Una de multas de la ORA
El día 23 de diciembre de 1990 mi coche desapareció de la puerta de mi casa sin dejar ningún rastro.Cuarenta y tres días más tarde, el 4 de febrero de 1991, habituado ya a la vida peatonal y de transporte público tras superar el lógico cabreo, recibí una carta certificada del Ayuntamiento.
Se trataba de una multa de la ORA fechada el día... ¡24 de diciembre!, el día siguiente a la desaparición de mi coche. La dirección era Villanueva, 19, en pleno centro de Madrid, hacia donde me dirigí con rapidez. Allí encontré el coche, perfectamente aparcado y con una voluminosa pila de multas de la ORA en el limpiaparabrisas.
Lo que me lleva a escribir esta carta es mi sorpresa ante el hecho de que en más de cuarenta días ni la policía ni los agentes de la ORA se hubieran fijado en que aquel vehículo (que estaban multando sistemáticamente había sido robado, hecho evidente a poco que uno se fijara en él, ya que tenía la cerradura reventada, además de un puente visible desde el exterior.
Todo esto pone de manifiesto la nula coordinación existente entre la Policía Municipal y los agentes de la ORA. Estos últimos efectúan una tarea ciertamente rutinaria y poco constructiva, cuando podrían colaborar con la policía en algunas pequeñias tareas como la localización de coches robados, recibiendo a cambio una pequeña recompensa estipulada de antemano, que los propietarios de los coches recuperados les pagarían encantados. Son pequenos detalles de este tipo los que tienen que hacer que entre todos los madrileños logremos que nuestra ciudad funcione mejor.
Aun así, por primera vez agradezco la llegada de multas de tráfico, ya que tienen una misión que yo desconocía: ¡ayudan, mediante carambolas, a recuperar coches robados!-
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