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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pasiones bajo cero

La decepción que produce la adaptación cinematográfica de la novela de Antonio Muñoz Molina es directamente proporcional a las expectativas que ha generado el tercer largometraje de José Antonio Zorrilla, director bilbaíno que en 1983 debutó con El arreglo, una notable ópera prima ganadora del premio a nuevos realizadores en San Sebastián.Las imágenes de El invierno en Lisboa permiten apreciar el esfuerzo de producción que hay tras ellas y algunas de las cualidades de su director, pero la película se ve lastrada desde el principio por dos errores fatales. El primero, y mas grave, es haber elegido a los franceses Christian Vadim y Hélene de St. Pére para encarnar a la pareja protagonista. Ninguno de los dos está a la altura de unos personajes que viven una historia pasional de esas que los anglosajones llaman bigger than life. Su elección es una metedura de pata tan garrafal que huele a componenda de coproducción. Vadim carece de las suficientes dotes como actor para reflejar de manera convincente la revolución de Biralbo, el personaje principal, producida por la singular y violenta educación sentimental que constituye el eje central de la novela.El personaje ambiguo, contradictorio, fascinante y poliédrico de Lucrecia, digna heredera de las mujeres fatales del cine y la novela negra, también le viene grande a Helene de St. Pere, una actriz cuya belleza gélida y no demasiado expresiva es difícilmente compaginable con los requerimientos de su papel.

El invierno en Lisboa Director: José Antonio Zorrilla

Guión: José Antonio Zorrilla y Mason M. Funk, basado en la novela de Antonio Muñoz Molina. Fotografia: Jean Francis Gondre. Música: Dizzy Gillespie. Montaje: Pablo G. del Amo. Productor delegado.- Ángel Amigo. Producción: Igueldo, PC, Impala, Jet Fllms, Sara Films, MGN, Filmes Espectáculos LDA. España-FranciaPortugal, 1990. Intérpretes: Christian Vadim, Dizzy Gillespie, Hélene de St.Pere, Eusebio Poncela, Fernando Guillén. Salas de estreno en Madrid: Renoir (v. o. francesa) y Rex.

La novela de Muñoz Molina es, entre otras, una apasionante historia de amor loco, y como tal exige una química explosiva, de alto voltaje, entre Biralbo y Lucrecia, que sea capaz de trascender la pantalla y hacerse evidente al espectador. Para entendernos, y sin ánimo de hacer comparaciones, su pasión debería ser tan incendiaria y tangible como la de William Hurt y Katheleen Turner en Fuego en el cuerpo. Nada' de esto se ve en las imágenes de Zorrilla, por mucho que la pareja se arranque la ropa interior a zarpazos: las escenas eróticas son aptas para ursulinas y de una frialdad rayana en lo glacial. El director despacha de forma demasiado apresurada, casi en fast forward, el inicio y desarrollo de la relación amorosa, que, sin embargo, es fundamental para mantener la credibilidad de cuanto sucede después.

El invierno en Lisboa entrelaza esa historia de amor imposible con una trama policiaca compleja, a través de una serie de interludios jazzeros que establecen la atmósfera concreta del filme. Zorrilla, sin duda presionado por la necesidad de contar demasiadas cosas -y ése es el otro error que apuntaba más arriba-, se ve oblIgado a mantene un ritmo narrativo a veces exce sivamente atropellado que prima la acción sobre el desarrollo de los personajes. AIgunos de ellos -sobre todo los de los malossalea muy mal parados y acaban siendo excesivamente esquemáticos en comparación con los de la novela.

Viendo la película, este comentarista recordaba un artículo de Muñoz Molina en este mismo periódico en el que, refiriéndose a ciertas producciones norteamericanas, el escritor comentaba que los personajes están tan ocupados en explicar al espectador sobre los entresijos de la intriga que acaban por no tener tiempo para participar en ella.

La frialdad de la pareja protagonista contrasta poderosamente con el trabajo musical e interpretativo de Dizzy Gillespie, que en todas sus interveneciones alcanza cotas extraordiriarias de franqueza, calidez y emotividad. Su banda sonora y su historia de amistad con y a pesar de- Vadim son sin duda las mejores bazas del filme. Pero, como dice Biralbo en un momente, de la película, "ni siquiera la música de Billy Swann es capaz de llenar tantas ausencias".

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