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La espina vaticana

Juan Arias

La actitud de Pedro Arrupe y la renovación de los jesuitas tuvo un influjo enorme en las otras órdenes y congregaciones religiosas, que tenían puestos los ojos en los jesuitas, una especie de timoneles para ellos. De ahí también la exagerada preocupación del Vaticano, ya que todos los religiosos esperaban siempre hasta dónde llegaban los jesuitas en su carrera por el cambio para seguir los pasos tras ellos.De hecho los problemas y fricciones que entonces tuvo Arrupe con Roma las fueron teniendo después los demás religiosos y religiosas. Y hoy son las viejas órdenes las que más quebraderos de cabeza dan al Papa y los que con más ahínco hicieron propias las ideas del concilio.

Pero todo ello le costó sangre y lágrimas a Arrupe. Una vez, mirando muy temprano la ventana del Papa, iluminada, comentaba: "Esa es mi mayor espina, porque yo quiero obedecer al Papa, pero sin dejar de ser fiel al concilio". Ninguno de los tres papas con los que coincidió en vida tuvo gestos de afecto y comprensión para Arrupe.

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Si Pedro Arrupe pudiera levantar la cabeza, quizás lo que más le habría compensado de lo mucho que tuvo que aguantar y sufrir entonces hubiese sido el reconocimiento, no formal, que de sus 16 años de dirección de la compañía le acaba de hacer su sucesor, el padre Peter Hans Kolvenbach.

"Aliado de los oprimidos"

En una declaración oficial, el general de los jesuitas lo ha descrito como "aliado inerme de los pueblos y de los estratos sociales explotados y oprimidos, espectador entusiasta de las identidades emergentes de las jóvenes Iglesias y de los países nuevos". Y ha añadido que toda su misión estuvo destinada "a potenciar la Compañía de Jesús y la vida religiosa en modo que respondiera a un mundo nuevo y con exigencias nuevas".

El propósito actual, un asceta vegetariano que hace yoga y meditación oriental, que en Roma viaja en autobús, y que vivió durante años la trágica experiencia de la guerra del Líbano, no ha querido olvidarse de decir que la tensión de Arrupe para conciliar "el retorno a las fuentes antiguas y la adaptación a los tiempos nuevos" fue para él causa de grandes sufrimientos e incomprensiones.

"No es verdad", decía Arrupe a EL PAÍS, "que los jesuitas que se salen de la Compañía lo hagan por una mujer. El tema es mucho más profundo. A veces se trata, simplemente, de fidelidad a la propia conciencia. Somos nosotros los que tenemos también que cambiar y hacerles más vivible su vocación y su trabajo".

Recordaba que, en otro tiempo, los jesuitas, "y con razón", decía, eran acusados de ir sólo a la caza de los ricos y de los poderosos, y de saber dialogar sólo con los "creyentes". Y que el concilio le había convencido de que, si san Ignacio hubiera vivido ahora, habría ido también él en busca de los desheredados del mundo para darles aquella cultura complemento indispensable del pan para ser libres.

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