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Humillación o derrota

Antonio Caño

En sus últimas horas antes de la gran batalla, Sadam Husein era un hombre cercado y abocado a un trágico destino: la humillación o la derrota. Si deshojó o no la margarita para elegir entre ambas alternativas sólo él lo sabe, pero los contactos finales del presidente iraquí con el mundo exterior -tal como pudieron ser seguidos por Radio Bagdad- parecen indicar que no tuvo ni tiempo ni medios para elegir la primera.Horas después del plazo dado por los aliados, el ministro de Asuntos Exteriores iraquí, Tarek Aziz, estaba todavía en Moscú dando los últimos retoques al plan soviético, y se había convocado una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sadam. tenía forzosamente que apostar todavía por esas bazas.

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Cuando Tarek Aziz apareció en televisión admitiendo con su voz y su propio rostro que Irak aceptaba la retirada incondicional de acuerdo con el calendario propuesto por Gorbachov encontró una reacción tan negativa entre los adversarios como todos los anuncios hechos en las 48 horas anteriores. Sadam. convocó entonces al Consejo del Mando de la Revolución y a la dirección del Partido Baaz para crear la expectativa de que la rendición -como quiera que fuese disfrazada- todavía era posible.

Los propios soviéticos afirmaban a esas horas que las diferencias entre sus propuestas y el ultimátum de la coalición eran mínimas. Sadam esperaba. El Consejo de Seguridad comenzaba su reunión con rumores optimistas sobre un arreglo. Sadam esperaba. Funcionarios iraquíes llegaron a filtrar a la CNN que el presidente hablaría en las horas siguientes -¿para qué otra cosa sino para anunciar la retirada?- Venció el plazo dado por los aliados, los soviéticos seguían confiando y Sadarri decidió seguir esperando.

Se reservó. No habló. Mandó a la, radio al vicepresidente del Mando de la Revolución, que insistió en que lasolución debía ser la oferta soviética. A esas horas Bagdad estaba siendo sometida a uno de los peores bombardeos desde el comienzo de la guerra; ni siquiera Radio Bagdad se podía ya escuchar con nitidez.

El Consejo de Seguridad de la ONU suspendió la reunión por unas horas en medio de intensos preparativos para la batalla terrestre. Los soviéticos todavía confiaban en una simbiosis de su plan con el de la coalición. Sadam no había dicho públicamente no a esa posibilidad, pero tampoco había dicho sí al ultimátum. Creyó que podía seguir esperando. Y esperó, pensando, tal vez, que para rendirse siempre hay tiempo. Pero no hubo. Cuando la noche de la gran incertidumbre llegaba a su fin, una enorme batalla despejó a Sadam todas sus dudas.

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