Sucedió hace ya muchos años
En el décimo aniversario de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 vienen a la memoria los versos de Ovidio que evocan también en esta ocasión la tristísima imagen de una noche en la que toda España estuvo en vilo en una espera angustiosa entre la libertad y la barbarie.Para los que estuvimos encerrados en el Congreso de los Diputados bajo la amenaza de las armas desde las 18.23 del día 23 hasta las 12.30 del día siguiente, el recuerdo de la larga noche del 23-F nos traslada a un escalofriante túnel del tiempo con escenas reales que tanto entonces como ahora parecen fantasmagóricas. Tras la irrupción de los guardias civiles en el hemiciclo gritando "¡al suelo, todos al suelo!", la confusión y la sorpresa inicial dieron paso a la evidencia ante un intento de golpe de Estado. Así lo confirmó minutos más tarde el anuncio de la llegada de la autoridad competente, "militar, por supuesto". Mientras tanto, se dio lectura al bando dictatorial del general Milans del Bosch, que anunciaba que asumía en la región militar de Valencia todos los poderes, incluidos el judicial y el administrativo.
La continua actitud amenazante de los asaltantes no dejaba lugar a dudas de que estaban dispuestos a todo, Emplearon la fuerza y la violencia ante la valentía del general Gutiérrez Mellado y del presidente Adolfo Suárez, y continuamente nos recordaban que estaban dispuestos a utilizar las armas: "En el próximo movimiento de manos se mueve esto" (señalando las metralletas). En la tensa y prolongada espera presenciamos algunas acciones esperpénticas y macabras, como la orden del teniente coronel Tejero de colocar velones y apilar sillas en el centro del hemiciclo para prender fuego si se producía algún corte de electricidad, "en cuyo caso, al recibir un roce en el cuerpo, hagan fuego",
Aquélla era una situación dramática que por lo grotesca chocaba frontalmente con nuestra visión de una España en vías firmes de desarrollo económico y en un proceso irreversible de integración europea, capaz, desde la modernidad y la democracia, de resolver los problemas, algunos de ellos graves, como el terrorismo, que entonces dificultaba nuestra convivencia. Ante la evidencia de unos hechos que, no obstante, se resistían a ser admitidos como reales, mi pensamiento dio un salto atrás hasta el siglo XIX, en que, también por la fuerza, las tropas del general Pavía asaltaron en 1874 el mismo recinto del Congreso de los Diputados, acabando así con la I República. Los versos de Machado sobre las dos Españas me parecieron de un fatalismo cruel, especialmente al recordar que la fecha de aquellos acontecimientos coincidía casi con otro 22 de febrero en que el poeta moría en el exilio.
En tal situación de impotencia, la mayoría fuimos conscientes del papel decisivo que correspondía desempeñar al Rey, quien hasta esos momentos había sido considerado por muchos de nosotros un personaje lejano y secundario en el proceso democrático español. Cuando, ya muy de madrugada, a través de la poca información que de escaño a escaño nos íbamos transmitiendo, nos enteramos del mensaje del Rey, el agradecimiento y el respeto profundo por don Juan Carlos se extendió por todo el hemiciclo. En esta ocasión se hacía realidad felizmente aquello que no se cumplió en el caso de Fernando VII: "Yo, el primero por la senda de la Constitución". El panorama cambiaba. A partir de ese momento, la rebelión militar comenzaría a tambalearse. Nosotros podíamos pasar a ser mantenidos como rehenes, pero volvía la esperanza para la dignidad y la democracia en España.
Hacia las 12.30 llegó por fin el gran momento de la libertad. En la carrera de San Jerónimo nos fundimos emocionados en abrazos con tantas personas conocidas y desconocidas que, como otros muchos en toda España, habían compartido las mismas angustias y esperanzas. Desde la ignorancia del desarrollo general de los acontecimientos quedamos asombrados al mostrarnos ejemplares de periódicos que, como en el caso de EL PAÍS, se habían publicado en ediciones de urgencia la misma noche, defendiendo con coraje la democracia. Nos informaron también de la existencia de las imágenes de la televisión emitidas por una cámara que por olvido no fue destrozada por los culatazos de los fusiles y fuimos conscientes de la importancia de las emisiones de radio en la que después se llamó la noche de los transistores. La amarga experiencia de aquella noche en la que la democracia estuvo en capilla nos hizo más conscientes a todos del valor de la libertad, como lo palpamos en las multitudinarias, manifestaciones unitarias y públicas que se desarrollaron en casi toda España el día 27 de febrero.
La larga noche del 23-F alargó, sin embargo, su sombra hasta mucho tiempo después. La apertura del proceso judicial para depurar las responsabilidades exigidas por la dignidad democrática y su excesiva duración fueron aprovechadas por los propios golpistas y por sectores involucionistas como plataforma de propaganda de sus ideales retrógrados. Comenzó un rosario de incertidumbres en que a veces parecía que el peligro de golpe subsistía. Algunos de los personajes de opereta de la que pudo ser una tragedia y se quedó en farsa se envalentonaron al vestir de nuevo su uniforme militar para comparecer ante el tribunal que les juzgaba, y aprovecharon la gran publicidad del proceso para justificar su patriotismo y pedir nuevos apoyos. Durante meses se sucedieron filtraciones interesadas a los medios de comunicación intentando implicar al Rey, a otros militares y a líderes de los partidos políticos a través de falsedades e insidias. Las sesiones del Congreso de los Diputados se celebraron en ese periodo en un clima de notable desasosiego, al mismo tiempo que presenciábamos cómo todavía algunos miembros de la Policía Nacional se cuadraban con sonoros taconazos al encontrarse en los pasillos ante algún diputado líder de los sectores más involucionistas.
Por fin, la sentencia del 3 de junio de 1982 terminó con la tensión y el nerviosismo de un periodo agotador que durante más de un año después del 23-F planeó sobre la vida de los españoles condicionando el desarrollo político y la consolidación democrática de las instituciones. A pesar de la benevolencia de las penas, el corto número de los condenados (sólo 22) y la inmunidad de que disfrutó la trama civil del golpe, lo más importante fue que quedó probada la gravedad de los hechos al ser tipificados como rebelión militar. Hoy, los implicados hace 10 años en la intentona golpista se encuentran fuera de las prisiones disfrutando de la libertad que les garantiza la misma democracia que intentaron secuestrar. La única excepción es el teniente coronel Tejero, a quien pronto se le ofrecerá la posibilidad de obtener el mismo privilegio.
La generosidad de la sentencla y de su ejecución se ha compensado con las sanciones proplas del sistema democrático, que ha penalizado con el olvido y la indiferencia a los personajes que protagonizaron una acción anacrónica y arcaica. Quienes se consideraron los salvadores de la patria, que deseaban meter a España en cintura, saben que hoy sus nombres carecen de toda relevancia y se pueden pronunciar ante la indiferencia total de los ciudadanos. La madurez de la democracia española es la causa de que hoy se presente en la lejanía lo que sucedió hace tan sólo unos años. Quede, no obstante, la moraleja de que la historia no es lineal y de que conviene que todos la conozcamos para que, como señalaba Spengler, no se repitan los errores.
es diputado del PSOE. En el momento de emitir su voto irrumpieron en el hemiciclo del Congreso los autores del intento de golpe de Estado.
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