Un amago golpista al estilo de De Gaulle
El general Armada pretendía una reconducción conservadora de la sociedad, suprimiendo avances de la democracia
El 23-F fue un amago golpista inspirado en el ejemplo histórico que situó al general Charles de Gaulle al frente de la V República Francesa. Su objetivo era colocar al general Alfonso Armada al frente de un Gobierno con participación de los principales partidos políticos de ámbito estatal, sometido a la vigilancia del Ejército. Armada y su grupo de apoyo no habían logrado que la idea interesara lo suficiente a los partidos políticos como para llevarla a cabo por vías estrictamente democráticas: necesitaba un poco de presión militar. Eso es lo que consiguió con la incorporación al proyecto del teniente general Jaime Milans del Bosch, el más prestigioso jefe militar con que contaba el Ejército en aquellos momentos.
A la hora de organizar el golpe de Estado, Milans acortó demasiado los plazos. Confió el detonante principal -la ocupación del Congreso- al teniente coronel Antonio Tejero, como coartada de un movimiento militar limitado pero de difícil retroceso. Tras el detonante, el golpe estaba basado sobre dos piezas: la presencia de fuerzas militares en las calles de Madrid y la reacción en cadena que eso debería haber provocado en la mayoría de las capitanías generales. A la hora de la verdad, ni hubo tropas en las calles de Madrid, ni los capitanes generales se sumaron. El Rey y Sabino Fernández Campo en el palacio de la Zarzuela, así como el Jefe del Ejército y el capitán general de Madrid, generales Gabeiras y Quintana, mantuvieron un dominio suficiente de la situación militar. Milans había sondeado a varios capitanes generales y a otros jefes militares situados en puestos claves pero no había adquirido con ellos el compromiso de llegar hasta el final al precio que fuera. Por eso, el Rey y los generales leales se hicieron con el control de la situación.No había pretextos ni justificaciones para una intervención decidida y en bloque de las Fuerzas Armadas. Imposible encontrar, en la España de 1981, situaciones de enfrentamiento y polaridad como las de Chile en 1973, ni violencia terrorista o caos social comparables a los de Turquía de 1980. El golpe duro no estaba maduro en la sociedad española, ni siquiera en los sectores; más conservadores o deseosos de la vuelta atrás. A lo más que podía llegarse era a la reconducción conservadora de la democracia, con la eliminación de muchos de los avances introducidos por la Constitución, como eran el libre funcionamiento de los; partidos políticos -incluido el comunista- y la organización de las autonomías, y por supuesto con el consentimiento del Rey.
El "problema vasco'
Uno de los objetivos políticos mías claros era la reforma o eliminación del título octavo de la Constitución, que regula las autonomías, unido a un Gobierno de "salvación nacional", que, en su particular concepción del problema vasco, adoptara medidas tajantes para cortar la violencia terrorista y todo tipo de excesos democráticos. Durante los, meses previos al 23-F hubo una tremenda campaña de opinión en la prensa ultraderechista, que denunció los pasos que se daban en la organización autonómica del Estado como una traición separatista.
El diario El Alcázar se distinguió especialmente en la creación del, clima de opinión adecuado entre los cuadros de mando de las Fuerzas Armadas, con la publicación constante de noticias y análisis alarmistas sobre la inminente secesión de España, consentida por los políticos débiles y traidores que gobernaban el país, y a la cabeza de todos ellos Adolfo Suárez.
El remedio para ello era la Operación De Gaulle: un amago de golpe militar llevado a cabo por unidades paracaidistas del Ejército francés. El jefe de las tropas que trataban de sofocar la revuelta de los independentistas argelinos colocó al Parlamento francés ante el dilema de aceptar la investidura de De Gaulle como presidente o colocarse bajo un régimen militar. La Asamblea Francesa optó por la primera. solución y, bajo la presidencia de Charles De Gaulle, promulgó una nueva Constitución que dio paso a la V República.
Alfonso Armada era un sincero admirador del general De Gaulle. Consiguió su diploma de Estado Mayor en Francia y todos los que le conocieron en esa época destacan su admiración hacia el jefe del Estado francés. A principios de la transición democrática española -años 1976 y 1977- ya hubo un primer proyecto de esas características, que contaba con el apoyo de antiguos ministros franquistas vinculados al Opus Dei y a las organizaciones empresariales.
El plan consistía en aprovechar un atentado de ETA particularmente grave para impulsar un movimiento de tropas o llegar a un pronunciamiento militar que pusiera al Gobierno entre lascuerdas. Se pretendía formar un Gobierno de tecnócratas, dar un giro a la derecha y acabar con el problema vasco. Ese intento fue descubierto desactivado por el Gobierno de Suárez, pero la idea cuajó nuevamente en torno a Alfonso Armada.
Cada vez más acosado desde todos los sectores políticos y sociales, Adolfo Suárez comprendió que su situación era comprometida y empezó a pensar en la posibilidad de abandonar. Parece que el Rey compartió con él estas o parecidas impresiones. Suárez decidió dimitir para adelantarse a la posibilidad de que cuajara la Operación Armada por vías parlamentarias, es decir, con una moción de censura presentada por la oposición socialista y los sectores críticos del Grupo parlamentario Centrista.
Pero tampoco terminaba de madurar. En el seno del propio partido socialista, los sondeos y gestiones de Enrique Múgica inquietaron incluso a Felipe González, que retiró a aquél la confianza para llevar los contactos militares del PSOE y asumió él personalmente esa tarea. En la Democracia Cristiana - tampoco había unanimidad sobre esa clase de soluciones. En esto, Adolfo Suárez presentó su dimisión: se esfumó, así, uno de los principales argumentos de la solución Armada.
Descontento militar
La designación de Leopoldo Calvo Sotelo como candidato a la presidencia del Gobierno no contribuyó, sin embargo, a tranquilizar los ánimos de los golpistas. Poco antes se había producido el abucheo al Rey en la Casa de Juntas de Guernica, que reforzó el cabreo militar contra el nacionalismo vasco. La ETA mató como a un perro al ingeniero José María Ryan, director de la central nuclear de Lemómz. Y la cúpula policial en pleno presentó su dimisión como consecuencia de la petición de explicaciones que desde la oposición democrática se presentó acerca de las torturas que produjeron la muerte al etarra Joseba Arregui.
Pretextos no faltaban. Milans decidió intentarlo. Disponía de una oferta de golpe de mano contra el Congreso de los Diputados, que le había presentado Antonio Tejero. Contaba con su ascendiente sobre jefes claves de la División Acorazada Brunete, en Madrid. Disponía de la pieza Armada como salida moderada para el golpe, que él creía podía obtener consenso suficiente en los capitanes generales y el respaldo del Rey. Con todos esos elementos organizó, en 72 horas, el golpe del 23-F.
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