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¿La sociedad inteligente?

Últimamente parece estar surgiendo un vocabulario nuevo. En la guerra del Golfo, Estados Unidos y sus aliados utilizaron bombas inteligentes y armas inteligentes. El pasado año, en Tokio, los japoneses inauguraron un edificio inteligente. Los científicos de la informática hablan de forma rutinaria sobresistemas expertos, incluso aunque la propia inteligencia artificial no se haya conseguido aún por completo. Parece que la sociedad se encuentra ante un nuevo umbral de conocimientos, como si estuviésemos al borde de un nuevo nivel de inteligencia y consciencia.

No obstante, el vocabulario puede ser engañoso. Las palabras parecen prometer algo radicalmente nuevo y absolutamente revolucionario (la palabra de la que se hace más uso y abuso hoy día), pero probablemente no resulte así.

La guerra del Golfo ha sido lo más espectacular de estos adelantos; se la ha denominado la guerra de la alta tecnología. Bombas guiadas por láser, con puntos de mira reticulados, se lanzan directamente a objetivos tales como puentes y edificios. Misiles de crucero Tomahawk, disparados desde barcos situados a 200 millas de distancia, dirigidos por ordenador, cayeron a 25 yardas de los objetivos. Los antimisiles Patriot, que vuelan con mayor rapidez que el parpadeo de un ojo, ascendieron hasta una milla para interceptar los inseguros misiles Scud. Todo esto parece algo totalmente nuevo en el arte de la guerra, dirigida electrónicamente y organizada logísticamente por ordenadores.

Sin embargo, puede que sea algo exagerado. Por alguna razón, estas armas han encontrado poca resistencia, si se exceptúa el uso de señuelos. Pero, como principio, lo que tenemos aquí es un refinamiento de las armas de precisión que ha sido una característica constante del avance de la tecnología. La guerra civil de Estados Unidos fue, tal vez, la guerra más costosa de la historia de la humanidad para su época. La razón fue una nueva precisión en el diseño de un fusil. Hasta entonces, la mayoría de los fusiles, como los mosquetes o las escopetas, tenían el ánima lisa dentro del cañón, la parte alargada del mecanismo de disparo por donde salía la bala. Pero después se convirtió en un rifle, es decir, que en el árma se habían mecanizado unas pequeñas guías que hacían girar la bala, consiguiendo una precisión mortal, (Es lo mismo que lanzar un balón de fútbol. Si se lanza por alto, el tiro es inseguro. Si el jugador lo tira con efecto, recorre 40 yardas o más hasta llegar directamente al receptor).

La I Guerra Mundial fue testigo del desarrollo de la cibernética (aunque la palabra fue acuñada después de la II Guerra Mundial por Norbert Wiener), la creación de mecanismos de carga rápida, de forma que un artillero antiaéreo, siguiendo a una avión en el cielo, podía ajustar el ángulo de su cañón teniendo en cuenta el viento, la turbulencia y otros factores que pudiesen distorsionar su objetivo. La II Guerra Mundial fue testigo del desarrollo del radar por parte de los británicos, que continúa siendo todavía uno de los adelantos más espectaculares, ya que permite localizar barcos y aviones a millas y millas de distancia.

A veces nos preguntamos por qué todo esto es posible ahora y por qué no fue utilizado por Estados Unidos durante la guerra de Vietnam hace 25 años. La contestación es que ya se disponía de la mayoría de estas armas, pero, debido al frondoso follaje de la selva, los objetivos se confundían, y solamente se utilizaron durante los últimos días de la guerra, cuando Nixon dio la orden de bombardear Hanoi. Irak y Kuwait son desiertos con muy poca protección desde el cielo.

Los edificios inteligentes que están empezando a utilizarse actualmente son sólo conductos más complejos para permitir interconexiones y redes que faciliten el intercambio informático, el correo electrónico y otros dispositivos de telecomunicaciones. Los sistemas expertos representan la formalización de procedimientos que pueden ser codificados en programas de software (soporte lógico) y reproducidos más fácilmente y a menor precio. Todavía queda la pregunta más difícil de sistemas expertos pueden formalizar lo que el fallecido Filósofo Michael Polanyi denominó "conocimiento tácito", el conocimíento que tenemos intuitivamente o que se deriva de una gran experiencia difícil de convertir en palabras: la técnica de un médico en el diagnóstico, el sexto sentido que tiene un director experimentado ante una situación, etcétera. Inteligencia artificial, la posibilidad de máquinas programadas que pueden aprender a partir de situaciones nuevas y crear programas radicalmente nuevos es un sueño muy lejario todavía, y es posible que, debido a una serie de buenas razones epistemológicas, no llegue a realizarse nunca.

Pero, al considerar todos estos adelantos -y son adelantos importantes para las técnicas y aplicaciones humanas-, el hecho principal que hay que entender es que todos son instrumentales, unos medios más eficaces para lograr unos fines bien definidos como, por ejemplo, el sistema Kanban en Japón, que es un medio más eficaz para programar el flujo de materiales. Sin embargo, no son necesariamente adelantos en sabiduría.

Las sociedades están organizadas para unos objetivos, y estos objetivos se derivan en gran medida de nuestros valores. Las acciones instrumentales no configuran los valores (a menos que se conviertan en fines ellas mismas). (Filosóficamente, una declaración normativa, qué debería ser, no se deriva de una declaración empírica, la definición de qué es).

A menudo nos preguntamos: ¿Cómo es posible que enviemos hombres a la Luna o construyamos armas inteligentes y, sin embargo, no seamos capaces de facilitar buenas escuelas, mejores atenciones sanitarias, soluciones para el crimen, etcétera? La respuesta es que las soluciones a estos problemas (si es que las soluciones son posibles) se derivan de los diferentes valores de las personas. ¿Deberían enseñar las escuelas la tradición, o grandes libros, o temas multiculturales? Estos son valores diferentes con los que cuenta la gente.

¿Deberíamos dedicar unos recursos sanitarios escasos a costosos procedimientos para prolongar la vida de los ancianos, u ocuparnos de la mortalidad infantil, o desarrollar máquinas de diagnosis complejas tecnológicamente, o dedicar más recursos a la nutrición y a programas educativos? Todo esto exige consideraciones diferentes en cuanto a las prioridades. Las raíces del crimen son extremadamente complejas -ha habido crímenes desde que existe la civilización humana-, y nadie tiene repuestas completas o convincentes.

Por tanto, ¿estamos en una sociedad más inteligente? En cierta forma; cuando los problemas son técnicos y cuando nuestros fines son singulares y están bien definidos. En el siglo XXI, el espacio será una de las próximas fronteras del progreso humano. Podemos enviar rayos láser a la Luna, y, si se establecen colonias, tendrían conductos de comunicación. Podemos montar estaciones espaciales para dirigir los reflectores solares a la Tierra a fin de conseguir una energía abundante y libre de contaminación. Ya tenemos satélites de comunicaciones y de reconocimiento, y todo el mundo estará unido gracias a estas estaciones. Si el espacio no se convierte en otro campo de competencia para diferentes reivindicaciones nacionales, los adelantos en máquinas inteligentes y en sistemas inteligentes prometen nuevas posibilidades para la productividad y el progreso humano si somos lo suficientemente inteligentes.

Daniel Bell es sociólogo.

Traducción: E. Rincón e I. Méndez.

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