Una brújula en el desierto
Estallan con esta guerra las categorías que intentan justificarla teniendo como única base la ética o el derecho. La tragedia de Oriente Próximo no se explica sin volver a un análisis marxista de las relaciones de producción y de poder en el tránsito del mundo bipolar al monopolarismo de Estados Unidos.El movimiento por la paz -diré más, de necesidad espontánea de paz- está en las mentes de muchísima gente como no lo había estado nunca en el pasado: los belicistas actuales son sólo el Gobierno y los grandes titulares, los editoriales impuestos. El movimiento espontáneo es de signo contrario, sensible, y no necesita que la vanguardia lo convoque.
Pero necesita, como todos, darse una respuesta de manera convincente a "¿qué sucede? ¿Por qué? ¿Qué hacer?". Las respuestas son todo lo contrario a simples y unívocas.
¿Cómo ha sucedido? El interrogante es lícito si el estallido de una situación gestada desde hace tiempo en Oriente Próximo, donde las violaciones del derecho internacional han sido continuas, no tiene nada que ver con la crisis del Este y de las ideas comunistas (lo que no es la misma cosa). El mundo bipolar no era sólo el equilibrio del terror atómico, sino la proyección material de que al final de la guerra se presentaran dos sistemas sociales y dos ideas de las relaciones mundiales en las cuales los países del Tercer Mundo tenían puntos de referencia en la difícil búsqueda de un modo de desarrollo, pudiendo jugar en su debilidad relativa con dos o tres posibilidades: el Este, el Oeste y los No Alineados.
El derrumbamiento de uno de los bloques (pues es esto, y no el final de ambos -como bien ha recordado Pietro Ingrao-, lo que ha sucedido, y con él, la pérdida de sentido de los No Alineados) ha convertido el modelo y las relaciones de mercado propuestas por EE UU en la única fuerza dominante, en referencia forzosa.
Pero no se ha sustituido el socialismo real (cuyo proceso degenerativo había tenido ya efectos negativos en el mundo, si bien no había dado lugar a un imperialismo en sentido propio) por el bloque de una izquierda anticapitalista, o al menos antiimperialista, que hubiera extraído la lección para corregirse. del estalinismo en vez de suicidarse.
No se ha puesto ningún obstáculo a la decisión norteamericana de situarse con sus enormes medios militares en cualquier parte del mundo. Pero es que ni siquiera ha quedado en los países del Tercer Mundo ni en las fuerzas políticas (la antigua abigarrada izquierda) ningún proyecto de relaciones civiles y mundiales que plantara cara al reaganismo y al neoliberalismo. Ni un solo análisis crítico que se opusiera a las ideologías (que hasta ayer daban risa no ya a los extremistas, sino también a los reformistas) de un orden mundial que coincide con los intereses de las grandes potencias industrializadas, convertidas de golpe en las únicas que deciden en qué consiste el derecho internacional, qué agresiones son lícitas y cuáles no.
El impacto que esta agresividad norteamericana (que ha suscitado preocupaciones evidentes, algunas con iniciativas y otras silenciosas, en países menos abotagados que el nuestro, como la Francia de Mitterrand, la Alemania del mismo Kohl y Japón) es patente en la extraña Umwaelzung der Linken, por parafrasear un tanto al abominado Engels. Por lo cual, compañeros limpios de toda sospecha aceptan la tesis según la cual, una vez desaparecida la contraposición EE UU-URSS (esto es, una contraposición estratégico-militar), todo conflicto concreto habría desaparecido del planeta. Otros demuestran haber creído que la cláusula por la cual las controversias internacionales se resuelven sin recurrir a la guerra sólo sería válida si todos estuvieran de acuerdo; es decir, si se fingiera la controversia.
Otros deducen de ello exactamente lo contrario: teorías según las cuales las guerras son justas o injustas siempre y cuando el Consejo de Seguridad (que sólo ataca por definición a los epígonos de Hitler) las apoye. Otros incluso se han persuadido como por encanto de que las Naciones Unidas constituyen un foro donde se encuentran representados los pueblos y donde todos los Estados miembros son libres e iguales en cuanto a peso y posibilidades.
No queremos rasgarnos las vestiduras ni escandalizarnos. Pero comprendamos. Y para comprender es útil preguntarse si no será precisamente la ausencia de una izquierda (hija del marxismo en alguna medida) lo que ha puesto patas arriba y ha desorientado las categorías de lo político hasta el punto de impedir una lectura más o menos coherente de una realidad tan sedimentada, compleja y teñida de ideologías en el sentido de falsa consciencia, de modo que todos son propensos a hacer afirmaciones apodícticas históricamente indefendibles o al desenfreno de los sentimientos en un sentido o en otro. Tomemos el dramático problema de Israel y de los palestinos, manipulado por las grandes potencias por acción u omisión. Se diría que ha llegado a ser incomprensible aquello que es normal para mi generación; esto es, decir al unísono y con vehemencia que Israel no sólo tiene derecho a existir, sino que su existencia es para nosotros, como europeos, un problema moral ineludible, pero que al mismo tiempo su Gobierno es pésimo y gravemente responsable de la situación de Oriente Próximo. ¿Sirve para cualquier país, y en cambio no para Israel, la distinción entre su derecho a existir y el Gobierno que va consiguiendo? ¿Por qué atacar a un Gobierno significa querer destruir a su pueblo? ¿Acaso si alguien observa cómo Israel ha practicado formas de genocidio en los palestinos quiere esto decir que desee el genocidio de los hebreos al desaprobar la conducta de los israelíes?
