Más chatarra

El primer largometraje del británico Richard Stanley se presenta como un descarado y poco imaginativo saqueo de muchas otras películas que combinan la ficción científica y el terror, especialmente las del subgénero apocalíptico o posholocausto nuclear (Blade runner, Mad Max, la serie televisiva Max Headroom) y las de androides asesinos (Almas de nietal, Terminator). Stanley ha rodado el mejunje con una estética, a medio camino entre el heavy metal y la imaginería gótica, lo más grimosa posible -cyberpunk la llaman algunos-, y le ha añadido, ademas de ciertas pretensiones metafísicas bastante cargantes, el mayor número de trucos efectistas que se puede permitir una producción de bajo coste, que han servido para justificar el estigma de la X -o la nueva califi cación NC-17- con que Hardware se ha visto castigada en Estados Unidos.El duelo a muerte entre la protagonista, Jill, una escultora fascinada por la chatarra (que interpreta Stacey Travis con una abnegación digna de mejor suerte), y el robot militar Mark 13, capaz de reconstruirse a sí mismo y programado para exterminar a todo ser humano viviente, tiene lugar en el apartamento de la primera, con una fotografia chirriante y una iluminación bajo mínimos que, más que contribuir a la claustrofobia del relato, parece favorecer el ocultamiento de determinadas insuficiencias presupuestarias.

Tan sólo cabe destacar algunos apuntes de humor negro, pero es muy poca cosa. El verdadero y único interés de Hardware es que resume muy bien las peores tendencias del cine fantástico y de terror de las últimas décadas.