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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Del nuevo orden

LA CUMBRE de jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Europea celebrada anteayer en Luxemburgo es, probablemente, consecuencia directa de los errores cometidos en las últimas dos semanas por el presidente Bush. En efecto, los titubeos de Washington a la hora de enfrentarse con el problema planteado por la espantosa represión desencadenada por el Gobierno de Irak contra el pueblo kurdo parecen haber galvanizado a una Europa hasta entonces apática. A este nuevo deseo de protagonismo continental responden la decisión de conceder a los kurdos iraquíes una ayuda inmediata de aproximadamente 20.000 millones de pesetas y la propuesta -lanzada por el primer ministro británico- de crear en el norte de Irak un enclave kurdo protegido por la ONU.Acabada la guerra de Kuwalt, el objetivo residual de la coalición (derrocar a Sadam Husein) parecía relativamente fácil de lograr en un Irak derrotado y ocupado por las fuerzas aliadas. Bush animó al pueblo kurdo a sumarse a los esfuerzos de desestabilización, suponiendo que una revuelta en el norte ayudaría a los generales de Bagdad a acabar con el tirano. Estados Unidos advirtió a los iraquíes que no permitiría vuelos de hostigamiento contra los kurdos durante la revuelta, momento en que ésta se convirtió en un peligro mucho mayor: el que amenazaba con el desmembramiento de Irak y la consiguiente desestabilización de toda la zona. Washington consideró entonces que tal cosa no debía suceder y adoptó unaactitud de pasividad, precisamente en el momento en que dio comienzo el nuevo genocidio kurdo.

La tragedia también produjo, finalmente, la toma de conciencia comunitaria, en un nuevo esfuerzo por revitalizar su tímida política exterior y su presencia en los asuntos del mundo. La asistencia económica, que depende en parte de Bruselas y en parte de cada miembro (a España le corresponderá pagar aproximadamente 1.200 millones de pesetas), es ciertamente más sencilla de poner en práctica que la idea británica de crear un enclave en el que los kurdos iraquíes queden protegidos. Y ello no sólo porque el diseño debe ser aprobado por el Consejo de Seguridad. El concepto de un enclave nacional abre, además, para el futuro de las relaciones internacionales unas perspectivas que no pueden ser tomadas a la ligera.

Es ya antiguo el concepto de que la defensa de los derechos humanos no se considera injerencia en los asuntos internos. Pero crear una zona autónoma en la que tengan refugio los kurdos de Irak y cuyos límites fisicos reciban protección de la ONU altera sustancialmente dos de los principios sobre los que se ha basado el funcionamiento de la organización: la inviolabilidad de las fronteras y el concepto de la no interferencia en los asuntos internos de un país (por más que ambos hayan sido poco respetados por las superpotencias en el pasado). ¿Supone ello que debe inaugurarse una etapa de la historia en la que las violaciones del derecho internacional sean corregidas siempre por la fuerza? En tal caso, ¿quién determinará su uso?

Es bien cierto que el genocidio padecido por los kurdos escandaliza a la conciencia democrática y que es imperativo detenerlo inmediatamente. Pero cabe preguntarse si su protección en una región autónoma es la solución que debe imponerse de ahora en adelante a las nacionalidades desprotegidas. El principio de la inviolabilidad de las fronteras se quebraría. Es posible que el concepto político de la soberanía sea una cuestión a debatir en una situación en la que la interdependencia económica y la universalidad de los derechos humanos ha relativizado en buena medida su funcionalidad. Puede que ese debate sea el preámbulo del nuevo orden internacional.

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