Tragedia vieja de una renta antigua

Teresa Cotera tiene 73 años y siete pisos que en teoría le debían permitir vivir de rentas. Pero malvive gracias a una pensión de 23.590 pesetas y a las 12.000 pesetas que obtiene de sus siete inquilinos. Reza para que los inquilinos se le vayan de sus pisos de la calle de San Bernardo, ya que algunos sólo le pagan 327 pesetas al mes.

Con la rodilla operada y sus años a cuestas, esta viuda sin hijos está harta de pleitos "que sólo hacen perder la salud". Desde sus dos balcones con macetas ve el edificio de enfrente, cuyos apartamentos, más pequeños que el suyo, se alquilan por 60.000 pesetas al mes. "Ni ha sido buena la ley Boyer, que ha conseguido que se lleguen a pagar barbaridades, ni es justo que los propietarios de casas de rentas antiguas estemos pasando por este calvario", dice.Sus suegros y su marido vivieron de las rentas. En uno de los contratos, con fecha de 1928, se lee: "El pago del alquiler se verificará en oro y plata; si por cualquier circunstancia se encontrase el dueño en precisión de aceptar el papel moneda, será por cuenta del arrendatario abonarle la depreciación".

Han pasado gobiernos, guerras y dos monarquías y Teresa Cotera sigue clamando porque salga "la nueva ley de alquileres para pisos de renta antigua que debía estar en la calle el pasado verano", explica.

"Soy la pobre... Cualquiera de mis vecinos tiene más dinero que yo", añade esta mujer que a veces llora desesperada al recordar cómo la familia de su marido vivía sin estrecheces como propietaria de un inmueble en pleno centro de Madrid.

Sin subvención

Hace seis años malvendió dos pisos que se le quedaron vacíos a dos millones de pesetas cada uno y de ahí derivó un nuevo problema económico. "El dueño de los pisos, Pedro Blázquez, me denunció y me obligó a rehabilitar el edificio, por lo que tuve que pedir créditos. La inquilina de la peluquería del bajo no dejó entrar a los albañiles y ahora el Ayuntamiento no me da la parte de la subvención con la que podría pagar la próxima letra del banco hasta que no finalice las obras", dice Teresa.El aparejador de la Empresa Municipal de la Vivienda con el que habla Teresa explicó: "Cuando acabe el pleito con la peluquera y lo gane le daremos el dinero que le queda de subvención, de momento la única ayuda que podemos facilitarle es no apretarla para que acelere la finalización de las obras", concluye. Si hay algo que le falta a Teresa Cotera es tiempo.

Roberto Rojo alquiló un piso en el edificio de la calle de San Hermenegildo, número 4, en 1958 por 8.400 pesetas al año. Ahora su heredera, María Luisa Antón, paga 700 pesetas mensuales y tiene el piso cerrado desde hace siete años, fecha en que lo empezó a utilizar de trastero.

Teresa come cada día en un lugar de beneficencia. Agradece que su marido, profesor de música, no viva para ver la vergüenza en que se encuentra sumida, mientras ella ve bajar a sus inquilinos con abrigos de pieles por las escaleras recién remozadas.