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La rueda de la venganza en Colombia

300 jóvenes, asesinados este año en barrios pobres de Medellín

John Jairo y Huber, de 15 y 14 años, llegaron puntuales a la escuela el pasado 27 de febrero. Cuando apenas comenzaba la clase, dos hombres armados entraron en el aula. Frente a la conmoción de la maestra y de 40 de sus compañeros, John Jairo y Huber cayeron asesinados. Son dos de los 300 menores de 20 años que han sido acribillados este año en la comuna nororiental de Medellín, la cuna de las bandas juveniles de sicarios.

"Yo no entiendo qué está pasando", dijo a EL PAÍS el padre José Allén, párroco del barrio donde ocurrió este crimen. "Ellos eran buenos muchachos; trabajaban y estudiaban. Unos dicen que son venganzas entre bandas, otros que son policías, y algunos que las milicias populares. Entonces uno no puede señalar a nadie", añade.Tres días antes de la muerte de los dos estudiantes, este párroco recibió una carta firmada por el Grupo Amable de Medellín. En ella se anunciaba la muerte para todos los drogadictos y se pedía un sacerdote que leyera en el púlpito el mensaje. "Yo lo leí, pero haciendo la salvedad de que la Iglesia no está de acuerdo con estos procedimientos. La violencia no se acaba con más violencia. Nueve de cada diez entierros que yo oficio son de personas menores de 20 años", siguió hablando el sacerdote. Este comentario fue interrumpido por un hombre que, grabadora en mano, entró en la sacristía. Pidió permiso para colocar unos altavoces en la iglesia, música popular mexicana, durante el entierro de Macario, su cuñado.

"Ayer lo bajaron del autobús en que regresaba a su casa y lo mataron en plena calle. Tenía 20 años", comentó el hombre. El de Macario fue el segundo entierro de la tarde. Una hora antes el padre Allén había bendecido el ataúd de Astrid, estudiante de bachillerato de sólo 14 años.

Crímenes en cadena

Los crímenes se han dado en cadena. El mismo día que asesinaron a John Jairo y a Huber, nueve muchachos que jugaban al fútbol en otro barrio de la comuna fueron asesinados. Dos días después, hombres enmascarados buscaron uno por uno a cinco jóvenes del barrio La Floresta. "MI hijo se abrazó a mí con desespero. Lloraba y suplicaba: 'Mamá, no dejes que me lleven; ellos me van a matar'. Yo, a la vez, suplicaba a los asesinos que no lo mataran", contó después una madre. Pero de nada valieron las súplicas, a los cinco los mataron en un descampado cercano. Entre ellos cayó una adolescente de apenas 14 años. La muchacha presentía su muerte, había advertido a sus familiares y amigos que la enterraran pronto, para que no la vieran muerta.En los corrillos de los barrios se comenta que la mano de la policía está en muchas de estas matanzas. Se dice que son el resultado de rencores nacidos en la época en que los narcotraficantes pagaban el equivalente de 7.000 pesetas por la cabeza de cada uniformado. Para la policía, los responsables de estos hechos de barbarie son las milicias populares, un grupo armado local que surgió como respuesta a las matanzas del 1990. Sus dirigentes son ex guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional.

Aunque las milicias no tienen vínculos con los grupos insurgentes, actúan como una guerrilla urbana. Existen zonas donde la única autoridad son ellas. Quienes han estudiado este nuevo fenómeno aseguran c, ue ante la, desesperación de la gc.inte por las violaciones y las matanzas, las milicias han epconvirado un gran apoyo popular.

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¿Pero quién está matando a los jóvenes que no pertenecen a bandas, que no son drogadictos, y cuyo único delito es ser menores de 20 años y vivir en las comunas más pobres de Medellín? Lo único cierto es que la violencia, que en un comienzo fue promovida por los jefes del narcotráfico es hoy una rueda suelta, impulsada por un solo sentímiento: la venganza.

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