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La gran caravana hacia el frente

La fuerza multinacional acumula hombres y material bélico junto a la frontera kuwaití

Juan Jesús Aznárez

Los helicópteros estadounidenses atronan con sus rotores cuando acompañan en vuelo rasante a los interminables convoyes militares que se dirigen hacia el frente. Impresionantes caravanas, con un arsenal a cuestas y una escolta aérea atenta, se adueñan del horizonte desértico de una de las fronteras más armadas de Arabia Saudí. Todos confluyen en Hafer Albatin, a unos 50 kilómetros de Kuwait, una ciudad que gran parte de sus habitantes abandonaron semanas atrás para dejar paso a las tropas de vanguardia.

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Las tropas de choque árabes se coordinan

Aproximadamente 500 kilómetros separan la base norteamericana de Daliran de la población saudí que acuartela a las fuerzas árabes que combatirán por tierra contra la Guardia Republicana y que la semana pasada fueron atacadas con un Scud iraquí. La autopista que enlaza estos dos enclaves fue tomada ayer por más de 1.000 camiones articulados con vehículos de suministro de transporte de tropas, munición y en menor medida carros de combate. Muchos de estos camiones, fundamentalmente los utilizados para desplazar los tanques MV Abrams, volvían de vacío. Las fuerzas norteamericanas han completado su des pliegue a lo largo de la frontera con Kuwait, y las unidades motorizadas ocupan sus últimas posiciones en la línea de combate.Helicópteros artillados ligeros, otros de dos rotores y gran capacidad de transporte de vehículos y tropas y aquellos con la cruz roja en su fuselaje sobre volaban a 30 metros de altura la carretera principal y los senderos abiertos al desierto por las apisonadoras y equipos de embreado de la intendencia del frente antiiraquí.

Zumbido aéreo

Anunciándose con un zumbido ronco y tartamudo, sus hélices y ametralladoras aparecían por la derecha de la autopista, por la izquierda de sus lindes, por encima de los convoyes y por delante de las camionetas que abrían marcha, siempre en misión de patrulla y control. Algunos de sus tripulantes saludaban y parecían dirigir desde el aire un tráfico militar en ocasiones tan intenso como el de la Castellana madrileña un día de Reyes, pero con ovejas merinas y camellos sin domesticar. De tres de los helicópteros colgaban enormes contenedores.

Hafer Albatin estaba próximo cuando dos columnas de humo señalaron a lo lejos un objetivo. Un helicóptero se acercó a gran velocidad y aterrizó a menos de 20 metros de la carretera para atender a soldados heridos en una colisión. Para ellos se ha acabado la guerra. De un portón trasero dos camilleros corrieron hacia un punto de la autopista donde dos camiones militares, uno de ellos cargado con un grupo electrógeno, habían entrado en colisión.

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Era uno de los seis accidentes observados en un largo recorrido que jalonó una intensa lluvia de barro durante dos horas, campamentos militares camuflados y un espejismo que resultó no serlo: una moqueta verde, un césped de un verde intenso de 500 metros cuadrados que los saudíes cultivan experimentalmente en un entorno ocre y muerto. Motoristas con chaleco antibalas adelantaban a las caravanas y en ocasiones acortaban camino entre las dunas.

Patrullas de soldados árabes atienden los frecuentes puestos de control montados a lo largo de los 500 kilómetros, solicitan la documentación y tienen como misión descubrir filtraciones y evitar la preparación de posibles atentados en la retaguardia. "¿Hispania, eh?", dijo un soldado con pasamontañas de visera y un diente de oro en la sonrisa. Conviene entonces esconder la acreditación de periodista y declararse, en el peor inglés posible, ingeniero de caminos, puertos y canales.

En Hafer Albatin, un semáforo y un militar norteamericano ordenan la masiva llegada de columnas motorizadas cuyo final no alcanza la vista. Unas seguirán ruta hacia el frente de Rafha, fronterizo con Irak, y otras descargarán toneladas de bombas, cintas de ametralladoras y agua mineral en una ciudad que hoy patrullan sirios, egipcios o checoslovacos.

Beduinos con turbantes y armados con rifles condenados a encasquillarse se mezclan con militares de diferentes nacionalidades y pasean por una población convertida en un espectacular acuartelamiento. Las centralitas de los hoteles, que ofrecen literas más que camas, son requeridas ansiosamente por marines norteamericanos, militares ingleses y especialmente por soldados de las tropas árabes. Todos ellos serán llamados a combate en cualquier momento, y éstas son las últimas conversaciones con la esposa, madre o hijos antes de que el decidido toque de trompeta anuncie el comienzo de la batalla terrestre.

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