¿Un regalo de los alemanes?
Comienzan a llegar del extranjero víveres para paliar el hambre en la URSS
"¿Un regalo de los alemanes? Es sorprendente. A lo mejor les atormenta la conciencia pensando en los 30 millones de muertos que tuvimos en la guerra", exclamaba ayer en Moscú Irina Sergueievna, una jubilada de 66 años, al recibir un paquete de comida enviado desde Alemania dentro del programa de ayuda humanitaria.A Irma Sergueievna, que antes de la jubilación trabajaba como bibliotecaria, el paquete le llegó a través de la Cruz Roja. En su interior había arroz, harina, queso, té, café descafeinado, pastas para sopa, jabón y sal.
Con una asistenta social de esta institución, la corresponsal de EL PAÍS estuvo presente en el reparto de paquetes en varios hogares de ancianos desasistidos del barrio de Baumann. La Cruz Roja es una de las entidades que integran las distintas comisiones formadas en la URSS para controlar y repartir la ayuda del extranjero.
A medida que los cargamentos de víveres comienzan a llegar desde distintos países del mundo, esta nación de enormes riquezas naturales y desastrosa gestión económica parece acomodarse psicológicamente al papel de pobre necesitado de caridad. A ello contribuyen los medios de comunicación, que dedican gran espacio a la ayuda extranjera.
Entre los organismos movilizados para controlar la ayuda, solicitada por el presidente Mijaíl Gorbachov durante su reciente visita a París y a la RFA, está el Comité de Seguridad del Estado (KGB), que vigila la distribución, la Aduana soviética, el Ministerio de Defensa y varios departamentos gubernamentales. En el Ayuntamiento de Moscú, dos funcionarias, Natalia Bazhenova y Svetlana Shevorotiova, atendían ayer un único teléfono a través del que se les informaba de la llegada de cargamentos aéreos.
Ayer debían llegar a Moscú ocho vuelos, que en su mayoría procedían de ciudades de la RFA. El día anterior había aterrizado un avión con casi 10 toneladas de fruta y verdura procedente de Israel, nos informaba Natalia Bazhenova. Las escuelas, orfanatos y residencias de ancianos son los principales destinatarios. Italia, EE UU y Alemania, los principales benefactores.
Irma Sergueievna tiene una pensión de 70 rublos (unas 12.000 pesetas al cambio oficial) y reside con su madre octogenaria, cuya pensión es de 100 rublos, en tres habitaciones de una komunalka, una casa con los servicios compartidos por varias familias.
"No sé qué ha pasado. Es una gran cosa que ahora todos seamos libres y podamos ver los espectáculos que queramos. Pero ¿dónde están los alimentos? Dicen que en los almacenes hay de todo, pero todo está escondido. La culpa es de los especuladores. Antes, en los tiempos del estancamiento [la época de Breznev] había varios tipos de jamón, pero ahora tan sólo hay pastas, margarina, aceite y queso".
No lejos de la casa de Irma Sergueievna vive Praskovia Alekseleva, de 76 años, para la que también había un paquete remitido por la familia Kaiser, de la localidad alemana de Schonach. Los Kaiser habían escrito una carta en alemán al destinatario desconocido. Expresaban su agradecimiento a la URSS y al presidente Gorbachov por su "ayuda" a Alemania.
"¡Ay, padrecito, cuántas cosas, cuántas cosas!", decía Praskovia contemplando el chocolate, las ciruelas, el salchichón y las galletas.
Los receptores de los paquetes hacían más comentarios sobre los "bonitos envoltorios" escritos en alemán que sobre su contenido. Tatiana Konchenikova, de 93 años, que confundía un tubo de mostaza con un tubo de pasta de dientes, no podría leerlos ni aunque hubieran estado en ruso, pues es analfabeta. Gracias a su boda con un brigadier, Konchenikova llegó a Moscú en 1937 procedente de un koljós (granja colectiva) de Smolensk. Es la única superviviente de una familia campesina de 12 hijos, varios de los cuales murieron de hambre en la colectivización de los años treinta y otros durante la guerra. Lo que más le preocupa hoy es que la Cruz Roja le lleve regularmente comida.
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