¿Una tercera vía en la URSS?
El aprendizaje de la democracia parlamentaria en la URSS se hace lentamente, pero de una manera espectacular. La última sesión del Congreso de los Diputados de Rusia ha sido un ejemplo perfecto. Desde que esta asamblea fue elegida, en 1990, tuvo dos jefes de fila: Borís Yeltsin, sostenido por el bloque de la Rusia democrática, e Iván Polozkov, líder del bloque de los comunistas de Rusia. El año pasado se necesitaron varios escrutinios para desempatar a los dos rivales que se disputaban la residencia de la asamblea. Yeltsin llegaba siempre en cabeza, pero por tina mayoría demasiado corta para ser elegido. Después de esto, Polozkov se retiró en provecho de otro candidato, en principio más conocido que él, y esta vez Borís Yeltsin ganó con toda facilidad.Menos de ocho meses más tarde, el ardiente presidente ruso se indispuso con los diputados declarando la guerra a Gorbachov y acumulando errores en la gestión de su república. Iván Polozkov y sus amigos decidieron aprovecharse y reunieron el número (le Firmas necesario, para convocar la sesión extraordinaria del Congreso, el 27 de marzo, con la intención de destruir o al menos de censurar a Borís Yeltsin. Hasta aquí todo parecía claro y más o menos conforme a la práctica de cuilquier otro Parlamento.
Los debates, desde el principio, fueron muy agitados, salpicalos de altercados verbales violentos, de gritos, de embestida hacia la tribuna y hacia los micrófonos. Todo ello fue retransmitido cada noche en diferido por la undécima cadena de la televisión, y muchos moscovitas se decepcionaron ante este espectáculo. Pero lo que se ventilaba en esta batalla era tan importante -el control de la mayor república de la URSS- que los excesos de pasión en el Congreso podían perdonarse. Algunos periódicos como Novedades de Moscú o Komsomoskaia Pravda, afirmaban dramáticamente que en caso de victoria de Iván Polozkov el país caería en la inveterada costumbre del totalitarismo. De creerlos, los 10 días de la sesión de marzo-abril de 1991 representarían una nueva versión de "los 10 días que estremecieron al mundo en 1917".
Después, todo terminó en agua de borrajas. El domingo 31 de marzo, el Congreso de los Diputados anuló por una mayoría aplastante el acuerdo firmado una semana antes por Yeltsin con el presidente ultranacionalista georgiano, Zvied Gamsajurdia, concerniente a la "antigua región de Osetia del Sur". Pues, según los osetios, esta región no es más antigua que las 37 repúblicas, regiones o departamentos autónomos que forman parte de la Federación de Rusia. Aceptando que en una república vecina se cambie, en un sentido o en otro, el estatuto de una región autónorma, se abriría la caja de Pandora de donde saldrían amenazas de inestabilidad para toda Rusia. Para Yeltsin, la desautorización pública de su iniciativa georgiana representaba un fracaso, y los diputados de su propio grupo empezaban a separarse de él. Dos días más tarde, el martes 2 de abril, fue la ocasión para Iván Polozkov de causar una gran sensación. Pidió a Borís Yeltsin y a todo su equipo que conservaran sus puestos, en nombre de la estabilidad y para enfrentar la crisis económica cada vez más grave. Y éste no fue el último golpe de teatro. El jueves 4 de abril, un nuevo actor entró en escena: el coronel Alexandr Rustkoi, héroe de la guerra de Afganistán, el más condecorado de todos los diputados. Él fue, en efecto, dos veces voluntario en esta guerra: herido en 1986, hubiera podido no volver más, pero decidió volver al campo de batalla. Esta vez fue hecho prisionero, encarcelado en Pakistán, se le ofreció un visado para Canadá, pero se negó a aceptarlo y volvió a su patria para hacer política. Hombres con semejante pasado forman el núcleo del partido comunista, pelean por el orden y la disciplina más que por la democracia. Así pues, el coronel Alexandr Rustkoi subió a la tribuna para declarar que acababa de fundar, por el contrario, un grupo de 178 diputados que apoyarían a Borís Yeltsin y se llamarían Comunistas para la Democracia. Gracias a ellos, el líder ruso, durante las 48 horas siguientes, obtuvo poderes suplementarios y sobre todo consiguió luz verde para la elección por sufragio universal, el 12 de junio, del presidente de la República de Rusia. Buen jugador, Yeltsin agradeció enseguida a Iván Polozkov y sobre todo al coronel Alexandr Rustkoi su colaboración en interés de la patria.
La conversión repentina de estos dos líderes de los comunistas de Rusia ha sido demasiado rápida como para no parecer sospechosa. Losamigos del coronel Rustkoi explicaron a la prensa que a su vuelta de la guerra se quedaron muy extrañados por la falta de atención de Gorbachov y de su Gobierno hacia los combatientes de Afganistán. Es un tema conocido y efectivamente doloroso. Pero el coronel volvió a Moscú en 1989 y no durante la sesión de marzo de 1991 del Congreso de los Diputados. Había tenido tiempo más que suficiente de elegir campo y de tomar contacto con los comunistas demócratas, que forman desde hace tiempo una fracción en el PCUS. Es más, 24 horas antes de su conversión había votado contra Yeltsin en la cuestión crucial de la intromisión del partido en el aparato del Estado, del Ejército y del KGB. Con toda evidencia, algo inexplicable ocurrió durante esos famosos "10 días del Congreso", no solamente con el coronel Rustkoi, sino también con Iván Polozkov. ¿Pero qué?
Por mi parte, no me gustan las teorías de los complós políticos. Me cuesta creer que Yeltsin y Polozkov se pusieran de acuerdo en secreto con el fin de derribar a Mijaíl Gorbachov. Me aseguran que los amigos de Polozkov, durante la siguiente sesión del Comité Central del PCUS, trataron de quitar a Gorbachov el secretariado general de este partido. También me explicaron paralelamente que Borís Yeltsin no renuncia a su idea de abolir la presidencia de la URSS y de reemplazarla por el comité de los 15 presidentes, llamado Consejo Federal, con la presidencia por rotación, inspirada en el modelo yugoslavo. Si todo esto es verdad, existiría un terreno de entendimiento puramente negativo entre los dos líderes rivales del Congreso de los Diputados rusos. Pero suponiendo que llegaran a deshacerse de Gorbachov -lo que yo dudo-, ¿cómo se pondrían de acuerdo en la política a seguir?
Más que tratar de penetrar en el misterio del Parlamento de Rusia prefiero prestar oídos a los llamamientos, cada vez más numerosos en Moscú, acerca de la necesidad de despolarizar la vida soviética, demasiado inclinada hacia extremos puramente emocionales. De una parte hay, en el partido comunista ruso de Polozkov, un evidente empuje de estalinismo veterano y de nacionalismo ruso, mezcla explosiva en periodo de crisis social. Pootra parte existe, en el partido de los radicales, una subida paralela de anticomunismo desenfrenado que no promete nada bueno tampoco. Sin embargo, en los dos campos hay mucha gente que no se siente enemiga, que no quieren enfrentarse entre ellos. De aquí viene la idea de crear una tercera fuerza bajo el liderazgo de alguien como Edvard Shevardnadze, muy cotizado en la escena internacional y bien aceptado por los partidarios de un diálogo entre los dos campos. Gracias a él, Gorbachov podría salir de su aislamiento actual con su política centrista. Pero el tiempo apremia, pues el país está al borde del abismo, con una crisis social cada día más explosiva.
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