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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un viaje decisivo

EL DESEO de paz de los pueblos del mundo acompaña al secretario general de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, en su viaje a Bagdad y en su conversación con Sadam Husein. Es un paso decisivo, después del fracaso -no por esperado menos decepcionante- del encuentro Baker-Aziz, para que el conflicto del golfo Pérsico se pueda resolver de manera pacífica. Pero, sobre todo, ese viaje define de manera auténtica el carácter que tiene dicho conflicto: no es un enfrentamiento entre EE UU e Irak, por fuerte que sea el protagonismo del primero -en un momento en que la URSS está casi ausente del escenario-, sino que opone a las Naciones Unidas, a casi todos los países del mundo, al Gobierno que ha invadido Kuwait violando las normas del derecho internacional.La última resolución del Consejo de Seguridad autoriza que se empleen "todos los medios" si el 15 de enero Irak no se ha decidido a evacuar Kuwait, y el presidente Bush - no sin una fuerte oposición interior, que se refleja en el Congreso- ha dejado claro que está resuelto a emplear las fuerzas enviadas a la zona para imponer a Irak el abandono del país invadido. Sin embargo, existe un anhelo casi unánime de la opinión pública mundial, cada vez más ferviente a medida que pasan los días, de que se evite la guerra y de que se realicen todos los esfuerzos posibles para hallar una salida pacífica de la crisis. Incluso en estos momentos, cuando cunde un escepticismo bastante justificado sobre la posibilidad de lograr tal solución, sigue siendo fuerte la esperanza -expresada ayer por Felipe González y por otros gobernantes europeosde que, a pesar de todo, aún es posible evitar la guerra. La perspectiva bélica suscita tal repudio que hay una resistencia generalizada a aceptar que sea inevitable. Hasta el último minuto. En este clima, la gestión de Pérez de Cuéllar cobra una trascendencia única.

Los esfuerzos para lograr una solución no militar tienen una doble dimensión: por un lado, se trata -y es un papel desempeñado sobre todo por EE UU- de convencer a Sadam de que sufriría un castigo terrible si ignorase las decisiones de la ONU. Para una personalidad como la de Sadam es un aspecto esencial. Pero otra vertiente decisiva de los esfuerzos de paz consiste en estos momentos en sondear condiciones susceptibles de facilitar que Sadam acepte retirarse de Kuwait. Es un campo en el que el papel de la diplomacia secreta es insustituible.

No puede sorprender que, en esta labor diplomática, la CE se halle en dificultad: entre las posiciones de sus miembros hay matices, y más que matices. Por ello es lógico y encomiable que Francia -antes de dejar que aborten posibles compromisos- haya tomado iniciativas, en cooperación con el Gobierno de Argel, para explorar nuevas vías de solución pacífica. En ese orden, el hecho de que Pérez de Cuéllar haya hecho escala en París antes de su reunión en Ginebra con los ministros de la Comunidad es significativo. Si la dispersión de los esfuerzos por encontrar una solución sería a todas luces muy negativa, cabe saludar en cambio la manera en que el secretario general de la ONU ha podido, antes de encontrarse con Sadam Husein, recibir el máximo de apoyos y de informaciones sobre el campo de maniobra y las condiciones susceptibles de facilitar una solución.

La confianza de los Gobiernos europeos debe animarle a abordar el encuentro con Sadam con espíritu de iniciativa, con la convicción de que el marco de su gestión está en las resoluciones del Consejo de Seguridad. Pero lo importante de éstas es su contenido básico: la retirada de Kuwait. Sería intolerable que consideraciones secundarias, por ejemplo de calendario, pudiesen hacer fracasar una solución pacífica. En el tema palestino, tan controvertido, Europa está interesada en que la ONU se comprometa claramente en celebrar una conferencia sobre Oriente Próximo. La actitud obtusa de EE UU sobre este punto es un obstáculo para una solución pacífica. Y Pérez de Cuéllar debe actuar teniendo en cuenta la opinión ampliamente mayoritaria en el seno de la ONU favorable a la conferencia. Su reconocida flexibilidad diplomática debe ayudarle en su actual misión, la más difícil, y sin duda la más decisiva, de su historia.

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