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Tribuna
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El final

Rosa Montero

En el hospital Gregorio Marañón se acaba de inaugurar la primera Unidad de Cuidados Paliativos de Madrid. Los Cuidados Paliativos son los cuidados terminales: es un servicio, una planta, un equipo que te acompaña hasta el fin. Es el lugar de la buena muerte.Vivimos unos tiempos muy poco propicios para una medicina de este tipo: interdisciplinar, humanista y no estrictamente pragmática. Porque, desde un punto de vista ortodoxo y tópico, este servicio rinde muy poco: todos los pacientes acaban muriendo. Y ya se sabe que, en una sociedad tan tendente a la purpurina y el simulacro como la nuestra, la muerte es una lacra a ocultar, una inconveniencia. Por eso, por falta de rendimiento, algunos mandamases de la medicina andan incluso pensando en recortar los gastos de la oncología. No entienden lo más elemental: en qué consiste la sustancia misma de la vida. Como dijo el día de la inauguración el doctor Sanz Ortiz, pionero en España de los cuidados paliativos, "curar a un enfermo es lo más fácil, no tiene ningún mérito: al fin y al cabo se morirá de otra cosa".

Pude verles en el acto inaugural: un puñado de médicos y de enfermeras solidarios y lúcidos. Sus objetivos son evidentes, básicos: que el fin sea digno, que sea humano; que se apacigüe el miedo y que el dolor no exista. Pero están luchando prácticamente solos contra la incomprensión y la rutina. Por ejemplo, y salvo en Cataluña, es tal el papeleo requerido para obtener morfina que muchos enfermos terminales carecen cruelmente de ella. Por no hablar de los recelos de algunos médicos, que temen perder lustre y poder con un tipo de servicio en el que la cooperación, no la jerarquización, es lo importante. Lo tienen dificil, sí, los de la medicina paliativa. Pero ahí siguen, esforzados y generosos, recordándonos una oculta obviedad: que fallecemos. Son los ángeles de la muerte dulce.

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