La astucia del rey Fahd
Los pilotos saudíes se muestran reacios a bombardear Irak
En las primeras horas del 16 de enero, 12 cazabombarderos de las Fuerzas Armadas de Arabia Saudí despegaron de una base en la provincia oriental de este país para atacar Irak. El rey Fahd ordenó la salida de los 12 aviones (Tornado, de fabricación británica), y George Bush, presidente de EE UU, la aplaudió. Menor atención se dedicó al resultado de la misión: al amanecer, 11 de los 12 aparatos regresaron a la base con todas sus bombas, sin que los pilotos hubiesen encontrado los objetivos. Los 12 cazabombarderos no habían descargado lo ordenado sobre el oeste de Irak.
La noche siguiente, otros siete pilotos saudíes abandonaron la misma base con idéntico rumbo. Seis fallaron y no soltaron las bombas. Pero las apariencias estaban a salvo. Los pilotos aparecían debidamente formados ante una audiencia de periodistas. Los saudíes participaron en la batalla. El presidente Bush podía decir que las Fuerzas Armadas saudíes estaban en guerra contra Irak, al igual que el resto de la fuerza aliada."Sí, Irak es un país árabe, pero cuando un hermano árabe te ataca es tu enemigo", decía un piloto saudí antes de salir en la tercera misión. "Sadam es ahora nuestro enemigo", añadía. O al menos así aparecía. Un día después del inicio de las hostilidades, de una guerra que inevitablemente es una tragedia para el mundo árabe, el propio rey Fahd de Arabia Saudí anunciaba que la batalla era "la espada y la voz de la verdad" y que Dios "proveerá la victoria" a su ejército.
Mientras la monarquía saudí mantenga su confianza en EE UU, el resto de los países árabes de la coalición internacional -sobre todo Egipto, Siria y Marruecos, que reciben una cuantiosa recompensa del rey Fahd por su ayuda- probablemente se mantendrán firmes. O es probable que en función de tres circunstancias básicas: que la guerra acabe en una victoria, y rápida; que los países árabes mantengan su confianza en Irak como una nación fuerte, capaz de conservar su influencia sobre el mundo árabe y ser defensora del panarabismo, aunque sin Sadam Husein, y, finalmente, que Israel no entre en el conflicto.
El problema es que la primera condición ya no se puede dar, la segunda es improbable en todos sus postulados y la tercera podría desmoronarse en pocos días.
Al principio no había ambigüedades. La invitación del rey Fahd al presidente Bush en agosto para enviar tropas que defendiesen el reino parecía inevitable, aunque funcionarios saudíes dijeron que tanto el rey Fahd como el príncipe heredero habían sido inducidos a creer que las sanciones expulsarían a Sadam de Kuwait. Arabia Saudí, decían, no sería la plataforma de lanzamiento de una ofensiva norteamericana contra Irak.
Una guerra rápida
Desde finales de 1990, el monarca saudí se ha distanciado de los acontecimientos. Estados Unidos le aseguró que la guerra era viable, una opción comparativamente fácil. El vicepresidente de EE UU, Dan Quayle, anunció en Arabia Saudí que un conflicto con Irak sería "rápido, masivo y decisivo". El pueblo saudí, junto con millones de occidentales, creyó en ello. Sólo tras el comienzo de la guerra se les dijo, como a Europa y a Estados Unidos, que, después de todo, el conflicto podría ser largo y duro. Pero entonces la guerra ya había empezado.
Además, la guerra ha afectado hasta ahora a muchos más ciudadanos árabes que occidentales. Aunque centenares de pilotos estadounidenses, británicos y franceses han tomado parte en el ataque contra Irak, son los propios iraquíes quienes están soportando los mayores sufrimientos. El turno occidental para soportar el dolor llegará cuando empiece la batalla terrestre. Será entonces cuando Sadam Husein intentará batir la capacidad de ataque occidental provocando, si puede, bajas masivas en las fuerzas que tomen la ofensiva con el uso de "armas de destrucción masiva", como el gas mostaza, en cuanto sienta que las fuerzas iraquíes flaquean. El presidente iraquí quiere estas bajas en la ofensiva inicial por tierra de tal forma que una horrorizada opinión pública occidental pida un alto el fuego. Si la furia sustituye al horror probablemente Estados Unidos abandone la idea de una guerra limitada a la liberación de Kuwait y se lance vengativamente sobre Irak. Esta posibilidad haría desvanecerse la segunda condición, sobre la que se apoya la colaboración de los países árabes con la coalición aliada.
Quizá por este motivo, Sadam haya tentado a Israel a involucrarse en el conflicto. Todavía lo está intentando con fuerza. Cada misil Scud lanzado sobre Tel Aviv es una trampa para Israel. Si soporta la provocación, sus vecinos árabes verán en ello una señal de debilidad. Si el Gobierno de Tel Aviv toma represalias, estará dando bazas a Irak.
Incluso sin la participación israelí, en Arabia Sadí se preguntan ahora dónde y cuándo terminará la guerra. No creen que Sadam abandone los ataques cuando sea expulsado de Kuwait.
La monarquía saudí está alimentando a los soldados occidentales. Sin el petróleo saudí, los aviones y los carros de combate serían también inútiles. Todo lo que tendría que hacer el rey Fahd para acabar con la guerra es cortar el suministro. Es un pensamiento que asusta. Pero después de todo se trata del mundo árabe, no del occidental. El rey Fahd, más astuto de lo que sugieren sus enemigos, desea aparecer como el pacificador en este conflicto, capaz a la vez de controlar el poder militar occidental y de restaurar la unidad de la nación árabe.
Si todo esto suena absurdo, sólo hay que pensar lo fácil que parecía hace 15 días la operación de la guerra y las terribles consecuencias con que amenaza ahora el conflicto. Arabia Saudí tiene una buena razón para darse cuenta. Hace ahora 11 años otro hombre pidió ayuda para una batalla contra un enemigo común. Prometió una victoria mucho menos dolorosa. Arabia Saudí sufragó la acción con mayor generosidad incluso que Estados Unidos. Y la guerra comenzó a su debido tiempo. Su creador la llamó "la guerra torbellino". Su nombre es Sadam Husein y el conflicto duró más de ocho años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.