'Guerra y paz', un apócrifo de Tolstói
Estábamos acostumbrados a las guerras, pero ahora ha estallado la guerra. Y como siempre que esto ocurre, la catástrofe hace sentir que algo se rompe en la conciencia de la especie, que parece echar una mirada nostálgica a las cavernas iniciales. Se había anunciado tanto que no parecía posible que llegara. Las declaraciones de los que estaban a favor de una sanción a Sadam Husein, aunque no fueran partidarios de la guerra, y quienes en nombre de un difuso humanitarismo han predicado al apaciguamiento a cualquier precio, que suele ser un precio Finalmente muy alto -aunque la situación no sea la misma, recordemos Los Sudetes, la anexión de Austria, Polonia y los muertos que costaron hacían olvidar que la guerra era posible, y que iba tomando cuerpo real a medida que se concentraban tropas de unos y otros en los puntos conflictivos. Sobre los atentados, en los que una voz anónima advierte la hora y el lugar de la explosion para prevenirla, se ha escrito muchas veces que las únicas bombas que no estallan son las que no se ponen. Respecto a las personas que en un momento de cólera disparan una pistola y luego reconocen que no debían haberla llevado encima, se ha escrito muchas veces que las únicas pistolas que no se utilizan son las que no se esgrimen. Respecto a las guerras se dirá alguna vez que las únicas verdaderamente imposibles son las que no se diseñan con precisión y mediante la acumulación de armamento en un punto cercano a donde puede iniciarse. Como ha escrito Manuel Vázquez Montalbán -Manifiesto subnormal-, "La magia de la palabra es la única fuerza que los intelectuales especulativos pueden oponer a la obscenidad de lo real". Esta vez no ha bastado esa magia y ya estamos atrapados por una realidad obscena.Lo real inmediato es la guerra, pero nos aguarda otra realidad en la que deberemos sumergirnos cuando el conflicto acabe, se supone que con la derrota de Sadam Husein. Hace unos días recordaba yo, respecto a este asunto, algo que se dijo de Franco y que me parece significativo. Se contaba en la época que, en los últimos meses de la II Guerra Mundial, alguno de sus consejeros había propuesto al general que España se sumara a la contienda contra los aliados, porque esa guerra se perdería rápidamente y luego se recibirían fondos internacionales para la recuperación del país, lo que solucionaría muchos problemas. Franco oyó la propuesta y, tras unos minutos de meditación, preguntó preocupado:-Bien,pero, ¿y si la ganamos?". Es probable que la convicción de Sadam Husein fuera en primer lugar que una guerra tan anunciada no iba a ser realidad nunca, pese a todos los índicios. Algunos árabes tienen una fe ciega en el destino y proclaman que lo que tiene que ser, será; otros adaptan ese fatalismo a sus necesidades personales o políticas. Iniciada la guerra, ante su difícil retirada, tras el reconocimiento práctico de la victoria de Irán -al renunciar a todo lo que podía dar al fin de aquella apariencia de victoria iraquí- quizá Sadam Husein haya tenido en algún momento la esperanza de ganar el nuevo conflicto acaudillando un supuesto teórico: la existencia unitaria y homogénea de la nación árabe.
Pero Sadam Husein no ha sido reconocido líder indiscutible de esa nación árabe, que, según algunos historiadores, tiene un sentido final unitario, pero que, según tantos otros, no existe; aunque su mayoría comparta en líneas generales la fidelidad al islam. La invasión del árabe Kuwait por el árabe Irak demuestra que el respeto de los árabes por los árabes no es más que una declaración de principios por mucho que lo contenga el Corán, lo que confirma el que importantes jefes religiosos islámicos hayan justificado el comienzo de las hostilidades contra Irak. Nada distinto, por otra parte, a la unidad sacrosanta de los cristianos o de los europeos a lo largo de la historia. Lo cual no significa que la guerra no sea realmente una catástrofe. Como todas. Y que no se trata dejustificarla cuando se recuerda a los kurdos, pero que tampoco hay que olvidar a los kurdos cuando se habla de las injusticias cometidas con Irak. Esta guerra va a plantear numerosas cuestiones, unas vivas y otras aletargadas. Va a poner en orden de combate a los integristas islámicos, y eso tanto por indignación ante el ataque a un Irak cuyo régimen no se ha preocupado de la exaltación islámica hasta que ha tenido necesidad política de la religión, como porque es una excelente ocasión para iniciar en el fundamentalismo a muchos otros árabes que guardan un antiguo bagaje de humillaciones y necesidades, sean dirigidas contra el mundo occidental o contra otros dirigentes árabes a los que van a tener que enfrentarse después.
El fin de las acciones militares va a exigir que se hable de la situación de los palestinos y los territorios ocupados por Israel; así como de que esos palestinosno sean utilizados como moneda de cambio o coartada para guerras ajenas, porque los que atacan a los soldados israelíes con piedras en la Intifada y son respondidos con fuego real son los mismos palestinos que cono cieron las matanzas del rey Husein. Y habrá que decir la ver dad sobre Líbano, objetivo de Siria, que incluso ha teorizado su incorporación. La guerra de Irak no termina con la devolución de Kuwait a la familia que lo poseía antes de agosto de 1990, porque se tendrán que introducir, en ese país y en las otras monarquías del Golfo, que se ha apresurado a salvarlas olvidando todo lo demás por la urgencia. Y es necesario que Naciones Unidas haga examen de conciencia ante el hecho de que algunas de sus recomendaciones, e incluso de sus resoluciones, no se cumplen por los amigos y son exigibles a sangre y fuego a los enemigos. O, al menos, a los enemigos de los` amigos.
Todo ello significa que el fin de la guerra es el principio de muchas necesarias conversaciones por la paz y la justicia, pues la salida del último soldado iraquí de Kuwait restablecerá el derecho internacional lesionado, pero no la justicia internacional pendiente. Significa que hay que lograr la estabilidad en Oriente Próximo, pues una respuesta airada del terrorismo árabe a una humillación mantenida puede suponer otra larga guerra real, respondida por un aumento de la xenofobia y el racismo, en un círculo infernal. Significa que el muro derribado en Berlín no continúe creciendo entre el Norte y el Sur. que el mundo árabe no siga alimentando frustraciones, unas reales y otras fomentadas por caudillos ocasionales; que se sepa que naciones árabes hay muchas, no todas tienen los mismos problemas ni la misma visión de cómo se puede acabar con ellos. que es algo que no contemplan los planteamientos esquemáticos. Más otros asuntos que esperan sobre la mesa.
El fin de esta guerra sólo es el del primer capítulo de un libro que hace tiempo tenía que haber sido escrito de otra manera. La guerra siempre es una catástrofe. Permitir el crecimiento militar de Sadam Husein era otra catástrofe y únicamente retrasar la guerra, que quizá podía haber sido desactivada con la continuidad del embargo y el aislamiento; lo que tropezó con la obstinación del caudillo iraquí y su negativa a tratar el asunto principal, proponiendo conversaciones tangenciales. La obscena realidad está ahí, y la magia de las palabras es cada día menos útil para alterarla, pues en el sombrero de los magos quedan cada día menos pañuelos de colores. E incluso menos colores una vez desaparecido el rojo.
Luciano Rincón es periodista.
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