en sus tres viajes, tiene que plantearse aho ra formas de presión más enérgicas si no quiere encajar un fracaso grave. La tempestad que ha estallado en el Gobierno israelí y la posición de Shamir dejando en la estacada a los blandos de su equipo tienen una sola ventaja: clarificar la situación.

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