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¿Modelo soviético o modelo chino?

Escribo estas líneas en el momento en que la dramática dimisión del ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Edvard Shevardnadze, confirma la ruptura del grupo reformista que encabezó el proceso de la perestroika. Es posible que cuando este texto se publique la situación en la URSS haya experimentado otros vuelcos espectaculares. Son tantas las incertidumbres y las dificultades que conocen hoy, la URSS y los demás países del antiguo bloque del Este que nada se puede prever con certeza. Y eso es así porque si la transición de la dictadura a la democracia política tiene antecedentes en otros países -entre ellos el nuestro- que pueden servir de referencia, nadie sabe cómo tiene que realizarse el tránsito de una economía totalmente estatalizada, centralizada y planificada a una economía de mercado. Sobre esto no hay antecedentes ni referencias aplicables a los países del Este.Sabemos que todas las transiciones de la dictadura a la democracia política son difíciles y complejas; que toda transición comporta una determinada herencia de los aparatos del sistema anterior, que siempre se requiere un consenso entre reformistas del régimen que termina y las fuerzas democráticas forjadas en la oposición; que es siempre indispensable contar con instituciones o personas -o ambas cosas a la vez que aseguren la necesaria estabilidad del tránsito; que tiene que existir una mayoría social favorable al cambio, y, finalmente, que el propio sistema democrático pasa por muchas incertidumbres antes de estabilizarse y que las fuerzas que lo han iniciado son provisionales y tardan algún tiempo en asentarse de manera definitiva. Así ha ocurrido en nuestro propio país.

Pero nada se sabe de cómo proceder a un cambio total del modelo económico, a una inversión total de la lógica y de la cultura que han presidido la vida de un sistema corno el de los países del Este. Y sobre todo, nada se sabe de cómo es posible proceder a ambas reformas a la vez en unas circunstancias tan difíciles como las que viven aquellos países. Porque no sólo están en juego recetas económicas y constitucionales, sino también graves problemas heredados de la historia, graves enfrentamientos religiosos y étnicos, profundas rivalidades nacionales y heridas profundas que no sólo no se han curado con el tiempo, sino que siguen vivas y alimentan toda clase de revanchismos.

Desde luego, no todas las situaciones son iguales ni van a serlo las soluciones. La antigua RDA ha solventado la transición a través de la vía rápida de la absorción por la República Federal de Alemania. Hungría tiene detrás algunos decenios de reformas realizadas por los propios comunistas que la han dejado en mejores condiciones para abordar el tránsito definitivo. Checoslovaquia tiene una importante tradición de sociedad industrial y democrática -especialmente en Bohemia y Moravia-, pero va a tener dificultades especiales por su dependencia, casi absoluta, de la vieja tecnología soviética. Polonia tiene dificultades económicas y políticas por su traumática historia de amputaciones territoriales y de invasiones, pero tiene elementos vertebradores, tanto por la fuerza de su cultura laica como por la de su cultura religiosa, con un catolicismo más bien preconciliar y agresivo, pero fuertemente enralzado en la conciencia nacional polaca. Todos estos países han tenido, tienen y van a tener serias dificultades, pero menores, sín duda, que las que van a tener los demás.

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Yugoslavia es quizá uno de los países que mejor podrían hacer el tránsito a la economía de mercado, dada su trayectoria de país no alineado y su estrecha relación tecnológica y comercial con los países occidentales. Pero esta posibilidad está seriamente amenazada por las incógnitas que pesan sobre su estabilidad territorial, pues nadie puede asegurar hoy que dentro de unos meses Yugoslavia seguirá siendo un solo Estado. Rumania y Bulgaria van a tener dificultades específicas por su menor grado de desarrollo, por su invertebración social e incluso por su situación geográfica. Pero el país donde se concentran todas las dificultades a la vez es, sin duda, la URSS.

