Imposible
Sorando / Pérez, Aranda, MartínTres novillos de Román Sorando, 6º, de El Alamo,y 5º, sobrero el Viuda de Alicio Tabernero en sustitución de uno del hierro titular devuelto por inválido con trapío, rriansos y flojos. César Pérez: silencio en los dos. Luis Carlos Aranda: silencio en los dos José Ramón Martín: silencio: ovación.
Plaza de Las Ventas, 21 de abril. Casi media entrada
EMILIO MARTINEZ
Los novillos que se lidiaron, pese a pertenecer a tres hierros distintos, eran parejos en su espléndida presencia y estampa, pero tamb'én en su descastada catadura, por lo que irriposibilitaron totalmente a los coletudos alcanzar el triunfe) a que aspiraban. Semejantes mostrencos, ayunos del motor de la bravura, v sosos en cantidades industriales, tenían poco que díquelar y no ofrecían la más mínirna opción de lucimiento artístico.
Frente a estos bicornes, siempre mansurroneantes y quedándose en las suertes, sólo cabía mostrarse serenos, echarle perendengues y despenarlos con dignidad. A lo cual se aplicó la terna, aunque un tanto desanimada al ver que sus arcanos táuricos y su bizarra entrega de nada servía.
César Pérez y Luis Carlos Aranda, que ya sabían de estas encerronas con maulones cuando la Monumental era parte del imperio Chopera, anterior empresarlo, viajaron por el túnel del tiempo y recordaron aquella dura época para los novilleros.
Una época que pareció superarse en 1990 con a llegada de los nuevos administradores a Las Ventas, los hermanos Lozano. Pero los aficionados de siempre, esos que no se pierden ni una, y que ayer acompanaron en tan turbio viaje a Pérez y Aranda, empiezan a sospechar que lo de 1990 fue un espejismo, porque este año son pocos los encierros que han permitido a los riovilleros cascabelear sus virtudes.
Apuntar detalles
El debutante José Ramón Martín no tuvo la desgracia de protagonizar aquellas antiguas batallas, pues debutaba ayer en Madrid, pero al igual que sucedía entonces a los esforzados espadas, sólo pudo apuntar algunos detalles, mejores en el sexto, con el que se mostró elegante con percal y pañosa, aunque con ésta sufriera algunos enganchones.
Un quite por ajustadas y despaciosas chicuelinas de César Pérez en este bruto que cerraba plaza, junto al oficio, tersura y valor seco que alboreó en su lote fue su balance. Aranda rebulló más y hasta recurrió a algún pase de hinojos con el suyo, prebostes de la mansedumbre como todos, pero hubo de aplicar igualmente un toreo extractivo con algunos apuntes de bellos dibujos siempre sin la ocasión de rematarlos.
Los pacienzudos asisterites esbozaron sus dos únicos momentos de alborozo con los saltos cabriolas y corcoveos de los bueyes del mayoral Florito, cuando salieron para devolver a los corrales al quinto, y cuando Aranda tuvo el detalle de brindar la muerte del sustituto de este quinto al subalterno Joselito Calderón, ayer de paisano, tan querido en esta plaza por ser el rey, de los quites de peligro.
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