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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una invitación a salir del rebaño

Entre finales de los años cuarenta y mediados de los cincuenta, los estudios Ealing, a la sazón dirigidos por sir Michael Balcon -productor de Flaherty y descubridor de Hitchcock-, revolucionaron el campo de la comedia cinematográfica con un puñado de películas que hoy forman parte de la edad de oro del cine británico.

Ambiente propicio

Oro en barras (The Lavender Hill Mob)

Director: Charles Crichton. Guión: T. E. B. Clarke. Fotografía: Douglas Slocombe. Música: Georges Auric. Producción: Michael Truman, para Ealing Studios. Reino Unido, 1951. Intérpretes: Alec Guinness, Stanley Holloway, Sidney James, Alfie Bass, John Gregson, Audrey Hepburn. Sala de estreno en Madrid: Dúplex 2 (versión original).

Directores como Alexander Mackendrick, Robert Hamer, Charles Crichton y Henry Cornelius, junto a guionistas de la talla de T. E. B. Clarke, William Rose o John Dighton encontraron en Ealing el ambiente propicio para realizar sus mejores obras, y prueba de ello son, entre otras, Whisky a gogó, Ocho sentencias de muerte, Pasaporte para Pimlico, El hombre del traje blanco, Los apuros de un pequeño tren, Oro en barras, La bella Maggie y El quinteto de la muerte.La influencia de estas películas en el cine posterior se extiende desde las primeras comedias corales de Berlanga hasta el filme más reciente de Aki Kaurismaki.

Oro en barras comienza en un lujoso hotel de Río de Janeiro, donde el millonario Henry Holland (genial Alec Guinness) reparte fajos de billetes entre sus amigos (incluida una jovencísima Audrey Hepburn) antes de relatar los orígenes de su fortuna a un desconocido. Las palabras "Yo entonces era uno más..." se superponen a una imagen especialmente siniestra de cientos de ciudadanos londinenses camino del trabajo, donde nos es imposible distinguir al narrador.

Holland es ahora un humilde empleado de banca que ha decidido perpetrar el robo del siglo para dejar de ser un don nadie. En compañía de un fabricante de souvenirs del mundo entero (Stanley Holloway, también soberbio) y dos cómplices más, se convierte en el cerebro de la banda de Lavender Hill.

Los deseos de Holland y sus secuaces de abandonar el rebaño se ven continuamente amenazados por una conspiración de objetos y seres humanos clónicos -lingotes de oro, reproducciones de la torre Eiffel, coches de policía, colegialas uniformadas-, que los propios ladrones utilizan a veces para dar esquinazo a Scotland Yard.

A partir de esta idea y de que nada es lo que parece, Crichton construye los mejores gags de esta comedia sintética, singular y llena de encanto.

Contra los clichés

Oro en barras es una película contra la falta de imaginación o, lo que es lo mismo, contra la fabricación en serie -sobre todo de personas, pero también de películas- y contra los clichés de la fórmula Ealing, según los cuales la acción se desarrolla en tres tiempos: primeramente, los protagonistas -a menudo una pequeña comunidad, con menor frecuencia un grupúsculo y excepcion almente un individuo aislado- desafían las convenciones para reafirmar su identidad; esta rebelión provoca una segunda fase de anarquía total y, finalmente, las cosas vuelven a su cauce, como corresponde a una sociedad basada en valores inmutables.Crichton y sus personajes luchan hasta el final contra el orden establecido.

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