Lo que se intenta hacer hoy en la URSS es resolver, al mismo tiempo, seis problemas: pasar de la dictadura de partido único a la democracia parlamentaria; pasar de la economía estatalizada, planificada y burocratizada a la economía de mercado; mantener la integridad territorial de la URSS -que es prácticamente la misma del viejo imperio zarista-; mantener un nivel de vida aceptable de la población, asegurando el pleno empleo; mantener su presencia internacional como gran potencia, y proceder a todo ello con orden y paz interior. Todo ello, además, en una sociedad que no ha conocido jamás en su historia la democracia política y en la que todos los grandes cambios se han producielo por vía dictatorial o, si bu quiere, por la vía del despotismo ilustrado (desde los grandes zares reformistas hasta Stalin).

Lo que está ocurriendo esos días en la URSS demuestra que seguramente va a ser Imposible realizar todo esto al mismo tiempo. Una vez desencadenado el proceso de reforma, han desaparecido los viejos instrumentos de ordenación y control -como el partido único y la planificación autoritaria y centralizada-, y nadie sabe cómo ordenar los cambios en marcha. Y al mismo tiempo, estos cambios son ya tan importantes que la marcha atrás es irriposible: la reforma puede encallar, pero no puede ya regresar al punto de partida. En estas condicliones, todo es posible, pero no cabe duda de que los propios reformistas soviéticos tendrán

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Jordi Solé Tura es diputado socialista y presidente de la Comisión Constitucional del Congreso.

¿Modelo soviético modelo chino?

Viene de la página anteriorque replantearse el problema de sus instrumentos de acción, y muy concretamente el problema de fondo, a saber: ¿es posible cambiar tan radicalmente el sistema económico y mantener la integridad del país sin una gran estabilidad política? Y si llegan a la conclusión de que no es posible, ¿cómo van a asegurar esa estabilidad?

Ante la perplejidad en que se encuentran ya los dirigentes soviéticos -ilustrada por la propia dimisión de Shevardnadze- forzoso será interesarse -y no van a faltar los que lo harán- por el otro gran modelo de transición a la economía de mercado: el de China. En el caso de este otro inmenso país también es indudable que se va hacia la economía de mercado de manera irreversible. Pero los dirigentes chinos han optado por hacerlo manteniendo el poder político fuertemente centralizado y estable, aun a costa de acciones tan terribles como la de Tiananmen.

Quizá lo han podido hacer amparados en su lejanía geográfica, en su condición de potencia no tan decisiva como la URSS y en su aislamiento. Pero lo cierto es que no sólo controlan el cambio económico por vía autoritaria, sino que pueden realizarlo con ritmos desiguales, definiendo zonas especiales de experimentación del nuevo modelo y manteniendo a otras en situaciones diferentes. En definitiva, es una forma de aplicar en gran escala un modelo parecido al japonés, que también hizo el tránsito a la economía de mercado desde situaciones feudales manteniendo las instituciones y las formas culturales anteriores -incluso la monarquía de derecho divino- y adaptándolas progresivamente a la nueva situación, pero siempre después -no antes- de haber procedido a las grandes reformas económicas.

Quiero decir con esto que si la actual reforma en la URSS y en otros países fracasa o se estanca no se puede excluir que se acabe adoptando alguna variante del modelo chino. Aun a riesgo de deformar el sentido de este cambio, se puede hablar de la posibilidad de un cierto pinochetismo en el Este, es decir, de un paso hacia la economía de mercado bajo un régimen militar o un régimen civil-militar autoritario.

Creo que desde esta parte de Europa -que conserva todos sus anteriores sistemas de seguridad y además avanza hacia la integración de los países más desarrollados- debemos estar muy atentos a esta posibilidad, porque de producirse cambiaría los datos generales de la seguridad y de la unidad política de Europa. Y muy pronto nos podemos encontrar ante la necesidad de definimos inequívocamente ante una difícil y decisiva alternativa: ¿estaremos dispuestos a aceptar una solución autoritaria en la URSS y en otros países del Este para asegurar el tránsito a la economía de mercado? ¿O preferiremos que este tránsito se estanque, se complique y se hunda en grandes convulsiones sociales que lo lleven al fracaso en nombre de la primacía de la democracia política? No digo que esta alternativa sea segura e ineluctable. Pero es posible. Y si se plantea, todas las fuerzas políticas democráticas tendrán que optar sin subterfugios. No habrá escapatoria.

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