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La idea socialdemócrata después de Marx

El socialismo real ha muerto de muerte natural. El pensamiento político occidental se ha quedado turbado, sin aliento, teñido de incertidumbre, tristezas y ¿por qué no decirlo? de nostalgias.Marx nació en Renania, en el corazón de Europa y hasta hace bien pocos años el marxismo ha sido una referencia esencial del mundo intelectual europeo. Este pensamiento centrado en Marx evolucionó lentamente, desde los primeros dogmatismos y entusiasmos ante la Revolución de Octubre hasta llegar a una fantasmagórica y revertida "Finland Station" (Edmund Wilson) en cuyos andenes los marxistas no se atrevían a citar a Marx.

La inteligentsia occidental ha ido decantando su actitud ante la Unión Soviética: primero, el "he visto el futuro y funciona", después, las críticas acerbas a Stalin y a su traición al legado leninista, por último, la conclusión de que en el mismo Lenin existían "in nuce" las raíces del totalitarismo, del gulag y de todos los crímenes cometidos en la Patria de los Trabajadores, en la auténtica, única, pura y dura dictadura del proletariado.

Se ha dado el último paso. Karl Marx, el padre de todo, se equivocó en todo (muchos salvan el materialismo histórico que, por otra parte, respira como oxígeno casi toda la historiografía moderna desde Bloch hasta Brardel y Hobsbawn) y en él se encontrarían las causas de todo mal. Marx inventó la dictadura del proletariado, la propiedad social (más tarde estatal) de los medios de producción y el concepto sarcástico de las "libertades fórmales", en una palabra, de la Libertad.

Así están las cosas. ¿Qué queda? El hombre ha querido siempre forjarse una idea de cómo organizarse en sociedad. Desde Platón a Hayek (por citar a dos eminentes reaccionarios), las teorías sobre la forma más eficaz de organizar la convivencia humana son legión. Hay algo en la naturaleza gregaria de nuestra especie que la empuja a buscar no sólo formas de organización sino utopías sociales. ¿Cómo podría ser de otra manera? El hombre, para ser hombre, está obligado a vivir en sociedad.

El socialismo real, una de las utopías humanas fuertes, ha muerto. ¿Qué sobrevive?

La ideología que se ha proclamado vencedora, el neoliberalismo (e incluso sin neo; no hay que olvidar a Adam Smith) no cree en la naturaleza radicalmente social del hombre.. Su modelo es el ser unidimensional, sin trabas, el que establece sus relaciones sociales literalmente de hombre a hombre, casi ( sin reglas, sólo las necesarias para poder mantener su capacidad de hacer lo que le pete, sin ( dañar a nadie, ¡hasta ahí podíamos llegar! Si el argumento se llevara hasta sus últimas consecuencias, es decir la existencia de la libertad sin la civilización, este neoliberalismo hasta las raices dañaría al sistema.

Pero encuadrada en la ideología blanda, defensora de unos derechos humanos gaseosos, con la razón moral de la historia a su favor, la sociedad postmoderna -¡qué peyorativo y magnífico adjetivo!- tiene buena conciencia. Es una manera de pensar muy actual y muy respetable. Además, conforta. El individuo alienado y atomizado ya no es tal. Ha vencido al colectivismo y al Estado. El hombre no está alienado, es sólo un pequeño dios autosuficiente y triunfal.

¿Y el Socialismo? Ahí está, en retirada, denostado, perseguido, sin ideas. ¿Qué dicen los socialdemócratas? Nada o muy poco. Aunque se empecine en lo contrario, el socialismo democrático de verdad (no el real) ha perdido una muleta. La indignación por las violaciones de los derechos humanos en la Unión Soviética, las contínuas críticas por la esclerosis de su tejido social, las denuncias a los privilegios de la "nomenclatura", a las condenas psiquiátricas, quedaban tamizadas por unas muy suaves, algo vergonzantes, pero sentidas, convicciones. Por ejemplo: Ia educación y la sanidad funcionan, nadie sufre de hambre, caminan, con problemas eso sí, hacia una cierta igualdad, no hay racismo, se perfila, desdibujadamente eso sí, un hombre nuevo..."

Pues bien: borrón y cuenta nueva. En el momento en que, gracias a Gorbachov, una pequeña grieta ha abierto a la libertad el enrarecido aire del socialismo real, todo lo arriba entrecomillado ha sido barrido hacia el famoso basurero de la historia. El socialismo democrático no ha reaccionado. Ha quedado como hipnotizado, estático, tal un conejo con mixomatosis ante las luces cegadoras del cambio, ante la estrepitosa caída de los sistemas comunistas de los paises del Este. Sistemas que el propio socialismo había atacado pero, todo hay que decirlo, con un cierto guiño cómplice hacia lo que parecía ser un camino descarriado, eso sí, hacia el socialismo de verdad (no el real).

La dejación ideológica del socialismo democrático es, sin embargo, tan cierta como incomprensible. Porque el mundo en el que vivimos, el único que ya existe (desde la perspectiva primer mundista del "fin de la historia") es, a pesar de todo, un mundo de injusticia, desigualdad, anomia consumista y sobre todo con perdón, por ser léxico marxista- de alienación. Los intelectuales están ya sin raíces. La frase sagrada de mi juventud del "intelectual comprometido" suena ahora a blasfemia. ¿Qué hacen las mujeres y hombres socialistas cuya vocación y oficio es pensar? No pensar. Y es, sin embargo, claro que la sociedad capitalista triunfante no responde ni siquiera a la exigencia mínima de lo que proclama ser su programa: el "haceos ricos" de la monarquía burguesa de Orleans. Por lo demás, la pobreza incontrolada, la desigualdad, el desastre ecológico, parecen no sólo estar a la orden del día, sino ser condiciones indispensables para que el triunfal-capitalismo pueda cumplir al menos, mal que bien, su promesa principal: la eficacia económica.

No es fácil entender la parálisis intelectual e incluso política del socialismo democrático.

El comunismo se ha acabado, sobre todo porque no funciona. Pero los socialistas no deben renunciar. La Civilización, con mayúscula, para quien comprenda y acepte su naturaleza naturalmente artificial, exige que el Estado corrija, explique y, al fin, haga ver a los ciudadanos que una sociedad más justa no es imposible.

Las leyes de la economía de mercado son eficaces y las libertades ciudadanas intocables. Pero sin la intervención de las autoridades públicas, es muy dificil que produzcan una sociedad de justicia.'El trompeteo triunfal que nos anuncia la preeminencia absoluta de la "sociedad civil" suena desafinado. El mismo concepto de sociedad civil, desde Hegel hasta nuestros días, es una contradicción en los términos porque si la sociedad es de verdad civil, etimológica y realmente hablando, lo es al estar encuadrada por el Gobierno de la cives, democráticamente elegido por supuesto. Y es el Gobierno quien debe hacer justicia, igualar, proteger a los desheredados, hacer imposible la existencia de las famosas dos naciones de Disraeli.

El "cuanto menos Gobierno, mejor" es una falacia, un instrumento para la injusticia, la especulación y la rapiña. La verdadera sociedad civil no es más que un conjunto de mujeres y hombres que viven en común, a los que modera su Gobierno democráticamente elegido, a los que facilita igualdad de oportunidades y entre los que impulsa sentimientos de solidaridad hacia los que se quedan rezagados.

Todo esto, incluso con las aportaciones inesquivables del materialismo histórico, quizás no sea sino "socialismo blando". Por el momento, es lo que hay. ¿0 hay algo más?

Mariano Berdejo es diplomático.

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