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Miles de fragmentos de chatarra espacial amenazan la navegación alrededor de la Tierra

La plancha de un metro cuadrado con inscripciones en alfabeto cirílico, procedente de la estación espacial soviética Saliut 7, que cayó recientemente sobre Argentina, no era más que uno de los miles de trozos de chatarra de varios tamaños que están en órbita alrededor de la Tierra. Son restos de cohetes, satélites inutilizados, alguna herramienta que pudo escapársele a un astronauta mientras hacía una reparación fuera de la nave y una tonelada de uranio 235 junto a otros elementos radiactivos procedentes de los reactores nucleares de algunos aparatos soviéticos y estadounidenses.

Las agencias espaciales son conscientes del peligro que la basura supone tanto para los costosos nuevos satélites como para los astronautas, que pueden resultar perforados por un tornillo circulando a cinco kilómetros por segundo, y discuten medidas para limitar la expansión de este basurero celeste.La estación de vigilancia espacial de Colorado Springs (EE UU) se encarga de controlar actualmente 7.000 trozos de chatarra espacial de tamaño superior a 10 centímetros, y sólo el 5% se trata de satélites operativos, pero los expertos estiman que puede haber entre 30.000 y 70.000 objetos más pequeños en órbita terrestre, según datos de la Administración Europea del Espacio (ESA). Es lo que queda de los más de 3.600 satélites puestos en órbita desde que, en 1957, la URSS lanzó el primer Sputnik.

La mayor parte de esos 7.000 desechos contabilizados están en órbitas bajas, donde se colocan y se colocarán las estaciones orbitales y satélites de diferente uso; más de 450 están en la órbita geosincrónica de 36.000 kilómetros, utilizada para la mayoría de los satélites de comunicaciones, y casi 700 están entre las alturas intermedias.

Aunque esta basura raramente cae a tierra porque al entrar en la atmósfera se desintegra, periódicamente los centros se seguimiento espacial se ponen alerta cuando algún viejo satélite o estación pierde altura, amenazando con regresar descontroladamente a la Tierra. No se puede saber con seguridad si algún trozo llegará al suelo o al mar, ni se conoce la zona o lugar del posible impacto hasta pocas horas antes del mismo. En 1979, por ejemplo, las 80 toneladas del Skylab estadounidense cayeron en el sur de Australia y en el océano índico en 500 trozos de tamaño considerable.

Los aparatos espaciales más peligrosos, si caen a la Tierra, son los que llevan material radiactivo, como los satélites de teledetección soviéticos Cosmos. Como el radar que llevan necesita más energía de la que pueden proporcionar los paneles solares normalmente utilizados en las naves, tienen a bordo un motor nuclear.

Peligro radiactivo

Cuando acaba el corto periodo de vida de los Cosmos, el motor se separa y es enviado hacia una órbita estable en la que permanecerán varios cientos de años. Sin embargo, dos de los 30 Cosmos lanzados no pudieron hacer esta maniobra, y sus restos radiactivos cayeron a la Tierra, en Canadá y en el océano Indico. Aunque la información sobre estos artefactos es secreta, se calcula que actualmente hay en órbita terrestre 56 satélites radiactivos.

La limitación de los motores nucleares exclusivamente a naves que salgan del sistema solar es una de las alternativas que las agencias espaciales están discutiendo para afrontar el problema . La Administración Europea del Espacio ha sido la primera en proponer medidas para controlar el problema de la chatarra espacial, tanto en órbita baja como en la geoestacionaria, donde puede permanecer durante millones de años.

Entre estas medidas figura la posibilidad de que los propietarios de los satélites quiten sus aparatos de la órbita de 36.000 kilómetros una vez que dejen de funcionar para evitar el riesgo de que choquen con los activos, y la Unión Internacional de Telecomunicaciones está discutiendo la medida. La Universidad de Kent (Reino Unido) está realizando, por encargo de la NASA y de la ESA, un catálogo exhaustivo de los pedazos de chatarra espacial para que se tengan en cuenta a la hora de preparar los lanzamientos en el futuro.

Golpes contra el cristal

El peligro que representa la chatarra espacial es estadísticamente muy superior para los artefactos en órbita. Según los expertos, la probabilidad de que un fragmento de chatarra de 10 centímetros dañe el telescopio espacial Hubble durante sus 17 años de funcionamiento previsto es del 1%, informa Reuter. El riesgo para una estación orbital tripulada es del 2,1 % en 10 años y del 6,3% en 30 años, y los diseñadores están pensando medidas defensivas contra estos proyectiles de basurero, como un sistema de detectores de las piezas que se aproximen y un cañón de electrones o de láser para destruirlas.No se trata sencillamente de hipótesis, porque se han registrado ya numerosos impactos en los aparatos espaciales. Por ejemplo, los cosmonautas que estaban a bordo de la Saliut 7 en 1983 notaron un golpe contra una ventana y, aunque no se sabe con seguridad si se debió a un meteorito natural o a un trozo de chatarra, lo que fuera hizo una pequeña fractura en la nave. Pero sí se sabe que el 89% de los 186 pequeños agujeros registrados en los paneles de una sonda de investigación científica tenían restos de pintura de otros artefactos. En 1982, el lanzador espacial estadounidense Columbia estuvo a punto de chocar con un trozo de un cohete de la URSS que pasó a tan sólo 12 kilómetros.

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