Zzzzzzzzzzz...!
Tan aburrido estaba el presidente González de escucharse a sí mismo, que se le ponía la peluca a media asta y se le encasquillaban las palabras, que estaban a punto de ser onomatopeya del sueño o del ronquido: izzzzzzzzzz...! ¡rrrrrrrrrrrrr! Hasta los ojos más insomnes del Congreso, propiedad de Alfonso Guerra y Julio Anguita, estaban por el cierre de persianas. Implacable, inmisericorde, el presidente quería demostrarse y demostrar la inutilidad del debate sobre el estado de la nación, especialmente evidente en un día en el que el Madrid se jugaba no sólo la permanencia en la Copa de Europa sino también la temporada, la presidencia de Ramón Mendoza y el futuro de la quinta del Buitre.
Nada respetó el verbo economicista del presidente, sádico merodeador, una y otra vez, sobre la posibilidad de que se crezca sin competir o se compita sin crecer, y dale que te pego, y tanto por ciento por aquí y tanto por ciento por allá. Fueron tantos y tan parecidos los tantos por ciento, que me recordaron la estrategia de Queipo de Llano haciendo pasar una y otra vez por las calles de Sevilla el mismo camión con los mismos facciosos para que la población creyera que había llegado el Séptimo de Caballería en pleno. Sospecho que el presidente dispone de un número reducido de tantos por ciento, pero los repite, les cambia el orden, incluso es posible que el tanto, el por y el ciento, y así hunde a los receptores de su mensaje en el pantano del economicismo más abyecto.
Forma y fondo. Este será el lenguaje de la etapa futura. Éste es el lenguaje de la tecnocracia, y se acabaron las metáforas, vengan de Agamenón o de su porquero. Y sus señorías, tantas veces comprobados garantes de la soberanía popular, tendrán que recurrir a las anfetaminas o al transistor para no dar el espectáculo de sus ronquidos o de sus suicidios.
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