Amores que matan
La amorosa pasión que sienten los componentes de las peñas de seguidores no siempre les benefician, e incluso a veces les pueden perjudicar, llevándoles a conclusiones erróneas sobre lo que han desarrollado en el ruedo. Estos engañosos amores sucedieron ayer en Las Ventas con El Millonario, demasiado verde para debutar en esta plaza, pese a las jaranosas palmas con que sus seguidores acogían su entregada y floja actuación.El chaval, obnubilado y caliente por el apoyo de sus peñistas, hasta intentó dar vuelta al ruedo a la muerte del último bicorne. Momento en que recrecieron los gritos de desaprobación del resto del cotarro, que aplicaba otro conocido aserto: quien bien te quiere, te hará llorar.
Jaral / Martínez, Díaz, El Millonario
Cuatro novillos de El Jaral de la Mira, 2º, sobrero, en sustitución de uno de la divisa titular devuelto por inválido, y 4º, de Arturo Sánchez, bien presentados, manejables y noblotes, excepto 5º, flojo. Angel Martínez: aviso y palmas; oreja. Joaquín Díaz: palmas; silencio. El Millonario: palmas; división cuando saluda.Plaza de Las Ventas, 10 de marzo. Un tercio de entrada
También hubo partidarios de Ángel Martínez, aunque más comedidos y analíticos. Jalearon sólo con escasas voces su agrisada faena al que abrió plaza. Pero alguien que sí quiere bien al chaval debió aconsejarle que con el cuarto tenía que echar garbo. No sabemos si Martínez lloró o no, pero obedeció. Cambió turbulencias por tersura, baile para enmendar terrenos por quietud, añadió el brillo del toreo fundamental con ambas manos, lo adornó con el prodigio del temple, y triunfó con toda justicia.
El Millonario anduvo a merced de sus dos enemigos, que le atropellaron sin que el diestro se inmutara o cejara en su dificilísimo empeño de lucirse con tan escaso bagaje técnico. A ambos los molió con canjilones de pases sin abolengo y con los señuelos hechos un rebuño. Suplió esos sus escasos recursos con un valor sin límite.
Esa entrega le faltó a un frío Joaquín Díaz, tal vez por la ausencia de fans, que se limitó a acicalar atisbos sueltos de clase con el retozón segundo y a quitarse de encima al débil quinto.
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