Es una carrera encaminada a no entenderse, a despedazarse. Lo mismo podemos decir en sentido contrario a quien piensa que, hoy por hoy, el derechode los palestinos a su tierra estaría defendido por un integrismo islámico cuyo objetivo justo, histórico o funesto, pero necesario, es Israel.
También es ejemplo (le estas simplificaciones una visión de] mundo que opone el binomio países ricos / países pobres en lugar del esquema interpretativo países ostentadores de capital / países ostentadores únicamente de materias primas o de simple mano de obra. Son dos ideas muy diferentes delconflicto Norte-Sur. Una simpatía bienintencionada, aunque no elaborada, impide literalmente ver cómo los países no ostentadores de capital se han revelado en su mayor parte como Estados vasallos de los países capitalistas desarrollados, aunque se hayan producido en ellos verdaderos movimientos de: liberación nacional. ¿Y por qué, si no, intervienen y han intervenido en estos Estados (que pertenecen al propio Sur) contradicciones antúmperialistas?
¿Cómo explicaríamos de otra forma que Estados Unidos (que ha tolerado a todos los Pinochet de la Tierra, que: ha alimentado hasta ayer -igual que Europa- la potencia de Sadam Husein y que se ha aliado -igual que Europa- con Siria, la invasora de Líbano) descubra de golpe que Irak es un Estado totalitario y fascistoide? ¿No es más verosímil pensar que se trata más bien de un ropaje ideológico para reforzar una presencia estratégica en una zona fundamental del mundo donde no tiene derecho a situarse, o que lo hace como respuesta al resurgimiento económico de Alemania y de Japón? ¿Y cómo se entiende si no que Sadam Husein (que ha luchado por Occidente contra el Irán islámico) pueda cambiar de chaqueta y hablar de: guerra santa? Recurrir al fundamentalismo, como al justicialismo en América Latina, sirve (y la historia lo ha demostrado sobradamente) para fabricar al líder un carisma y canalizar en su beneficio la protesta de un despojo popular extremo y el irechazo de masas doblemente expropiadas: por Occidente y por sus más o menos horrendas castas de poder, que no gobernarían si una izquierda capaz de imponer desde 1945 al menos otras relaciones mundiales les hubiera apuntado otros caminos, un modelo, una vía de liberación.Y esto se da también en las contradicciones del Sur: la invasión de Kuwait escandaliza a la Casa Blanca, a Arabia Saudí y a los otros emires, pero no el hecho de que los palestinos sean despojados de sus tierras, perseguidos y asesinados. En el primer caso cuentan los royalties del petróleo; en el segundo, una reafirmación de los palestinos (única población árabe no fundamentalista, culta y de tendencias democráticas de izquierda) significaría un peligro para los potentados árabes autocráticos.
Para nosotros, "ser de izquierdas" se materializa en este intento machacón de recordar de nuevo todos los datos históricos en esta obstinada defensa de un esquema interpretativo no simplista y no unilateral. Comunismo es razonar.
La vieja y la nueva izquierda han oscilado gustosamente entre la incomprensión y el estancamiento, con una exaltación de las diferencias y con el modelo el campo vence a la ciudad: no es más que una forma de escurrir el bulto con la esperanza de que algún imam, emir, rais o caudillo populista pudiera vehiculizar la historia, acelerarla, actuar de catalizador positivo.
Pero no es así. El resuelto antinacionalismo de mi generación se reafirma justamente frente a las ideologías: antes que todo, italianos, iraquíes, iraníes o israelíes, y así sucesivamente. Uno no escapa a la coacción de las relaciones sociales reales.
Esfuerzo y también emoción, horror ante matanzas de las que creíamos que la humanidad se había librado, miedo a la deshumanización progresiva del conflicto y también al conflicto político interno, que incitan a la tentación de simplificar, a responder con insultos a los insultos. Y miedo también a veces al narcisismo de sentirse nobles y aislados. No queremos estar aislados: queremos obligarnos a razonar. A nosotros mismos y a los que están con nosotros. A los alaridos de la derecha tiene que responder la sobria argumentación de los comunistas, de aquellos que llamamos comunistas, que somos nosotro.
es periodista. Fundadora del diario Il Manifesto.
Traducción: Daniel Sarasola.
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