La otra guerra
Las comunidades musulmanas en los países europeos están crispadas, confundidas y temerosas. Crispadas lo están porque en las calles la gente les mira con ojos torvos, como viendo en cada uno de ellos un sospechoso, un individuo capaz de dinamitar una embajada, un banco o una empresa occidental. Confundidas se sienten porque muy pocos de ellos se alistarían en favor de Sadam Husein para luchar en la yihad, en la guerra santa, aunque odien a ingleses, norteamericanos, franceses y, sobre todo, a los judíos; muchos de estos musulmanes han echado ya raíces en los diversos países de Europa a los que llegaron como inmigrantes hace, a veces, más de 20 años. Y temerosas lo están porque han sufrido la intolerancia y en ocasiones los brotes de racismo blanco o ultraderechista en forma de palizas, segregación y desprecio.En el Reino Unido, en Francia, en Bélgica, en Alemania, en Holanda, en Italia, y también en España, diversos movimientos racistas se dedican al deporte de golpear y agredir a grupos de mulsumanes o a burlarse de sus mujeres. Y cuanto más dure la guerra en el golfo Pérsico, tales grupos ultras se multiplicarán.
Es más que probable que en países en donde el número de inmigrantes musulmanes pasa del millón de personas existan jóvenes y no tan jóvenes que deseen lo imposible: el triunfo de Sadam Husein, el vengador. En el Reino Unido, Alemania y Francia hay muchos musulmanes que anhelan esto, pero no se atreven a salir a las calles en manifestación, gritando o cantando en favor de Irak, ni muestran pancartas ensalzando a Sadam Husein, aunque tengan ganas de hacerlo. Saben lo que les ocurriría.
El reverso de esta situación, es decir, europeos y norteamericanos viviendo en países islámicos, lo tenemos cerca.
En el Magreb viven miles de europeos y americanos. En Argelia, los actos de violencia contra personas y contra bienes de estos ciudadanos empezó cuando se inició la ocupación de Kuwait por los iraquíes: casi un millón de personas, en su mayoría hombres jóvenes, muchos de ellos fundamentalistas fanatizados, llenaron avenidas, calles y plazas de Argel entonando himnos y oraciones coránicas en favor de Irak, gritando consignas que ensalzaban a Sadam Husein y proponiendo abrir oficinas de alistamiento en donde apuntarse para combatir en esta yihad que se desarrolla en el golfo Pérsico. Los bancos, oficinas y tiendas occidentales han sido apedreados o destruidos por bandas de muchachos fanatizados que agreden también, fisicamente, a norteamericanos y europeos, especialmente si son franceses.
Túnez, el pacífico y europeizado Túnez, no se ha salvado del fervor fundamentalista que alienta a los jóvenes, que han producido algaradas y destrozos.
En Marruecos se ha producido lo mismo, pero Hassan, enemigo de los fundamentalistas, ha controlado la situación gracias a rápidas y contundentes acciones policiales, y cuando la situación lo ha requerido, ha empleado también al Ejército. No hay que olvidar que Marruecos envió a un contigente de unos mil quinientos hombres a luchar, en Arabia Saudí, contra Irak. Pero pese a la posición de Hassan, un número no especificado de franceses pidió asilo en Fez en su consulado en espera de regresar a Francia. Y muchos norteamericanos obtuvieron de su Embajada en Rabat el modo de ser repatriados con urgencia.
En la zona del Rif, en donde se encuentran los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, no se han producido incidentes hasta ahora, y no hay noticia de que en todo Marruecos haya sufrido malos tratos o vejaciones ningún ciudadano español.
Hassan no se ha pronunciado ante su pueblo sobre la cuestión de la guerra en el Golfo. Se encuentra ligado a los norteamericanos, y por eso envió allí a sus soldados, pero sabe que todos los partidos políticos de su país -a los que, por otra parte, mueve a su antojo- se han pronunciado en favor de Sadam Husein, rechazando la intervención norteamericana. Podría ser éste un doble juego de Hassan, que no sería el primero: explicar a su pueblo y a la opinión mundial que se encuentra atrapado por sus pactos con EE UU y que tiene a todos los políticos de su país en contra, lo mismo que la mayoría de los marroquíes. Pero ese equilibrio se podría perder si Israel entrase en el conflicto, pues sus soldados aparecerían, igual que los egipcios y los sirios, luchando contra Irak y codo a codo con los judíos, situación que tampoco desea ver, y que controla como puede, Estados Unidos.
Esta situación de miedo y de inseguridad, que está en muchos casos más que justificada y que enfrenta a muchos emigrantes de países árabes en Europa y a muchos europeos y norteamericanos en el islam, es otra guerra, una guerra que puede provocar atentados, muerte, expulsiones y malos tratos. Es otra guerra que no ha hecho más que comenzar, y que durará más, desgraciadamente, que la guerra del Golfo.
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