Retaguardia
El ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, inicia un viaje confuso. Va al sur de los Gobiernos del Magreb en busca de confirmación de lealtades, o de lealtades por iniciar. Pero los Gobiernos a los que se dirigirá en su peregrinaje, ¿representan a sus pueblos? ¿A las masas que se arrojan a la calle para gritar su rabia y su humillación, a quienes nos mandan a sus jóvenes para que les sean rebotados por la Ley de Extranjería, o sometidos a una subexistencia ilegal en los cañaverales de Boadilla del Monte o los chamizos del Maresme? ¿Representan esos Gobiernos a los muchachos encerrados en huelga de hambre en Entrevías o en Moratalaz? Y otra pregunta aún: ¿cuánto tiempo aguantarán los gobernantes la presión de la indignación popular? ¿Con quién tendrá que hablar entonces nuestra diplomacia de guante blanco, a quién explicará la otra guerra que se desarrolla aquí, a punta de insolidaridad y de redada?Preguntas para un futuro no tan lejano, para esa paz que, si algún día llega, traerá consigo la amargura del rencor que hemos alimentado desde nuestro papel de cancerberos de Europa. Los frentes de esta guerra no están sólo en Kuwait o en Arabia Saudí, y los adversarios no son sólo esos iraquíes de los que nada sabemos. Todo hijo del Sur que está más al sur que el nuestro y que el de quienes les gobiernan se encuentra, hoy más que nunca, bajo sospecha. A su condición de parias unen ahora la de enemigos.
Morón, Rota, Torrejón, los B-52 y los Galaxy, la vergonzosa urdidumbre del apoyo logístico, tienen en la retaguardia un acompañamiento de cachiporras e insultos. A Fátima Jamal, marroquí, golpeada y ofendida por un policía nacional -uno de los nuestros-, le dieron con la guerra en las mejillas por ser una de los otros: aquí también sabemos cavar hondo las trincheras.
Malos tiempos para la diplomacia.
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