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La singular guerra peruana

Los senderistas, embarcados en una ofensiva sin tregua

Gustavo Gorriti

La ofensiva de la organización insurgente maoísta Sendero Luminoso durante la semana pasada mostró gran parte del mosaico de acciones que hacen singular, curiosa y a la vez brutal la guerra interna que Perú sufre -sin fin avizorable ni alivio en perspectiva- a lo largo de 11 años. En la noche del pasado viernes 26 un coche bomba explosionó junto al edificio que alberga la sede del Instituto Libertad y Democracia (ILD), que dirige Hernando de Soto.

De Soto había sido elegido por el presidente Alberto Fujimori como encargado de la representación de Perú en la negociación con EE UU de un convenio global para luchar contra el narcotráfico.El ataque, según De Soto, acaeció el mismo día que Washington manifestó su acuerdo total con la versión final presentada por el ILD. De Soto es también internacionalmente conocido por su libro El otro sendero, que reivindica al llamado sector informal como una suerte de capitalismo popular. Pero sólo después de 10 años de protagonismo político paralelo, un Sendero comunicó con el otro a través del lenguaje, hoy familiar a todos, del estallido y la destrucción.

Casi al mismo tiempo, otra explosión en el mismo distrito de Miraflores produjo daños de mediana cuantía en el Instituto San Ignacio de Loyola; uno de sus propietarios es el actual ministro de Economía, Carlos Boloña Pehr. Boloña no sólo está a cargo de la lucha contra la inflación mediante políticas de durísimo ajuste fiscal, sino que es ahora el factor principal en el Gobierno de una sucesión de medidas que están liberalizando la economía peruana a lo que es probablemente el ritmo más veloz de Latinoamérica. Antes de ser nombrado ministro, Boloña trabajó con Hemando de Soto en el ILD.

El día anterior, petarderos senderistas efectuaron más de 50 ataques contra sucursales bancarias de Lima y extramuros. Las acciones fueron ejecutadas todas en el lapso de 25 minutos y los daños, sumados, resultaron cuantiosos. La obvia coincidencia entre estos ataques y la promulgación por el Gobierno de una nueva ley que liberaliza la actividad bancaria fue advertida de inmediato en este país, entrenado para descifrar el sentido de las explosiones de una organización que no difunde comunicados ni reivindica sus acciones de inmediato.

Pero no debe suponerse que ésta sea sólo una ofensiva senderista contra el liberalismo económico, el capitalismo financiero y el mercado libre. Dos días antes, el alcalde de la provincia de La Unión, en el departamento sureño de Arequipa, Mano Ramírez Cahuana, dirigente del marxista Partido Unificado Mariateguista (PUM), fue asesinado por una columna senderista que tomó por algunas horas, provocando grandes destrozos, la capital provincial de Chuquibamba, en las sierras de Arequipa.

La descripción de toda esta violencia -mayor aún sin cabe en provincias que en Lima -apenas proporciona una idea vaga de la extensión y la complejidad-de la guerra interna de Perú. Una ilustración aproximada de la tensión la da el porcentaje del territorio nacional declarado en estado de emergencia (el 48% de las provincias y el 53% de los distritos) y de la población que vive bajo ese régimen (el 57%). Y una ilustración parcial de la complejidad la dan las alianzas coyunturales entre grupos que en otros momentos se matan entre sí; como ha sucedido con las alianzas electorales para juntas directivas en algunos sindicatos importantes, entre senderistas y miembros de la Unión Democrática Popular (UDP), un grupo de la izquierda legal que, siendo más radical que el PUM, proviene de la misma rama.

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