Libertad en Albania
LAS ELECCIONES generales celebradas el domingo pasado en Albania, las primeras desde 1924 y a las que concurrían diferentes partidos, no han despejado las dudas que suscita el futuro de ese pequeño país. Probablemente, el único logro de los comicios haya sido proclamar la libertad de los albaneses, desmontando así un rígido sistema de dictadura estalinista que los tenía sojuzgados desde 1944. No es poco. No obstante, quedan en pie los más graves interrogantes: quién mandará en el país mañana, cómo hará que Albania funcione, de qué modo se asegurará de que su ciudadanía puede alimentarse, cómo la protegerá de los graves peligros de desestabilización interna y externa que acechan a la nación.Pese a que 11 partidos políticos habían presentado a 1.000 candidatos para disputarse los 250 escaños en liza, en realidad la lucha se había circunscrito al enfrentamiento entre el Partido del Trabajo -el PPSH, formación política comunista, en el poder desde 1944- y la oposición representada por el Partido Democrático (PD). Los primeros resultados, obtenidos con la entusiasta participación de casi el 97% de los ciudadanos, suponen que el próximo domingo sólo será necesaria una segunda vuelta para cinco o seis escaños. Para un país tan poco habituado a acudir a las urnas en uso libre de sus defechos democráticos, el proceso resultó bastante pacífico y limpio, aunque se han denunciado algunos casos de fraude y de coacción sobre candidatos de la oposición. Algunos de ellos exhibieron, por lo demás, desconocidos historiales democráticos, y hasta el hombre fuerte del régimen, Ramiz Alia, aseguró haber pasado por momentos difíciles de persecución por la nomenklatura comunista.
El ejemplo albanés recuerda otros procesos ocurridos en el Este europeo tras la caída de los muros. Los primeros resultados indicarían que los comunistas de Ramiz Alla han obtenido al menos 140 de los 250 escaños. Por su parte, la oposición democrática, encabezada por un cardiólogo, Sali Berisha (comunista hasta hace menos de un año), y por un joven economista, Gramoz Pashko, habría conseguido 70 escanos, sobre todo en las ciudades. Pero lo significativo de los comicios no es que los comunistas hayan sido capaces de retener el poder; era de esperar que, en un país predominantemente rural y atrasado como Albania, triunfara, esencialmente por inercia, la opción del PPSH. Lo significativo es que, pese a esta aparente victoria comunista, sus jefes (entre otros, el presidente, Alia; el primer ministro, Fatos Nano, y el ministro de Asuntos Exteriores, Muhamet Kaplani) han resultado estrepitosamente derrotados por sus oponentes democráticos (según datos aún no definitivos) en lo que debe ser interpretado como un severo voto de castigo.
Las noticias que llegaron de Albania desde que empezó el desmantelamiento del régimen hace pocos meses no resultaron tan dramáticas como era de temer. Mientras el proceso político, acelerado por el marasmo económico, avanzaba a gran velocidad, la violencia que suele acompañar a estos fenómenos pareció concentrarse sustancialmente en el derribo de estatuas del antiguo dictador, Enver Hoxha. Pero hoy la situación política es enrevesada: después de unos comicios que el domingo dieron la victoria a la oposición en la capital y al oficialismo comunista en las zonas rurales, es difícil, como asegura Berisha, concebir a un país con "cerebro democrático y cuerpo bolchevique". La lógica de las cosas propicia a partir de ahora un enfrentamiento entre ambos grupos de vencedores. Un Parlamento elegido democráticamente debería permitir, sin duda, que este enfrentamiento fuera pacífico y dialéctico.
Nada es fácil en el porvenir de una Albania hundida en la miseria económica, incapaz de superar la fase preindustrial, rodeada de antagonistas y, sobre todo, colocada al borde de la hambruna. Una Albania desconocida, imprevisible, tribal y hermética que necesita de urgente ayuda exterior para subsistir.
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