Israel y la guerra
CADA VEZ que, en los últimos días, un misil iraquí alcanza un objetivo en Israel, el mundo entero se pregunta si los israelíes aguantarán un poco más o si, por el contrario, se decidirán a atacar por fin. En realidad, detrás del interrogante se esconde una angustia más global: la creencia generalizada de que una represalia israelí haría que la guerra del Golfo se transformara forzosamente en una conflagración del mundo árabe contra Israel. Y, por ende, dada la actual intervención de los aliados occidentales en las hostilidades, en un gigantesco conflicto entre la civilización judeocristiana y el mundo islámico.Importa poco que las autoridades sirias y egipcias hayan aclarado que no considerarían una represalia israelí como el equivalente a la entrada de ese país en la guerra. Nadie cree en realidad que los árabes más comprometidos con la alianza antiiraquí, presionados por sus ciudadanos, sean capaces de resistir durante mucho tiempo la presión derivada del hecho de encontrarse circunstancialmente en el mismo campo que Israel.
Es legítimo dudar, por tanto, de su capacidad para mantenerse al margen de una eventual coalición proiraquí formada a partir de la intervención israelí. Sólo podría evitarlo una acción militar de Israel limitada en el tiempo y muy selectiva en sus objetivos.
Dos son las consideraciones que sugiere esta situación. Por una parte, el Gobierno israelí debe estarse debatiendo entre la sensatez política de mantener lacalma y la impaciencia rabiosa de ser víctima silenciosa, cuando su capacidad de respuesta es enorme. Y esto es válido incluso si se recuerda que el Ejército de Estados Unidos está actuando como sustituto del israelí precisamente en el área de la defensa selectiva; de hecho, esgrime el argumento para impedir la entrada de los israelíes en la guerra. En segundo lugar parece claro que la ciudadanía apoya totalmente al Gabinete conservador de Isaac Shamir y que lo seguirá fielmente en sus decisiones. A esto respondería el silencio de las restantes formaciones políticas, singularmente del Partido Laborista de Simón Peres. En tiempos de guerra, se cierran filas.
Pero hay elementos subsidiarios en esta argumentación que no pueden quedar al margen de cualquier análisis. Por ejemplo, el hecho de que los palestinos de los territorios ocupados sean los que más padecen los efectos civiles de la guerra. Es verdad que, con ocasión de las hostilidades, los contendientes suelen internar, aislar o inmovilizar a los enemigos. Pero ésta no es una situación bélica corriente, y resulta escandaloso que Israel practique más que nunca una política de discriminación selectiva, de toque de queda permanente -que impide incluso la obtención de medicamentos para los ancianos-, y de restricción en el reparto de máscaras antigás (hasta que el Tribunal Supremo de Israel ha forzado a su distribución a los palestinos). Actitudes así, ciertamente estimuladas por la beligerancia de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en favor de Irak, tienen un alcance más profundo que el de los momentos de guerra y contribuyen a ahondar las diferencias tradicionales entre dos pueblos que están condenados a entenderse en el futuro.
El Gobierno conservador de Israel nunca ha sido sincero a la hora de aceptar una conferencia internacional para resolver el problema; nunca ha querido contemplar la posibilidad de tener como vecino a un Estado palestino. En consecuencia, la prolongación de la guerra opera en su beneficio porque al endurecer las posiciones y hacerlas irredentas aleja la posibilidad de soluciones moderadas a la crisis palestina. La acción de Sadam ha dañado irreparablemente las posibilidades de paz. De hecho, lo trágico de la situación es que al extenderse en el tiempo profundiza los peores intereses de todos: los de los iraquies, porque la consolidación de una alianza árabe islámica intransigente pasa por el endurecimiento del trato a Israel y por el regreso de la OLI? a posturas de confrontación; los de los halcones israelíes, porque cuanto más duren las hostilidades, mayor será la intransigencia de los que las soporten en el Estado de Israel.
Es esencial que la guerra dure poco y que sea limitada en sus consecuencias. Es imprescindible que Israel haga gala de la paciencia que ha sido la columna vertebral de la historia de su pueblo y comprenda que padece la mente guerrera de un hombre, Sadam Husein, y su régimen, no del resto de los habitantes de esa zona castigada secularmente con las guerras, la injusticia y la inestabilidad. Debe abstenerse de intervenir en la conflagración. Las posturas más moderadas de Occidente -especialmente las de la Comunidad Europea- tendrán así oportunidad de emerger. El único vencedor sería entonces la paz.
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